7/10/2019, 19:07
(Última modificación: 7/10/2019, 19:08 por Uchiha Akame. Editado 1 vez en total.)
Mientras los jóvenes genin de la Hierba conversaban en su compartimento y dejaban sus pertenencias en los pequeños armaritos a su disposición, dos ilustres pasajeros parecieron encontrarse en el mismo pasillo; al estar la puerta abierta, tanto Kazuma como Kazui pudieron ver de quién se trataba.
Uno era un hombre alto y de buena planta, de pelo negro repeinado hacia atrás, gafas redondas de montura muy fina y bigote y perilla al estilo de los ricos comerciantes del País de la Tierra. Rondaba los cuarenta Veranos y vestía un lujoso haori carmesí encima de sus otras prendas, dándole un toque muy distintivo. La otra era una mujer bien entrada en años —debía tener no menos de sesenta—, de pelo rubio pajizo y ojos muy claros. Pálida como la leche, llevaba con la elegancia adquirida de quien se ha criado entre la alta sociedad desde su nacimiento, un kimono azul muy bonito.
—Horiuchi Sasha, mi señora, qué absoluto privilegio verla aquí —la saludó el tipo del haori carmesí, con una exagerada reverencia y una sonrisa de lobo en los labios—. No tenía conocimiento de que fuera a deleitarnos con su ilustre presencia.
El tipo hablaba como todo un charlatán de lengua de plata, pero sus palabras no parecían causar reverencia a la noble, sino todo lo contrario; un asco mal disimulado. Ella correspondió a la reverencia con una inclinación de cabeza.
—Shinjo Kyoku-san —la propia mención de aquel nombre parecía resultarle muy desagradable—. Me halagáis —su rostro decía lo contrario—, pero debéis saber que el don de la omnisciencia es concedido tan sólo a los dioses. Resulta muy pretencioso por vuestra parte insinuar siquiera que podríais alcanzar semejante clarividencia, la necesaria como para conocer el listado de pasajeros del Expreso.
El otro encajó el golpe como pudo, haciendo otra inclinación de cabeza, y se apartó para dejar paso a la noble.
—Como he dicho, es un placer veros, Horiuchi-sama —remarcó, ladino—. Que disfrutéis del viaje.
Horiuchi Sasha se limitó a dedicarle una mirada severa y a pasar de largo, seguida —los ninjas pudieron ver entonces que iba acompañada— de otra mujer joven y fornida, de rasgos similares pero indumentaria mucho más humilde, que debía ser su criada. Cuando ambas pasaron, Shinjo Kyoku le dedicó una mirada mucho más hostil, y luego se marchó en dirección al vagón restaurante; la hora de servir la cena estaba a punto de comenzar.
Uno era un hombre alto y de buena planta, de pelo negro repeinado hacia atrás, gafas redondas de montura muy fina y bigote y perilla al estilo de los ricos comerciantes del País de la Tierra. Rondaba los cuarenta Veranos y vestía un lujoso haori carmesí encima de sus otras prendas, dándole un toque muy distintivo. La otra era una mujer bien entrada en años —debía tener no menos de sesenta—, de pelo rubio pajizo y ojos muy claros. Pálida como la leche, llevaba con la elegancia adquirida de quien se ha criado entre la alta sociedad desde su nacimiento, un kimono azul muy bonito.
—Horiuchi Sasha, mi señora, qué absoluto privilegio verla aquí —la saludó el tipo del haori carmesí, con una exagerada reverencia y una sonrisa de lobo en los labios—. No tenía conocimiento de que fuera a deleitarnos con su ilustre presencia.
El tipo hablaba como todo un charlatán de lengua de plata, pero sus palabras no parecían causar reverencia a la noble, sino todo lo contrario; un asco mal disimulado. Ella correspondió a la reverencia con una inclinación de cabeza.
—Shinjo Kyoku-san —la propia mención de aquel nombre parecía resultarle muy desagradable—. Me halagáis —su rostro decía lo contrario—, pero debéis saber que el don de la omnisciencia es concedido tan sólo a los dioses. Resulta muy pretencioso por vuestra parte insinuar siquiera que podríais alcanzar semejante clarividencia, la necesaria como para conocer el listado de pasajeros del Expreso.
El otro encajó el golpe como pudo, haciendo otra inclinación de cabeza, y se apartó para dejar paso a la noble.
—Como he dicho, es un placer veros, Horiuchi-sama —remarcó, ladino—. Que disfrutéis del viaje.
Horiuchi Sasha se limitó a dedicarle una mirada severa y a pasar de largo, seguida —los ninjas pudieron ver entonces que iba acompañada— de otra mujer joven y fornida, de rasgos similares pero indumentaria mucho más humilde, que debía ser su criada. Cuando ambas pasaron, Shinjo Kyoku le dedicó una mirada mucho más hostil, y luego se marchó en dirección al vagón restaurante; la hora de servir la cena estaba a punto de comenzar.