26/11/2015, 13:23
La peliblanca se acababa de desviar del camino principal para seguir en dirección al valle, puesto que este se desviaba hacia el Noreste para terminar rodeando el lugar. La nueva senda, a diferencia de la anterior, era un pequeño sendero de tierra de nos más de dos metros de ancho (quizás un poco menos) que serpenteaba entre los árboles y arbustos.
Apenas podía ver el cielo gris que parecía amenazar tormenta o quizás se estaba tomando un respiro, pues la joven podía sentir como sus pasos se hundían en la tierra mojada.
Ajena al riesgo de terminar mojada, Mitsuki, avanzaba distraída observando la flora de aquel lugar. Era muy diferente a la que estaba acostumbrada, de hecho, desde que estaba en el continente no había visto más que árboles de mil formas diferentes. La variedad sin duda era mayor que en su lugar de origen, quizás fuese por el gran abanico de climas que había podido disfrutar en sus pocos trayectos o al menos eso era lo que ella pensaba.
Sus pasos la llevaron a atravesar el lindero del bosque, quedando justo frente al gran lago que surtía de agua a la catarata que se adueñaba del lugar con su ensordecedor sonido. La primera impresión de la Hyuga fue dar la razón a todos los que le habían recomendado ir a ese lugar, aquellas tres enormes estatuas rodeadas por agua y bosque tenían algo que dejaría a cualquiera sin palabras. Sin duda era un lugar digno de su leyenda, un monumento a la altura de la hazaña que conmemoraban.
Mitsuki avanzó unos pasos, alejándose del linde del bosque en dirección a la orilla del lago. Justo cuando avanzaba se dio cuenta que bastante cerca de ella, apenas unos metros a su derecha había alguien que también parecía estar absorbida por el lugar. Aunque tan sólo pudo ver el perfil, cantaba a la vista que debía de ser una kunoichi (como ella ahora mismo), el brillo metálico en su frente y aquellos ropajes entre tonos azulados y violáceos casi lo confirmaban.
No era la primera vez que la Hyuga se topaba con alguien de otra aldea, ni tampoco la primera vez que lo hacía fuera de una ciudad. Aún así se sentía un poco nerviosa, ¿sería de taki o de otra aldea? La verdad es que no lo sabría hasta que se girase y pudiese ver el símbolo de su bandana. Sin embargo, esta vez decidió apartar sus dudas y tratar de no seguir titubeando en todo. Sin más preámbulos, decidió romper el hielo mientras dejaba que su mirada se perdiese en el paisaje.
—Es precioso...— comento la joven que avanzó hasta quedar justo a la derecha de la joven, separada por apenas un par de metros o quizás un poco más. Lo hizo con voz suave y sin disimular sus pasos, no quería asustar a la otra kunoichi pero tampoco quería forzar la situación.
Apenas podía ver el cielo gris que parecía amenazar tormenta o quizás se estaba tomando un respiro, pues la joven podía sentir como sus pasos se hundían en la tierra mojada.
Ajena al riesgo de terminar mojada, Mitsuki, avanzaba distraída observando la flora de aquel lugar. Era muy diferente a la que estaba acostumbrada, de hecho, desde que estaba en el continente no había visto más que árboles de mil formas diferentes. La variedad sin duda era mayor que en su lugar de origen, quizás fuese por el gran abanico de climas que había podido disfrutar en sus pocos trayectos o al menos eso era lo que ella pensaba.
Sus pasos la llevaron a atravesar el lindero del bosque, quedando justo frente al gran lago que surtía de agua a la catarata que se adueñaba del lugar con su ensordecedor sonido. La primera impresión de la Hyuga fue dar la razón a todos los que le habían recomendado ir a ese lugar, aquellas tres enormes estatuas rodeadas por agua y bosque tenían algo que dejaría a cualquiera sin palabras. Sin duda era un lugar digno de su leyenda, un monumento a la altura de la hazaña que conmemoraban.
Mitsuki avanzó unos pasos, alejándose del linde del bosque en dirección a la orilla del lago. Justo cuando avanzaba se dio cuenta que bastante cerca de ella, apenas unos metros a su derecha había alguien que también parecía estar absorbida por el lugar. Aunque tan sólo pudo ver el perfil, cantaba a la vista que debía de ser una kunoichi (como ella ahora mismo), el brillo metálico en su frente y aquellos ropajes entre tonos azulados y violáceos casi lo confirmaban.
No era la primera vez que la Hyuga se topaba con alguien de otra aldea, ni tampoco la primera vez que lo hacía fuera de una ciudad. Aún así se sentía un poco nerviosa, ¿sería de taki o de otra aldea? La verdad es que no lo sabría hasta que se girase y pudiese ver el símbolo de su bandana. Sin embargo, esta vez decidió apartar sus dudas y tratar de no seguir titubeando en todo. Sin más preámbulos, decidió romper el hielo mientras dejaba que su mirada se perdiese en el paisaje.
—Es precioso...— comento la joven que avanzó hasta quedar justo a la derecha de la joven, separada por apenas un par de metros o quizás un poco más. Lo hizo con voz suave y sin disimular sus pasos, no quería asustar a la otra kunoichi pero tampoco quería forzar la situación.