14/09/2019, 19:55
(Última modificación: 14/09/2019, 19:55 por Aotsuki Ayame.)
—¿Cómo son? —preguntó la de Kusagakure—. ¿Iban armados? ¿Usaron alguna técnica?
—No... no... técnicas no... —respondió el tabernero en voz baja, mientras mirada a sus espaldas, temeroso de ver aparecer a alguno de sus captores por el pasillo—. Llevaban cuchillos, armas y... y uno de ellos llevaba algo atado al pecho... Algo que brillaba. Dijeron... dijeron que si uno de nosotros hacía alguna tontería... volaríamos todos por los aires...
Ayame palideció al escucharlo.
—¿Q-qué piensa Ayame-san? —preguntó Ranko.
—Pienso que estamos tratando con una banda kamikaze o algo así... —susurró ella, mientras se desatornillaba la bandana de su brazo y la guardaba tras su espalda, en el portaobjetos—. Si nos ven, y se dan cuenta de que hay dos kunoichi en la posada con ellos se pondrán muy nerviosos...
—¡¡¿¿Es que no nos has oído??!! ¡¡Ponte de putas rodillas o te dibujaremos una sonrisa de sangre en ese cuello tan bonito que tienes!! —escucharon en la recepción, seguido de un alarido de terror.
El tabernero, temblando de pies a cabeza, echó a correr escaleras arriba.
—Tenemos que hacer algo... —susurró Ayame.
—No... no... técnicas no... —respondió el tabernero en voz baja, mientras mirada a sus espaldas, temeroso de ver aparecer a alguno de sus captores por el pasillo—. Llevaban cuchillos, armas y... y uno de ellos llevaba algo atado al pecho... Algo que brillaba. Dijeron... dijeron que si uno de nosotros hacía alguna tontería... volaríamos todos por los aires...
Ayame palideció al escucharlo.
—¿Q-qué piensa Ayame-san? —preguntó Ranko.
—Pienso que estamos tratando con una banda kamikaze o algo así... —susurró ella, mientras se desatornillaba la bandana de su brazo y la guardaba tras su espalda, en el portaobjetos—. Si nos ven, y se dan cuenta de que hay dos kunoichi en la posada con ellos se pondrán muy nerviosos...
—¡¡¿¿Es que no nos has oído??!! ¡¡Ponte de putas rodillas o te dibujaremos una sonrisa de sangre en ese cuello tan bonito que tienes!! —escucharon en la recepción, seguido de un alarido de terror.
El tabernero, temblando de pies a cabeza, echó a correr escaleras arriba.
—Tenemos que hacer algo... —susurró Ayame.