12/10/2019, 17:12
(Última modificación: 12/10/2019, 17:30 por Umikiba Kaido. Editado 3 veces en total.)
Era una tarde apagada, lúgubre, y extraña. Extraña porque aún era verano, pero el otoño estaba tan cerca que ya los tiempos estaban mutando. Y hablando de mutar, la frondosa vegetación del Bosque de los Hongos también lo hacía. Su fauna, extensa y desconocida; cambiaba. En un proceso de adaptación que existía desde tiempos inmemorables.
Puede que los lugareños estuvieran acostumbrados a esos cambios. A que, por ejemplo, las hortensias cambiaban de color y por tanto, era difícil distinguirla de una hydra venenosa. Kincho, no obstante, era un hombre ajeno a un país como aquél. Él, que venía del País del Viento, un tipo nacido y criado en el mismísimo desierto, tenía que estar acostumbrado a otras cosas.
Allí, a mitad del claro, lucía casi que perdido. Vislumbraba unos matorrales, tratando de decidir si aquello era comestible, o no.
Pero: ¿quién era Kincho?
Kincho era un hombrecito bastante alto, delgado, y porqué no; un poco moreno. Su piel lucía pequeñas marcas acaecidas por el inclemente sol que hacía en su tierra natal de Inaka. Llevaba una especie de turbante que protegía su cabeza, un chaleco color arena y unos pantalones oscuros que hacía juego con sus sandalias cerradas. Tenía los ojos verdes, la nariz ligeramente chueca y de su oreja colgaba un pendiente.
Puede que los lugareños estuvieran acostumbrados a esos cambios. A que, por ejemplo, las hortensias cambiaban de color y por tanto, era difícil distinguirla de una hydra venenosa. Kincho, no obstante, era un hombre ajeno a un país como aquél. Él, que venía del País del Viento, un tipo nacido y criado en el mismísimo desierto, tenía que estar acostumbrado a otras cosas.
Allí, a mitad del claro, lucía casi que perdido. Vislumbraba unos matorrales, tratando de decidir si aquello era comestible, o no.
Pero: ¿quién era Kincho?
Kincho era un hombrecito bastante alto, delgado, y porqué no; un poco moreno. Su piel lucía pequeñas marcas acaecidas por el inclemente sol que hacía en su tierra natal de Inaka. Llevaba una especie de turbante que protegía su cabeza, un chaleco color arena y unos pantalones oscuros que hacía juego con sus sandalias cerradas. Tenía los ojos verdes, la nariz ligeramente chueca y de su oreja colgaba un pendiente.