14/10/2019, 16:48
Ante la exuberante fuerza del extranjero, Tsukiyima Daigo resaltó su sorpresa antes de presentarse él mismo. Kincho puso cara de circunstancia ante tan inusual nombre y le sonrió grácil con esos dientes suyos que, a diferencia del real; eran pequeños, y perfectamente organizados. Tan blancos como la nieve que, en su experiencia como un hombre del desierto, nunca había conocido.
—Oh, joven Daigo-kun, si ya se lo he dicho antes. Este humilde viajero va camino a Kaminari no kuni. Se me dijo antes de partir que vuestras rutas eran más seguras, con un porcentaje indudablemente menor de contratiempos que otros países. Supongo que usted es la muestra viviente de ello, oh noble ciudadano, que se ha ofrecido a ayudarme con mi búsqueda de provisiones.
Dígame, Daigo-kun; es ésto comestible? —indagó, señalando un matorral de frutos de un aspecto... desconocido para el.
—Oh, joven Daigo-kun, si ya se lo he dicho antes. Este humilde viajero va camino a Kaminari no kuni. Se me dijo antes de partir que vuestras rutas eran más seguras, con un porcentaje indudablemente menor de contratiempos que otros países. Supongo que usted es la muestra viviente de ello, oh noble ciudadano, que se ha ofrecido a ayudarme con mi búsqueda de provisiones.
Dígame, Daigo-kun; es ésto comestible? —indagó, señalando un matorral de frutos de un aspecto... desconocido para el.