25/11/2019, 22:03
Ah, ¿pero qué imagen estaba dando aquél joven genin? Más allá del círculo inmediato de guardias, los habitantes de aquél humilde poblado de samurais sólo veían a un preso revolviéndose de los brazos de los guardias. Su país, normalmente tranquilo, recibía la visita de unos extraños que no compartían sus ideales y que venían de más allá de la isla, y lo primero que ocurría era que explotaba una posada con ellos dentro.
El líder de aquellos guardias se dio la vuelta de nuevo y se quitó el casco. Era un cincuentón canoso de pelo corto y barba rala a medio camino entre el gris y el negro. Sus ojos, azules, estaban enmarcados por unas terribles ojeras de cansancio. Probablemente Reiji pensase, en aquél momento, que tenía un rostro de villano. Pero el mundo nunca es tan simple.
—No tenemos nada más que le interese a Kurama —dijo, agachándose para quedar a la altura de Reiji—. Y por lo visto, han venido a por vosotros. Y por eso voy a interrogaros. Yo no hice ninguna falsa acusación, pero mi deber es dudar, y dudo de vuestros motivos, claro que sí. —Se enderezó, y se tapó la boca un momento para aclararse la garganta—. ¿Que habéis traído los problemas con vosotros? Es algo evidente. ¿Que los trajo el bijuu? Es un hecho probado. —El samurai se dio la vuelta y echó a caminar. Hizo un gesto con la mano y los guardias apresaron los brazos de Reiji con más fuerza—. Llevadlo a las mazmorras. No le hagáis daño. No queremos problemas con Uzushiogakure.
»A no ser que Uzushiogakure quiera problemas con nosotros. Eso, ya se verá.
Y allí, bajo su propia suerte y entre techo y paredes húmedos y fríos, habían dejado a Sasaki Reiji. No se podía decir que aquella prisión fuera la peor del mundo, de hecho, a pesar de una temperatura un poco baja para su gusto y que probablemente tenía que ver más con no estar acostumbrado al clima propio del Hierro, estaba bien acondicionada. Le trataban bastante bien, dándole agua y comida decente. ¿Cuánto tiempo llevaba allí, no obstante, soportando aquella oscuridad tenue iluminada sólo por las antorchas del pasillo?
El suficiente, seguro.
Lo peor no era aquél pijama de preso beis, que le venía grande. Lo peor no era la cama, que hacía ruido cuando se movía y le dejaba dolores de espalda cuando se levantaba. Lo peor no era la ausencia de ventana para ver el mundo exterior, ni los gruesos muros que impedían oírlo. Lo peor era que Reiji, además de un herrero era un espadachín, y seguramente le tenía bastante cariño a sus espadas.
Evidentemente, se las habían quitado, junto al resto de su equipamiento. Tan sólo le quedaba la bandana, que por algún motivo le habían dejado conservar. Es lo que tiene el honor y el orgullo por los símbolos. Que un símbolo no sirve ni para comer ni para pelear. Muchos encuentran consuelo en él, pero cuando es lo único que no te quitan, es que en el fondo no te hará más libre.
El líder de aquellos guardias se dio la vuelta de nuevo y se quitó el casco. Era un cincuentón canoso de pelo corto y barba rala a medio camino entre el gris y el negro. Sus ojos, azules, estaban enmarcados por unas terribles ojeras de cansancio. Probablemente Reiji pensase, en aquél momento, que tenía un rostro de villano. Pero el mundo nunca es tan simple.
—No tenemos nada más que le interese a Kurama —dijo, agachándose para quedar a la altura de Reiji—. Y por lo visto, han venido a por vosotros. Y por eso voy a interrogaros. Yo no hice ninguna falsa acusación, pero mi deber es dudar, y dudo de vuestros motivos, claro que sí. —Se enderezó, y se tapó la boca un momento para aclararse la garganta—. ¿Que habéis traído los problemas con vosotros? Es algo evidente. ¿Que los trajo el bijuu? Es un hecho probado. —El samurai se dio la vuelta y echó a caminar. Hizo un gesto con la mano y los guardias apresaron los brazos de Reiji con más fuerza—. Llevadlo a las mazmorras. No le hagáis daño. No queremos problemas con Uzushiogakure.
»A no ser que Uzushiogakure quiera problemas con nosotros. Eso, ya se verá.
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Y allí, bajo su propia suerte y entre techo y paredes húmedos y fríos, habían dejado a Sasaki Reiji. No se podía decir que aquella prisión fuera la peor del mundo, de hecho, a pesar de una temperatura un poco baja para su gusto y que probablemente tenía que ver más con no estar acostumbrado al clima propio del Hierro, estaba bien acondicionada. Le trataban bastante bien, dándole agua y comida decente. ¿Cuánto tiempo llevaba allí, no obstante, soportando aquella oscuridad tenue iluminada sólo por las antorchas del pasillo?
El suficiente, seguro.
Lo peor no era aquél pijama de preso beis, que le venía grande. Lo peor no era la cama, que hacía ruido cuando se movía y le dejaba dolores de espalda cuando se levantaba. Lo peor no era la ausencia de ventana para ver el mundo exterior, ni los gruesos muros que impedían oírlo. Lo peor era que Reiji, además de un herrero era un espadachín, y seguramente le tenía bastante cariño a sus espadas.
Evidentemente, se las habían quitado, junto al resto de su equipamiento. Tan sólo le quedaba la bandana, que por algún motivo le habían dejado conservar. Es lo que tiene el honor y el orgullo por los símbolos. Que un símbolo no sirve ni para comer ni para pelear. Muchos encuentran consuelo en él, pero cuando es lo único que no te quitan, es que en el fondo no te hará más libre.
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