8/10/2019, 17:27
En efecto, aquella era nada más y nada menos que Kobayashi Koe, la solicitante de la misión. Tanto Karamaru como Kisame tuvieron a bien ponerse rectos y presentables, incluso el primero dejó de lado su habitual desparpajo al hablar para realizar una presentación que, si bien en los estrictos dojos de Kusagakure o en la Academia de las Olas de Uzushiogakure se hubiera considerado escasa y pobremente pasable, a la señora Kobayashi le pareció suficientemente formal. La señora asintió, conforme aunque nerviosa, cuando le preguntaron por los detalles.
—Antes de nada, pasad, pasad jóvenes —les dijo, aunque ella no se veía como una anciana precisamente—. Las calles tienen oídos y en este barrio hay mucha vieja chismosa, alimentar sus habladurías sobre mí o sobre mis negocios es lo último que quiero.
Koe se dio media vuelta e invitó a pasar a los genin con un gesto de su mano; cuando lo hubieran hecho, cerraría la puerta con un sonoro portazo.
El interior de la casa era tan lujoso y amplio como podía imaginarse a partir de su aspecto exterior. Nada más entrar los muchachos se encontraron en un hall muy amplio, de paredes blancas decoradas con exquisito gusto: cuadros de los mejores artistas de Oonindo, alfombras y telas exóticas del País del Viento, esculturas antiguas de los lugares más recónditos del continente y otras piezas de mucho valor. Algunos pedestales estaban vacíos, no obstante, igual que había huecos entre los cuadros y las telas. Huecos en los cuales, presumiblemente, en otro momento había colgado alguna pieza.
La señora Kobayashi les llevó a través del hall a subir unas preciosas escaleras talladas en mármol, en dirección a una opulenta salita de estar. En ella había varios sillones muy cómodos; Koe se sentó en uno de ellos, pero no invitó a los genin a hacer lo mismo. Parecía acostumbrada a diferenciarse del servicio.
—Veréis, shinobis, tengo un grave problema... ¡Me han lanzado una maldición! Antes de que dudéis de mi palabra, debo deciros que estoy completamente convencida. Alguien ha hechizado mi casa para atar un maligno espíritu a estos muros, un ente demoníaco que me habla y al que sólo yo puedo oír... —se estremeció al hablar de ello, mirando a un lado y a otro—. ¡Debéis ayudarme! No puedo seguir viviendo así, me tiene loca.
—Antes de nada, pasad, pasad jóvenes —les dijo, aunque ella no se veía como una anciana precisamente—. Las calles tienen oídos y en este barrio hay mucha vieja chismosa, alimentar sus habladurías sobre mí o sobre mis negocios es lo último que quiero.
Koe se dio media vuelta e invitó a pasar a los genin con un gesto de su mano; cuando lo hubieran hecho, cerraría la puerta con un sonoro portazo.
El interior de la casa era tan lujoso y amplio como podía imaginarse a partir de su aspecto exterior. Nada más entrar los muchachos se encontraron en un hall muy amplio, de paredes blancas decoradas con exquisito gusto: cuadros de los mejores artistas de Oonindo, alfombras y telas exóticas del País del Viento, esculturas antiguas de los lugares más recónditos del continente y otras piezas de mucho valor. Algunos pedestales estaban vacíos, no obstante, igual que había huecos entre los cuadros y las telas. Huecos en los cuales, presumiblemente, en otro momento había colgado alguna pieza.
La señora Kobayashi les llevó a través del hall a subir unas preciosas escaleras talladas en mármol, en dirección a una opulenta salita de estar. En ella había varios sillones muy cómodos; Koe se sentó en uno de ellos, pero no invitó a los genin a hacer lo mismo. Parecía acostumbrada a diferenciarse del servicio.
—Veréis, shinobis, tengo un grave problema... ¡Me han lanzado una maldición! Antes de que dudéis de mi palabra, debo deciros que estoy completamente convencida. Alguien ha hechizado mi casa para atar un maligno espíritu a estos muros, un ente demoníaco que me habla y al que sólo yo puedo oír... —se estremeció al hablar de ello, mirando a un lado y a otro—. ¡Debéis ayudarme! No puedo seguir viviendo así, me tiene loca.