12/12/2015, 01:28
El camino había sido largo, realmente largo, pero al fin se aproximaba hacia su destino final. Al menos final para ésta pequeña etapa de su vida, pues el ciclo de su vida no había llegado aún al final, para eso aún quedaba. al menos eso esperaba, pues aún había mucho humano al que salvar de ésta cruel vida. Cuanto amor, y tan poco provecho...
La lluvia caía sin descanso, el cielo pese a estar nublado dejaba caer algún que otro rayo de luz, evidentemente algo cohesionados y débiles, pues la pantalla de nubes apenas quería quitarse de en medio. Al final del camino, una enorme urbe. Los edificios casi rozaban el cielo, aunque se hacían ver muy deteriorados. Agujeros enormes adornaban las edificaciones, no todas, aunque si la mayor parte. Por otro lado, algunos parecían realmente inestables, por aquél sitio parecía haber pasado el mismo diablo. Lo había roto todo a su paso, como había pasado en su propia aldea. Curiosidades del destino, que le había ido a llevar a una urbe que había corrido el mismo destino que Kusagakure.
El chico se alzó un poco la capucha para poder bien el paisaje. Quedó por un instante allí plantado, aunque lejos de estar con miedo o resentimientos a lo ocurrido. A él poco le faltaba para carecer de esos sentimientos. Casi le parecían tan irreales como los sentimientos positivos, de no ser porque él robaba esos sentimientos... lo que imposibilitaba que no existiesen.
Dejó de nuevo caer su capucha, quedando nuevamente en la penumbra y la discreción. Su capa de viaje negra con capucha ocultaba todo signo de shinobi, mas una espada a su resguardo destacaba el detalle de que no era una persona indefensa. Las largas mangas de ésta capa negra no dejaba cavidad a ver la monstruosidad en lo que se había convertido. Fuera de todo eso, su manda metálica que lo identificaba como shinobi había sido guardada con recelo bajo todos sus ropajes, aunque éste se quitase la capa, ésta no se vería de ningún modo.
«Al fin estoy aquí... a ver qué clase de prueba quiere ponerme ésta loca...»
Con paso sereno, calmado y con toda parsimonia posible, el chico continuo su andar, atravesando el enorme arco de bienvenida. La puerta principal estaba destrozada, al igual que la mayor parte de la ciudad. Sin titubear un solo segundo, se abrió paso en esa desierta calle principal. En el suelo solo quedaban restos de los edificios que habían caído, así como algo de basura de una clara poca actividad humana. El paisaje era de lo mas alentador, ese era el destino del resto de urbes.
Adentrado en la calle principal, el chico se vio promovido a buscar a esa encantadora rubia, a la que tan poco cariño le tenía de no ser porque era conocedora del paradero de su madre. En fin, debía encontrarla...
La lluvia caía sin descanso, el cielo pese a estar nublado dejaba caer algún que otro rayo de luz, evidentemente algo cohesionados y débiles, pues la pantalla de nubes apenas quería quitarse de en medio. Al final del camino, una enorme urbe. Los edificios casi rozaban el cielo, aunque se hacían ver muy deteriorados. Agujeros enormes adornaban las edificaciones, no todas, aunque si la mayor parte. Por otro lado, algunos parecían realmente inestables, por aquél sitio parecía haber pasado el mismo diablo. Lo había roto todo a su paso, como había pasado en su propia aldea. Curiosidades del destino, que le había ido a llevar a una urbe que había corrido el mismo destino que Kusagakure.
El chico se alzó un poco la capucha para poder bien el paisaje. Quedó por un instante allí plantado, aunque lejos de estar con miedo o resentimientos a lo ocurrido. A él poco le faltaba para carecer de esos sentimientos. Casi le parecían tan irreales como los sentimientos positivos, de no ser porque él robaba esos sentimientos... lo que imposibilitaba que no existiesen.
Dejó de nuevo caer su capucha, quedando nuevamente en la penumbra y la discreción. Su capa de viaje negra con capucha ocultaba todo signo de shinobi, mas una espada a su resguardo destacaba el detalle de que no era una persona indefensa. Las largas mangas de ésta capa negra no dejaba cavidad a ver la monstruosidad en lo que se había convertido. Fuera de todo eso, su manda metálica que lo identificaba como shinobi había sido guardada con recelo bajo todos sus ropajes, aunque éste se quitase la capa, ésta no se vería de ningún modo.
«Al fin estoy aquí... a ver qué clase de prueba quiere ponerme ésta loca...»
Con paso sereno, calmado y con toda parsimonia posible, el chico continuo su andar, atravesando el enorme arco de bienvenida. La puerta principal estaba destrozada, al igual que la mayor parte de la ciudad. Sin titubear un solo segundo, se abrió paso en esa desierta calle principal. En el suelo solo quedaban restos de los edificios que habían caído, así como algo de basura de una clara poca actividad humana. El paisaje era de lo mas alentador, ese era el destino del resto de urbes.
Adentrado en la calle principal, el chico se vio promovido a buscar a esa encantadora rubia, a la que tan poco cariño le tenía de no ser porque era conocedora del paradero de su madre. En fin, debía encontrarla...