14/10/2019, 00:30
Una voz, de pronto, le sacó de su absorto ensimismamiento. Sus ojos perlados se torcieron hasta la figura del muchacho que interrumpió su proceso introspectivo, y éstos se iluminaron, como aquél destello que surge allí cuando la sorpresa te invade de pronto.
Kincho nunca había estado en el País del Bosque, esa era la primera vez que cruzaba esos caminos. Y ese chico nunca había visitado al País del Viento. Pero haciendo caso omiso a todos estos pronósticos, Kincho y Daigo se conocían, pero sólo uno de ellos lo sabía con certeza.
—Oh, joven, sí. Todo va bien. Yo, un humilde viajero de tierras lejanas, me encuentro aquí en la búsqueda de provisiones que hagan de mi viaje hasta las Tierras del Rayo un transcurso más ameno —canturreó el hombre con tono meloso. No obstante, Daigo sintió que algo en aquella voz le resultaba indudablemente familiar. Era profunda, áspera y poco amena. Y aunque no parecía desentonar demasiado con la apariencia de Kincho, no era el rostro del viajero el que veía cuando le escuchaba, sino el de un viejo tormento suyo. Uno azul, feo, con dientes aserrados y una espada más grande que él mismo—. lamentablemente, la fauna de éste país me es distante y desconocida, pues entenderá que allá en el País del viento, del cuál soy oriundo, carecemos de tan frondosa flora. Quizás pueda usted ayudarme, ya que luce más diestro en el tema. Puedo darle unas monedas por la ayuda, si le estoy reteniendo demasiado tiempo con mi abrumadora cháchara.
Kincho nunca había estado en el País del Bosque, esa era la primera vez que cruzaba esos caminos. Y ese chico nunca había visitado al País del Viento. Pero haciendo caso omiso a todos estos pronósticos, Kincho y Daigo se conocían, pero sólo uno de ellos lo sabía con certeza.
—Oh, joven, sí. Todo va bien. Yo, un humilde viajero de tierras lejanas, me encuentro aquí en la búsqueda de provisiones que hagan de mi viaje hasta las Tierras del Rayo un transcurso más ameno —canturreó el hombre con tono meloso. No obstante, Daigo sintió que algo en aquella voz le resultaba indudablemente familiar. Era profunda, áspera y poco amena. Y aunque no parecía desentonar demasiado con la apariencia de Kincho, no era el rostro del viajero el que veía cuando le escuchaba, sino el de un viejo tormento suyo. Uno azul, feo, con dientes aserrados y una espada más grande que él mismo—. lamentablemente, la fauna de éste país me es distante y desconocida, pues entenderá que allá en el País del viento, del cuál soy oriundo, carecemos de tan frondosa flora. Quizás pueda usted ayudarme, ya que luce más diestro en el tema. Puedo darle unas monedas por la ayuda, si le estoy reteniendo demasiado tiempo con mi abrumadora cháchara.