28/08/2019, 15:54
Ranko se pensó la respuesta durante varios segundos.
—E-está bien. A-Ayame-san p-puede venir, s-s-si gusta…
—¡Muy bien! Pero sólo si quieres, ¿eh? No quiero ser una molestia...
Ambas echaron a andar. La de Kusagakure estaba algo dubitativa, como si se fuera a perder de un momento a otro, pero Ayame la guió en base a su experiencia anterior. No era un lugar tan grande ni tan lioso como para perder la orientación, pero resultaba comprensible que, siendo la primera vez, Ranko se sintiera desorientada. Al final llegaron sin problemas al segundo piso, y se encaminaron hacia la puerta con el número 208. Y cuando Ranko la abrió y ambas entraron, Ayame respiró hondo aquel aroma a calabaza con un sentimiento de familiaridad. La habitación era similar a la que ella había disfrutado allí, tiempo atrás: con una cama baja, una cómoda junto a ella y algunos cuadros en las paredes.
—Se nota cómoda —dijo la de Kusagakure.
—Lo es —asintió Ayame, con una afable sonrisa—. Y al no haber tanta gente no tendrás problemas de ruidos por la noche.
Ayame esperó pacientemente, mirando por la ventana, mientras Ranko terminaba de acomodarse. Para cuando se sintió lista para partir, volvieron a salir y cerraron la puerta de la habitación. Sin embargo, cuando estaban bajando las escaleras e iban por el primer piso, Ayame se detuvo en seco y retuvo a Ranko por el brazo.
—Espera. ¿Oyes eso?
A Ranko le costaría oírlo. Le costaría mucho. Pero al poco detectó las voces que subían desde la recepción. Y aún así, no consiguió escucharlas con claridad.
—¡Las [...] arriba, [...] pueda verlas! ¡Ya estás [...] esa [...] fuerte, [...]!
Ayame la miraba con intensidad, esperando su reacción.
—E-está bien. A-Ayame-san p-puede venir, s-s-si gusta…
—¡Muy bien! Pero sólo si quieres, ¿eh? No quiero ser una molestia...
Ambas echaron a andar. La de Kusagakure estaba algo dubitativa, como si se fuera a perder de un momento a otro, pero Ayame la guió en base a su experiencia anterior. No era un lugar tan grande ni tan lioso como para perder la orientación, pero resultaba comprensible que, siendo la primera vez, Ranko se sintiera desorientada. Al final llegaron sin problemas al segundo piso, y se encaminaron hacia la puerta con el número 208. Y cuando Ranko la abrió y ambas entraron, Ayame respiró hondo aquel aroma a calabaza con un sentimiento de familiaridad. La habitación era similar a la que ella había disfrutado allí, tiempo atrás: con una cama baja, una cómoda junto a ella y algunos cuadros en las paredes.
—Se nota cómoda —dijo la de Kusagakure.
—Lo es —asintió Ayame, con una afable sonrisa—. Y al no haber tanta gente no tendrás problemas de ruidos por la noche.
Ayame esperó pacientemente, mirando por la ventana, mientras Ranko terminaba de acomodarse. Para cuando se sintió lista para partir, volvieron a salir y cerraron la puerta de la habitación. Sin embargo, cuando estaban bajando las escaleras e iban por el primer piso, Ayame se detuvo en seco y retuvo a Ranko por el brazo.
—Espera. ¿Oyes eso?
A Ranko le costaría oírlo. Le costaría mucho. Pero al poco detectó las voces que subían desde la recepción. Y aún así, no consiguió escucharlas con claridad.
—¡Las [...] arriba, [...] pueda verlas! ¡Ya estás [...] esa [...] fuerte, [...]!
Ayame la miraba con intensidad, esperando su reacción.