29/09/2019, 13:35
Ayame seguía con la mirada perdida en el fondo del vagón, incapaz de creer lo que acababa de ver. El vagón desencajándose violentamente, el estruendo del metal y la madera desgajándose y astillándose con cada vuelta de campana... Mogura... Mogura seguía allí dentro.
Eri la agitó de repente, devolviéndola a la realidad.
—¡No hay tiempo que perder, vamos a ver qué ocurre! —exclamó, y Ayame se sintió abofeteada.
El ferrocarril. El ferrocarril seguía acelerando.
—S... sí... —balbuceó, sacudiendo la cabeza y reincorporándose con debilidad.
«Por favor, que esté bien... que esté bien...» Rogaba para sus adentros. Poco más podía hacer.
Eri y Ayame atravesaron el vagón central y saltaron al primero tal y como habían hecho minutos atrás. En aquella ocasión, por suerte, el coche no se desprendió como había ocurrido con el último, y no sufrieron más sobresaltos que algún que otro bache que les hizo perder el equilibrio momentáneamente. Para cuando iban por la mitad del vagón; sin embargo, la puerta que tenían en frente se abrió súbitamente y el conductor se abalanzó sobre ellas entre trompicones.
—¡POR FAVOR, AYUDA! —bramaba, con lágrimas de desesperación en los ojos, agarrándose a las ropas de Eri.
—¿Qué narices está pasando? —preguntó Ayame.
—N... ¡No lo sé! ¡El ferrocarril ha perdido el control! ¡No deja de acelerar y los frenos no funcionan! ¡Si seguimos así...! ¡Si seguimos así...!
«Moriremos estampados.»
—¡NOS ESTRELLAREMOS CONTRA USHI!
A Ayame se le congeló la sangre en las venas al escucharlo. Rápidamente se abalanzó sobre la ventana que tenía más cerca. El ferrocarril estaba atravesando el Bosque de la Hoja en aquellos instantes, y los árboles pasaban a toda velocidad frente a sus ojos. No podía ver nada.
—¿Cuánto tiempo tenemos?
—C... C... Cinco minutos... a lo sumo... —balbuceó el conductor, con un hilo de voz.
—¡NO!
Eri la agitó de repente, devolviéndola a la realidad.
—¡No hay tiempo que perder, vamos a ver qué ocurre! —exclamó, y Ayame se sintió abofeteada.
El ferrocarril. El ferrocarril seguía acelerando.
—S... sí... —balbuceó, sacudiendo la cabeza y reincorporándose con debilidad.
«Por favor, que esté bien... que esté bien...» Rogaba para sus adentros. Poco más podía hacer.
Eri y Ayame atravesaron el vagón central y saltaron al primero tal y como habían hecho minutos atrás. En aquella ocasión, por suerte, el coche no se desprendió como había ocurrido con el último, y no sufrieron más sobresaltos que algún que otro bache que les hizo perder el equilibrio momentáneamente. Para cuando iban por la mitad del vagón; sin embargo, la puerta que tenían en frente se abrió súbitamente y el conductor se abalanzó sobre ellas entre trompicones.
—¡POR FAVOR, AYUDA! —bramaba, con lágrimas de desesperación en los ojos, agarrándose a las ropas de Eri.
—¿Qué narices está pasando? —preguntó Ayame.
—N... ¡No lo sé! ¡El ferrocarril ha perdido el control! ¡No deja de acelerar y los frenos no funcionan! ¡Si seguimos así...! ¡Si seguimos así...!
«Moriremos estampados.»
—¡NOS ESTRELLAREMOS CONTRA USHI!
A Ayame se le congeló la sangre en las venas al escucharlo. Rápidamente se abalanzó sobre la ventana que tenía más cerca. El ferrocarril estaba atravesando el Bosque de la Hoja en aquellos instantes, y los árboles pasaban a toda velocidad frente a sus ojos. No podía ver nada.
—¿Cuánto tiempo tenemos?
—C... C... Cinco minutos... a lo sumo... —balbuceó el conductor, con un hilo de voz.
—¡NO!