7/10/2019, 14:53
Hubo un pequeño grito de victoria en la mente de Ranko al ver al hombre caer ante la ráfaga de patadas. Tal como lo había planeado, se apresuró para sostener al hombre por los hombros y a moverse para poder arrastrarlo hacia la puerta. Ayame le hizo un gesto, indicándole que hiciera precisamente eso. La Kusajin asintió, moviéndose tan pronto como pudiese, sin agitar demasiado al hombre. Los sellos explosivos normales no eran tan delicados como para activarse con el movimiento, pero no estaba de más ser cuidadosa.
Los criminales habían atrancado la puerta por medio de unas piezas de madera, encajadas justo debajo del picaporte, de manera que no se podría abrir desde afuera. Sin embargo, no sería mucho problema quitarlas desde dentro. Estaban firmemente puestas, así que le costó a Ranko un par de patadas poder apartarlas. Cuando al fin pudo abrir la puerta, volteó a ver a Ayame. En ese momento eran dos Ayames: una había derribado al primer maleante, mientras que a la otra se le dificultaba enfrentarse al segundo. Una chispa de confrontación surgió en Ranko.
”¡Debería ir a ayudarla! ¡No debería de dejarla sola con dos… no, tres de los terroristas! No. En realidad no debería. Yo tengo otra misión: ¡debo de alejar a este hombre! ¡En cuanto sea seguro, regresaré a por ella!”
No sabía si la gente que estaba atrapada en la posada aprovecharía para escapar, pues ni siquiera le pasó por la mente. Lo que dominó su pensar fue la potencial explosión. Tal como le había dicho a la chica de la luna, no sabía desactivar sellos explosivos. Y arrancarlos sólo los activaría. Es más: sólo tendría que activar uno, el resto se encendería en cadena, o al menos así lo estimó ella. ¿Qué podría hacer, entonces?
Alejarlos lo más posible, eso es.
Tomó rumbo hacia el este, pues las kunoichi habían entrado desde el noroeste, y Ranko calculaba que sería demasiado tiempo para recorrer antes de salir de la ciudad.
”Estoy casi segurísima que Yachi no tiene ninjas… Aunque tal vez… ¡sí! ¡Es posible, aunque ligeramente, que alguien pueda ayudarme!”
—¡A-ayuda! —comenzó, aunque la voz no le dio para gritar tan fuerte. Pensó un segundo cómo decirlo sin que sonara a que era ella quien amenazaba con una bomba —. ¡E-este hombre ti-tiene una bomba! ¡Ayuda!
Claro, Ranko no tendría en cuenta la reacción de la gente. ¿Le ayudaría alguien? ¿Se apartarían para que ella lograra arrastar a un hombre inconsciente fuera de la ciudad? ¿Entrarían en pánico y harían todo más difícil? Nada surcó la mente de la artista marcial, excepto una cosa.
Si lograra alejar al hombre ¿qué pasaría? ¿Lo dejaría allí, sin guardia, y regresaría? ¿O activaría los sellos y escaparía rápidamente para que sólo le afectaran a él?
¡Qué horribles pensamientos! Este hombre merece un juicio y una sentencia según la ley ¿la ley de Yachi? ¡Y no una explosión!”
Ranko avanzaría hacia el este con paso firme, con un hombre explosivo a cuestas.
Los criminales habían atrancado la puerta por medio de unas piezas de madera, encajadas justo debajo del picaporte, de manera que no se podría abrir desde afuera. Sin embargo, no sería mucho problema quitarlas desde dentro. Estaban firmemente puestas, así que le costó a Ranko un par de patadas poder apartarlas. Cuando al fin pudo abrir la puerta, volteó a ver a Ayame. En ese momento eran dos Ayames: una había derribado al primer maleante, mientras que a la otra se le dificultaba enfrentarse al segundo. Una chispa de confrontación surgió en Ranko.
”¡Debería ir a ayudarla! ¡No debería de dejarla sola con dos… no, tres de los terroristas! No. En realidad no debería. Yo tengo otra misión: ¡debo de alejar a este hombre! ¡En cuanto sea seguro, regresaré a por ella!”
No sabía si la gente que estaba atrapada en la posada aprovecharía para escapar, pues ni siquiera le pasó por la mente. Lo que dominó su pensar fue la potencial explosión. Tal como le había dicho a la chica de la luna, no sabía desactivar sellos explosivos. Y arrancarlos sólo los activaría. Es más: sólo tendría que activar uno, el resto se encendería en cadena, o al menos así lo estimó ella. ¿Qué podría hacer, entonces?
Alejarlos lo más posible, eso es.
Tomó rumbo hacia el este, pues las kunoichi habían entrado desde el noroeste, y Ranko calculaba que sería demasiado tiempo para recorrer antes de salir de la ciudad.
”Estoy casi segurísima que Yachi no tiene ninjas… Aunque tal vez… ¡sí! ¡Es posible, aunque ligeramente, que alguien pueda ayudarme!”
—¡A-ayuda! —comenzó, aunque la voz no le dio para gritar tan fuerte. Pensó un segundo cómo decirlo sin que sonara a que era ella quien amenazaba con una bomba —. ¡E-este hombre ti-tiene una bomba! ¡Ayuda!
Claro, Ranko no tendría en cuenta la reacción de la gente. ¿Le ayudaría alguien? ¿Se apartarían para que ella lograra arrastar a un hombre inconsciente fuera de la ciudad? ¿Entrarían en pánico y harían todo más difícil? Nada surcó la mente de la artista marcial, excepto una cosa.
Si lograra alejar al hombre ¿qué pasaría? ¿Lo dejaría allí, sin guardia, y regresaría? ¿O activaría los sellos y escaparía rápidamente para que sólo le afectaran a él?
¡Qué horribles pensamientos! Este hombre merece un juicio y una sentencia según la ley ¿la ley de Yachi? ¡Y no una explosión!”
Ranko avanzaría hacia el este con paso firme, con un hombre explosivo a cuestas.
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