25/11/2019, 21:09
—¿Sabes qué es lo que creo? —Ni lo sabia, ni me importaba. Ahora solo pensaba en sacar de allí lo que quedase de Katsudon—. Que Koichi-sama tenía razón. No debimos inmiscuirnos nunca en los asuntos de los ninjas. Debimos exiliar a aquél bijuu todo lo lejos que pudiéramos, atarle algo pesado y hundirlo dentro de una vasija en lo más profundo del océano.
Ojala, en ese preciso instante, tras esa precisa frase, Gyūki hubiera caído del cielo y hubiese aplastado a ese samurái subnormal. Me estaba cabreando. Triste, cabreado y sin nada que perder excepto mi inútil vida. Bastante había sufrido ya el pobre pulpo como para que el capullo ese quisiera encerrarlo. Encima que había luchado por ellos.
Cada minuto que pasaba con los samuráis menos me gustaban.
»Venís aquí, y apenas una hora dentro de nuestro pueblo atraéis ya vuestros problemas y vuestras guerras de shinobi. Sois escoria.
Oh claro, por supuesto, para justo eso había venido hasta allí. Para que me atacaran unos ninjas a los que no conocía y mataran a mi compañero por mi culpa. Justo eso. Que ganas tenia de devolverle el golpe que me había dado él antes.
De hecho, estaba a punto de contestarle de la manera mas borde posible, quizás cantando la mas horrible de mis canciones pirata. Mi vida ya no tenia valor, no me importaba jugarmela.
Sin embargo, justo a tiempo para impedir que hiciese una locura, a través de los escombros, apareció el enorme cuerpo de Katsudon. Muy herido, si, pero vivo. Un milagro.
—Apresen a este shinobi y llamen a un médico para tratar al gordo —NO, NO, NO, NO Y NO—. Éste es el líder. Si eran espías o tenían algún tipo de plan contra el Hierro, es el que tendrá la información.[/color]
—¡Soltadme, ni se os ocurra ponerle un dedo encima!— Grité mientras me revolvía contra los samuráis que intentaban apresarme, pero sin atacarlos, aunque ganas no me faltaban. —¡Matadme a mi si queréis pero a él dejadlo en paz!
Pesé a su fama, esos samuráis eran lo menos honorable que había pisado Oonido. Acusaciones falsas. Golpeando a gente que no les había hecho nada.
Si hubiese tenido un bijuu en mi interior, hacia rato que hubiese perdido el control y arrasado con esos desgraciados.
¿Pero por que estaba pensando yo así? Yo nunca había odiado a nadie. ¿Era por el shok? ¿Por la poca empatía de los samurái? ¿Quizás por que por mi cabeza pasaba que, aquéllos desgraciados, iban a torturar a Katsudon hasta que confesará crímenes que no había cometido?
—Cuando venga Kurama, que vendrá, y atraviese vuestras defensas por tercera vez, que lo hará —Dije mientras me dejaba apresar, pues tampoco tenía la fuerza para hacer nada más. —No le importa en absoluto si sois ninjas o samuráis, le da igual si odias a los ninjas o sois sus aliados. Arrasará con todos sin excepciones. —Estaba seguro que, no tenía aprecio ni por sus propios aliados, a los que sacrificaría por lograr su meta. —Había venido a avisaros. Misión cumplida. Me hubiera puesto de vuestra parte si os atacara de nuevo, de hecho, he derrotado a uno de ellos. Pero ahora mismo preferiría morir en manos de un shinobi de kurama que levantar un dedo por cualquiera de vosotros. Acusaciones falsas. Golpes a alguien que no ha leventado un solo dedo contra vosotros, y que ha aceptado vuestras ordenes desde el momento en que atravesó vuestras puertas. Yo seré escoria, lo admito. Pero vosotros...
Si liberaba todo el chakra que me había dado Gyūki de golpe, ¿Seria suficiente para atraer a Kurame y que los destruyera a todos?
Mi sentido común me decía que no lo hiciera. Que le estaría fallando también a él, si es que era posible fallarle a mas gente. Por que en mi lista ya estaban Katsudon, Hanabi, Datsue, Sakura, mi padre, mi madre... Y esos eran prácticamente todos mis conocidos.
Por otro lado, mi rabia e impotencia interior me gritaban que lo hiciera. Que muriera, pero que me llevara a todo el pueblo de samuráis conmigo.
¿Pero a quién debía hacerle caso en ese momento?
Ojala, en ese preciso instante, tras esa precisa frase, Gyūki hubiera caído del cielo y hubiese aplastado a ese samurái subnormal. Me estaba cabreando. Triste, cabreado y sin nada que perder excepto mi inútil vida. Bastante había sufrido ya el pobre pulpo como para que el capullo ese quisiera encerrarlo. Encima que había luchado por ellos.
Cada minuto que pasaba con los samuráis menos me gustaban.
»Venís aquí, y apenas una hora dentro de nuestro pueblo atraéis ya vuestros problemas y vuestras guerras de shinobi. Sois escoria.
Oh claro, por supuesto, para justo eso había venido hasta allí. Para que me atacaran unos ninjas a los que no conocía y mataran a mi compañero por mi culpa. Justo eso. Que ganas tenia de devolverle el golpe que me había dado él antes.
De hecho, estaba a punto de contestarle de la manera mas borde posible, quizás cantando la mas horrible de mis canciones pirata. Mi vida ya no tenia valor, no me importaba jugarmela.
Sin embargo, justo a tiempo para impedir que hiciese una locura, a través de los escombros, apareció el enorme cuerpo de Katsudon. Muy herido, si, pero vivo. Un milagro.
—Apresen a este shinobi y llamen a un médico para tratar al gordo —NO, NO, NO, NO Y NO—. Éste es el líder. Si eran espías o tenían algún tipo de plan contra el Hierro, es el que tendrá la información.[/color]
—¡Soltadme, ni se os ocurra ponerle un dedo encima!— Grité mientras me revolvía contra los samuráis que intentaban apresarme, pero sin atacarlos, aunque ganas no me faltaban. —¡Matadme a mi si queréis pero a él dejadlo en paz!
Pesé a su fama, esos samuráis eran lo menos honorable que había pisado Oonido. Acusaciones falsas. Golpeando a gente que no les había hecho nada.
Si hubiese tenido un bijuu en mi interior, hacia rato que hubiese perdido el control y arrasado con esos desgraciados.
¿Pero por que estaba pensando yo así? Yo nunca había odiado a nadie. ¿Era por el shok? ¿Por la poca empatía de los samurái? ¿Quizás por que por mi cabeza pasaba que, aquéllos desgraciados, iban a torturar a Katsudon hasta que confesará crímenes que no había cometido?
—Cuando venga Kurama, que vendrá, y atraviese vuestras defensas por tercera vez, que lo hará —Dije mientras me dejaba apresar, pues tampoco tenía la fuerza para hacer nada más. —No le importa en absoluto si sois ninjas o samuráis, le da igual si odias a los ninjas o sois sus aliados. Arrasará con todos sin excepciones. —Estaba seguro que, no tenía aprecio ni por sus propios aliados, a los que sacrificaría por lograr su meta. —Había venido a avisaros. Misión cumplida. Me hubiera puesto de vuestra parte si os atacara de nuevo, de hecho, he derrotado a uno de ellos. Pero ahora mismo preferiría morir en manos de un shinobi de kurama que levantar un dedo por cualquiera de vosotros. Acusaciones falsas. Golpes a alguien que no ha leventado un solo dedo contra vosotros, y que ha aceptado vuestras ordenes desde el momento en que atravesó vuestras puertas. Yo seré escoria, lo admito. Pero vosotros...
Si liberaba todo el chakra que me había dado Gyūki de golpe, ¿Seria suficiente para atraer a Kurame y que los destruyera a todos?
Mi sentido común me decía que no lo hiciera. Que le estaría fallando también a él, si es que era posible fallarle a mas gente. Por que en mi lista ya estaban Katsudon, Hanabi, Datsue, Sakura, mi padre, mi madre... Y esos eran prácticamente todos mis conocidos.
Por otro lado, mi rabia e impotencia interior me gritaban que lo hiciera. Que muriera, pero que me llevara a todo el pueblo de samuráis conmigo.
¿Pero a quién debía hacerle caso en ese momento?