8/12/2015, 04:25
Las cosas cambian. Eso era algo que Datsue conocía muy bien. No de oídas, sino por haber sido espectador de ello. Había visto como el leño se consumía en ceniza bajo el abrasador fuego; había visto como la manzana se oxidaba tras un lejano y único bocado; había visto florecer los cultivos y también como la llegada del otoño desnudaba a los árboles. Pero aquello… aquello nunca lo había visto.
Habían sido demasiados cambios, y en demasiado poco tiempo. De pronto, había pasado de estar tranquilamente sentado en una silla a estar encima de ella, temiendo por su vida. Y, en no menos tiempo, la situación había dado tal vuelco que la responsable de amenazar su bienestar y tranquilidad había ocupado su lugar en tan comprometida situación.
Todavía no lo había asimilado por completo, pero supuso que se debía de sentir aliviado. Aliviado y feliz de que la culpable de todo aquel embrollo recibiese su propia medicina. Sin embargo, no era así. Al menos no con lo último.
—Espera un segundo —dijo, dirigiéndose a su inesperado amigo, si es que lo era. Todavía no sabía qué motivos le habían movido para ayudarle, pero dudaba que fuera por altruismo. Y que cobrase dinero del otro chico para matarla tampoco le encajaba demasiado—. Antes quiero algo.
Lo dijo con tal convicción y seriedad que se sorprendió a sí mismo, teniendo en cuenta que no tenía ni idea de qué quería realmente. Para empezar, supuso que ganar algo de tiempo. Lo suficiente para saber de qué iban aquellos dos shinobis y, quizá, salvar a la chica. Tenía que ser castigada, de eso no había duda, y seguramente no se contendría en propinarle unos buenos mamporros antes de entregarla a las autoridades pertinentes. Pero eso era una cosa, y otra muy distinta matarla a sangre fría.
Entonces, Datsue bajó de la mesa, se sentó en la silla y, lentamente, miró a la camarera. A la zorra de la camarera.
—Quiero mi pedido —dijo con voz monocorde—. Quiero una de arroz al curry, sin pollo, y un vaso de agua para acompañar.
Sin duda alguna, Datsue todavía no había asimilado que a no menos de tres zancadas dos cadáveres descansaban sobre un charco de sangre, y que había estado a punto de ser secuestrado. Es lo que tiene que las cosas cambien tan rápido, que no se aprecian.
Habían sido demasiados cambios, y en demasiado poco tiempo. De pronto, había pasado de estar tranquilamente sentado en una silla a estar encima de ella, temiendo por su vida. Y, en no menos tiempo, la situación había dado tal vuelco que la responsable de amenazar su bienestar y tranquilidad había ocupado su lugar en tan comprometida situación.
Todavía no lo había asimilado por completo, pero supuso que se debía de sentir aliviado. Aliviado y feliz de que la culpable de todo aquel embrollo recibiese su propia medicina. Sin embargo, no era así. Al menos no con lo último.
—Espera un segundo —dijo, dirigiéndose a su inesperado amigo, si es que lo era. Todavía no sabía qué motivos le habían movido para ayudarle, pero dudaba que fuera por altruismo. Y que cobrase dinero del otro chico para matarla tampoco le encajaba demasiado—. Antes quiero algo.
Lo dijo con tal convicción y seriedad que se sorprendió a sí mismo, teniendo en cuenta que no tenía ni idea de qué quería realmente. Para empezar, supuso que ganar algo de tiempo. Lo suficiente para saber de qué iban aquellos dos shinobis y, quizá, salvar a la chica. Tenía que ser castigada, de eso no había duda, y seguramente no se contendría en propinarle unos buenos mamporros antes de entregarla a las autoridades pertinentes. Pero eso era una cosa, y otra muy distinta matarla a sangre fría.
Entonces, Datsue bajó de la mesa, se sentó en la silla y, lentamente, miró a la camarera. A la zorra de la camarera.
—Quiero mi pedido —dijo con voz monocorde—. Quiero una de arroz al curry, sin pollo, y un vaso de agua para acompañar.
Sin duda alguna, Datsue todavía no había asimilado que a no menos de tres zancadas dos cadáveres descansaban sobre un charco de sangre, y que había estado a punto de ser secuestrado. Es lo que tiene que las cosas cambien tan rápido, que no se aprecian.