18/12/2019, 21:00
(Última modificación: 18/12/2019, 23:16 por Amedama Daruu. Editado 1 vez en total.)
Y así, haciendo el mono los protagonistas de nuestra escabrosa historia saltaron por las ramas de los árboles hasta alejarse a una prudencial distancia de Sanrō-yama. Katsudon hizo una seña a Reiji y ambos aterrizaron en un claro nevado. El Sol estaba poniéndose y cada vez hacía más frío, a pesar de las gruesas capas de viaje que ambos habían traído y que por suerte habían recuperado antes de salir de prisión.
Katsudon no había contestado a Reiji inmediatamente, sino que en lugar de eso espero al momento en el que ambos pararon la marcha y pudo deshacer la técnica de transformación.
—Está claro que has metido la pata, pero para no meterla más de una vez, lo mejor es que a partir de ahora meditemos mucho las cosas, aunque eso signifique salvar nuestros culos primero y preocuparnos por los demás después —dijo—. A nosotros nos puede pasar algo peor que a Yuuna. Al fin y al cabo, ella es la hija de la líder. Tendrá mayor oportunidad de que le sean perdonadas las pequeñas insubordinaciones. Pero nosotros estamos muy lejos de Uzushio.
»Lo que quiero decir, Reiji-kun, es que si de verdad sintieran que tienen que matarnos, lo harían, y le explicarían a Hanabi que nunca llegamos a Sanrō-yama.
De pronto, un matorral al otro lado se agitó. Un débil susurro en las hojas. El hombretón levantó la mano pidiendo silencio y sacó un kunai del portaobjetos.
—¿N... no será... uno de esos tigres blancos? —preguntó en un susurro.
Katsudon no había contestado a Reiji inmediatamente, sino que en lugar de eso espero al momento en el que ambos pararon la marcha y pudo deshacer la técnica de transformación.
—Está claro que has metido la pata, pero para no meterla más de una vez, lo mejor es que a partir de ahora meditemos mucho las cosas, aunque eso signifique salvar nuestros culos primero y preocuparnos por los demás después —dijo—. A nosotros nos puede pasar algo peor que a Yuuna. Al fin y al cabo, ella es la hija de la líder. Tendrá mayor oportunidad de que le sean perdonadas las pequeñas insubordinaciones. Pero nosotros estamos muy lejos de Uzushio.
»Lo que quiero decir, Reiji-kun, es que si de verdad sintieran que tienen que matarnos, lo harían, y le explicarían a Hanabi que nunca llegamos a Sanrō-yama.
De pronto, un matorral al otro lado se agitó. Un débil susurro en las hojas. El hombretón levantó la mano pidiendo silencio y sacó un kunai del portaobjetos.
—¿N... no será... uno de esos tigres blancos? —preguntó en un susurro.
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