26/09/2019, 23:10
—Tampoco puedo desactivarlos —respondió Ranko, hablando lentamente para que Ayame la escuchara.
Pero por supuesto que la escuchó, alto y claro. Prueba de ello era el color inexistente de sus mejillas al palidecer de terror. Si ninguna de las dos sabían desactivar sellos, ¿cómo iban a salvar a toda aquella gente sin que se inmolara en el proceso? ¿Cómo iban a sobrevivir? ¿Cómo...?
—Pero si lo noqueo sin tocarlos —continuó la de Kusagakure—, tendremos un poco más de tiempo para alejar la explosión. Puedo hacer eso también. Creo.
Ayame expulsó el aire por la nariz, lentamente, y hundió los hombros. No les quedaban muchas más opciones, y quedarse de brazos cruzados, allí arrodilladas, desde luego no era una de ellas.
—Vale... Prepárate para actuar. Si todo sale bien los tres comenzarán a acercarse hacia aquí. Céntrate en el de los sellos, es nuestra prioridad —le indicó, mientras juntaba las manos disimuladamente en tres sellos.
Y entonces comenzó a cantar. Era una melodía sin letra, simplemente tarareada al aire, pero el chakra impreso en su voz le confería un aire místico, etéreo y, sobre todo, magnético como un imán. Los tres bandidos callaron sus voceríos al unísono y fijaron sus ojos como platos en Ayame, que seguía cantando como si fuera lo más normal del mundo en una situación como aquella. No fueron los únicos, los rehenes también se quedaron mirándola, absolutamente extrañados ante lo inusual de aquella escena. Pero fue poco después cuando, lentamente, los tres malhechores comenzaron a andar hacia ella, mudos, absortos, casi hipnotizados. El último en comenzar a andar fue el de los explosivos. Pero las dos kunoichi sabían que aquel debía ser el primero en caer.
Pero por supuesto que la escuchó, alto y claro. Prueba de ello era el color inexistente de sus mejillas al palidecer de terror. Si ninguna de las dos sabían desactivar sellos, ¿cómo iban a salvar a toda aquella gente sin que se inmolara en el proceso? ¿Cómo iban a sobrevivir? ¿Cómo...?
—Pero si lo noqueo sin tocarlos —continuó la de Kusagakure—, tendremos un poco más de tiempo para alejar la explosión. Puedo hacer eso también. Creo.
Ayame expulsó el aire por la nariz, lentamente, y hundió los hombros. No les quedaban muchas más opciones, y quedarse de brazos cruzados, allí arrodilladas, desde luego no era una de ellas.
—Vale... Prepárate para actuar. Si todo sale bien los tres comenzarán a acercarse hacia aquí. Céntrate en el de los sellos, es nuestra prioridad —le indicó, mientras juntaba las manos disimuladamente en tres sellos.
Y entonces comenzó a cantar. Era una melodía sin letra, simplemente tarareada al aire, pero el chakra impreso en su voz le confería un aire místico, etéreo y, sobre todo, magnético como un imán. Los tres bandidos callaron sus voceríos al unísono y fijaron sus ojos como platos en Ayame, que seguía cantando como si fuera lo más normal del mundo en una situación como aquella. No fueron los únicos, los rehenes también se quedaron mirándola, absolutamente extrañados ante lo inusual de aquella escena. Pero fue poco después cuando, lentamente, los tres malhechores comenzaron a andar hacia ella, mudos, absortos, casi hipnotizados. El último en comenzar a andar fue el de los explosivos. Pero las dos kunoichi sabían que aquel debía ser el primero en caer.