19/11/2019, 13:23
Algo se rompió en mi interior al ver la cara que puso Katsudon. Aquello era autentico terror. No como el miedo que había sentido en el barco, no. Aquello era diferente. Estaba paralizado. Ni siquiera estaba intentando huir.
Y ¿Que podía hacer yo? Solo esconderme. Por que al mundo le encantaba recordarme que no era nada, que no era nadie, que solo era un débil e inútil herrero jugando a las espadas.
¡Boom!
Fue lo último que escuche. Cerré los ojos por instinto, lo que me impidió ver que sucedía con Katsudon, que solo había alcanzado a cubrirse con los brazos.
Salí despedido por el cristal de la ventana, y volé junto al shinobi de Kurama hasta que a mis manos no le quedaron fuerzas y soltaron a Tsubame. No quería. No quería soltarla. Pero no pude evitarlo.
Me golpe contra algo bastante duró, lo cual frenó las vueltas que estaba dando en la fría nieve. Y cuándo por fin paré, pude ver cómo la posada se derrumbaba, enterrando allí al shinobi restante del copo de nieve y a Katsudon.
No le hice caso a nada mas. A nada. Ni a la gente que me rodeaba, ni a las espadas que me apuntaban, ni a las palabras que no lograba entender. Nada de eso importaba. Por que mi corazón acababa de partirse en pequeños pedazitos, como una roca a la que acaba de golpear un enorme martillo.
—¡Katsudon!
Fue lo único que alcancé a gritar mientras las lágrimas se quedaban congeladas a mitad de camino en mis mejillas.
Era culpa mía. Por ser débil. Por ser un inútil. Hanabi jamás debió confiar en alguien cómo yo. Tenia que haber mandado a Datsue con Katsudon. Por que con Datsue no hubiese sufrido ese destino.
Y ¿Que podía hacer yo? Solo esconderme. Por que al mundo le encantaba recordarme que no era nada, que no era nadie, que solo era un débil e inútil herrero jugando a las espadas.
¡Boom!
Fue lo último que escuche. Cerré los ojos por instinto, lo que me impidió ver que sucedía con Katsudon, que solo había alcanzado a cubrirse con los brazos.
Salí despedido por el cristal de la ventana, y volé junto al shinobi de Kurama hasta que a mis manos no le quedaron fuerzas y soltaron a Tsubame. No quería. No quería soltarla. Pero no pude evitarlo.
Me golpe contra algo bastante duró, lo cual frenó las vueltas que estaba dando en la fría nieve. Y cuándo por fin paré, pude ver cómo la posada se derrumbaba, enterrando allí al shinobi restante del copo de nieve y a Katsudon.
No le hice caso a nada mas. A nada. Ni a la gente que me rodeaba, ni a las espadas que me apuntaban, ni a las palabras que no lograba entender. Nada de eso importaba. Por que mi corazón acababa de partirse en pequeños pedazitos, como una roca a la que acaba de golpear un enorme martillo.
—¡Katsudon!
Fue lo único que alcancé a gritar mientras las lágrimas se quedaban congeladas a mitad de camino en mis mejillas.
Era culpa mía. Por ser débil. Por ser un inútil. Hanabi jamás debió confiar en alguien cómo yo. Tenia que haber mandado a Datsue con Katsudon. Por que con Datsue no hubiese sufrido ese destino.