8/10/2019, 17:38
Los muchachos apenas tuvieron que atravesar un par de vagones para llegar al vagón restaurante, por el que antes habían pasado. Ahora podrían ver que estaba mucho más concurrido, y no sólo en las mesas, sino que había un par de meseros con el uniforme del personal de servicio del tren bien abotonado, sirviendo a los comensales. Traían platos de acá para allá, todos con un aroma delicioso, así como botellas de vino de apariencia cara, champán y demás bebidas dignas de gente con los bolsillos llenos.
—¡Jóvenes shinobi!
Yusui, con sus ojos azules y sus rizos anaranjados, llamó la atención de los ninjas. Con un gesto de su mano les invitó a sentarse en una de las pocas mesas libres del vagón, con dos sillas, un mantel blanco muy pulcro y dos juegos de cubertería de oro con vasos igualmente lujosos.
—Aquí tienen los menús —les dijo, dejándole a cada uno una carpeta finamente encuadernada que contenía todos los entrantes, primeros, segundos, postres y bebidas—. Si desean algo fuera de la carta, no tienen más que decírmelo.
El menú estaba compuesto de multitud de platos exquisitos, de nombres un tanto raros —aquellos dos genin no habían probado nada así en sus pobres vidas— y, por supuesto, sin la indicación de los precios. Así era en la alta sociedad, donde se asumía que todos sus integrantes tenían suficiente dinero como para considerar a éste un mero accesorio estético.
—¡Jóvenes shinobi!
Yusui, con sus ojos azules y sus rizos anaranjados, llamó la atención de los ninjas. Con un gesto de su mano les invitó a sentarse en una de las pocas mesas libres del vagón, con dos sillas, un mantel blanco muy pulcro y dos juegos de cubertería de oro con vasos igualmente lujosos.
—Aquí tienen los menús —les dijo, dejándole a cada uno una carpeta finamente encuadernada que contenía todos los entrantes, primeros, segundos, postres y bebidas—. Si desean algo fuera de la carta, no tienen más que decírmelo.
El menú estaba compuesto de multitud de platos exquisitos, de nombres un tanto raros —aquellos dos genin no habían probado nada así en sus pobres vidas— y, por supuesto, sin la indicación de los precios. Así era en la alta sociedad, donde se asumía que todos sus integrantes tenían suficiente dinero como para considerar a éste un mero accesorio estético.