16/10/2019, 13:38
(Última modificación: 16/10/2019, 13:39 por Uzumaki Eri.)
Eri se preparó mientras Ayame tomaba al maquinista e inflaba sus brazos. El temblor continuaba agitando el ferrocarril, acercándose cada vez más a Ushi y el horrible impacto que haría ese pedazo de metal contra el pequeño pueblo.
Su corazón bombeaba a toda velocidad, incapaz de controlarse o controlarlo, hasta que...
—¡AHORA!
El grito de Ayame resonó en sus oídos, y como si de un empujón se tratase, Eri saltó, sin saber bien dónde había ido a parar la otra kunoichi.
Ella había salido rodando por la inercia, impulsada por la velocidad a la que iba aquel armatoste y el parón que había recibido al saltar. Notó como las piedras y los trozos de madera se incrustaban en su piel y en la ropa, quemándola por la rozadura en la piel desnuda hasta que, de pronto, el movimiento paró y Eri ahogó un gemido de dolor que murió en su garganta, notando como se le escapaba todo el aire por el golpe.
Tenía la mente nublada hasta que, poco a poco, pudo abrir los ojos y sentir como el golpe iba haciendo mella, pero podría levantarse por suerte. Cuando Ushi cruzó su mente, sin embargo, olvidó momentáneamente los moratones que se formarían en su cuerpo y se levantó para ver si habría llegado o no el tren a su destino de la peor forma posible.
Lo vio tumbado delante de los primeros edificios y parcelas del lugar, parando todos los sonidos metálicos, el traqueteo, el chirrido de las vías... Todo.
—Menos mal... —pudo murmurar, llevándose una mano al pecho, pero rápidamente tosió por el esfuerzo, sujetándose con fuerza los pulmones. Tomó una bocanada de aire, y la soltó, luego repitió el proceso y cuando logró recomponerse, buscó con la mirada a su compañera de misión y el maquinista—. ¿Ayame? —llamó, girándose. En cuanto la vio se acercó despacio a ella—. ¿Estáis bien? —preguntó, una vez junto a ellos.
Su corazón bombeaba a toda velocidad, incapaz de controlarse o controlarlo, hasta que...
—¡AHORA!
El grito de Ayame resonó en sus oídos, y como si de un empujón se tratase, Eri saltó, sin saber bien dónde había ido a parar la otra kunoichi.
Ella había salido rodando por la inercia, impulsada por la velocidad a la que iba aquel armatoste y el parón que había recibido al saltar. Notó como las piedras y los trozos de madera se incrustaban en su piel y en la ropa, quemándola por la rozadura en la piel desnuda hasta que, de pronto, el movimiento paró y Eri ahogó un gemido de dolor que murió en su garganta, notando como se le escapaba todo el aire por el golpe.
Tenía la mente nublada hasta que, poco a poco, pudo abrir los ojos y sentir como el golpe iba haciendo mella, pero podría levantarse por suerte. Cuando Ushi cruzó su mente, sin embargo, olvidó momentáneamente los moratones que se formarían en su cuerpo y se levantó para ver si habría llegado o no el tren a su destino de la peor forma posible.
Lo vio tumbado delante de los primeros edificios y parcelas del lugar, parando todos los sonidos metálicos, el traqueteo, el chirrido de las vías... Todo.
—Menos mal... —pudo murmurar, llevándose una mano al pecho, pero rápidamente tosió por el esfuerzo, sujetándose con fuerza los pulmones. Tomó una bocanada de aire, y la soltó, luego repitió el proceso y cuando logró recomponerse, buscó con la mirada a su compañera de misión y el maquinista—. ¿Ayame? —llamó, girándose. En cuanto la vio se acercó despacio a ella—. ¿Estáis bien? —preguntó, una vez junto a ellos.