4/12/2015, 20:35
El verdugo de la humanidad deambulaba sin sentido apenas, su última aventura no había sido de lo más ideal, y casi le lleva a terminar su camino sin éxito en su misión. El desaliento no llegó a anidar en su pecho, mas el cansancio ya llegaba a ser sopesado. Tuvo suerte con esa chica rubia, suerte por no llamarlo de otra manera... el destino a veces es realmente irónico.
Su gabardina negra iba arrastrando todo lo que atrapaba a los pasos del chico, ya fuesen hierbajos o simple arenisca. A cada paso se acercaba, o alejaba, de aquél ,maldito valle. Ya no sabía si pensar que había sido bueno o malo, tan solo le quedaba esperar a ver qué clase de prueba le ponía en entredicho aquella shinobi de aldea inventada. No cabía en su cabeza que a su madre le hubiese dado por ese punto, jamás lo hubiese imaginado. Crear una aldea de shinobis para experimentar los efectos de la orquídea negra en esos especímenes era realmente una idea demente, y que un demente como Blame pensase eso ya daba qué decir.
Su cabellera blanca resplandecía en ausencia de color ante la fogosa luz del astro mayor. Quizás era mediodía, o quizás era ya mitad de la tarde. En esos días en los que uno no se siente ni persona, poco importa, la verdad. Tan solo le quedaba el andar.
— Te mataré... aunque en tu caso haré una excepción, y te haré sufrir un infierno antes de concederte la libertad... no mereces la salvación... eres... eres... — En la cabeza del chico ese pensamiento era tan intenso, que hasta su mismo pensar se hizo escapar entre palabras.
Andaba con los orbes de color dispar anudados al suelo, cabizbajo. Cuando quiso hacer frente a la realidad, se encontraba en frente de un enorme abismo. El lugar tenía otra tierra al frente, y a su diestra había un enorme puente que juntaba los dos continentes. Una estructura de madera, hierro y a saber qué mas que se imponía ante el poder de la naturaleza, vacilando a ésta como construcción humana que sobrepasaba esos límites físicos que intentaba imponer.
El Senju continuó su marcha hacia el lugar mas obvio, el único que le permitía pasar hacia su destino. Había de cruzar ese puente para ello, y no titubeó un instante, no temía a nada, menos a una estructura flotante.
Con parsimonia y penumbra sobre sus tétricos ropajes, el exiliado caminó hasta llegar al susodicho puente. Allí echó un vistazo, algo llamaba su atención. La gente parecía arremolinarse ante ésta estructura, como si de un lugar turístico se tratase. Habían desde fotógrafos hasta dibujantes que hacían de éste un lugar de ocio, aunque por suerte para el albino, no estaba del todo transcurrido.
Tomó con su mano la capucha, asegurándose de que la tenía bien arranchada a su espalda, tras lo cual tomó un largo camino hacia abajo, pasando primero por su cabellera sin color. En una leve pasada, peinó su desvirtuada media melena.
Su gabardina negra iba arrastrando todo lo que atrapaba a los pasos del chico, ya fuesen hierbajos o simple arenisca. A cada paso se acercaba, o alejaba, de aquél ,maldito valle. Ya no sabía si pensar que había sido bueno o malo, tan solo le quedaba esperar a ver qué clase de prueba le ponía en entredicho aquella shinobi de aldea inventada. No cabía en su cabeza que a su madre le hubiese dado por ese punto, jamás lo hubiese imaginado. Crear una aldea de shinobis para experimentar los efectos de la orquídea negra en esos especímenes era realmente una idea demente, y que un demente como Blame pensase eso ya daba qué decir.
Su cabellera blanca resplandecía en ausencia de color ante la fogosa luz del astro mayor. Quizás era mediodía, o quizás era ya mitad de la tarde. En esos días en los que uno no se siente ni persona, poco importa, la verdad. Tan solo le quedaba el andar.
— Te mataré... aunque en tu caso haré una excepción, y te haré sufrir un infierno antes de concederte la libertad... no mereces la salvación... eres... eres... — En la cabeza del chico ese pensamiento era tan intenso, que hasta su mismo pensar se hizo escapar entre palabras.
Andaba con los orbes de color dispar anudados al suelo, cabizbajo. Cuando quiso hacer frente a la realidad, se encontraba en frente de un enorme abismo. El lugar tenía otra tierra al frente, y a su diestra había un enorme puente que juntaba los dos continentes. Una estructura de madera, hierro y a saber qué mas que se imponía ante el poder de la naturaleza, vacilando a ésta como construcción humana que sobrepasaba esos límites físicos que intentaba imponer.
El Senju continuó su marcha hacia el lugar mas obvio, el único que le permitía pasar hacia su destino. Había de cruzar ese puente para ello, y no titubeó un instante, no temía a nada, menos a una estructura flotante.
Con parsimonia y penumbra sobre sus tétricos ropajes, el exiliado caminó hasta llegar al susodicho puente. Allí echó un vistazo, algo llamaba su atención. La gente parecía arremolinarse ante ésta estructura, como si de un lugar turístico se tratase. Habían desde fotógrafos hasta dibujantes que hacían de éste un lugar de ocio, aunque por suerte para el albino, no estaba del todo transcurrido.
Tomó con su mano la capucha, asegurándose de que la tenía bien arranchada a su espalda, tras lo cual tomó un largo camino hacia abajo, pasando primero por su cabellera sin color. En una leve pasada, peinó su desvirtuada media melena.