19/01/2020, 12:48
(Última modificación: 19/01/2020, 13:28 por Taka Kisame. Editado 2 veces en total.)
Ocurrió todo exactamente como Kisame lo había pensado, con la única diferencia de que el tipo conocía una técnica de área que hizo totalmente inútil su kemuridama. Al ser un ataque desde el suelo, daba exactamente igual donde estuviera el genin. No tenía ninguna intención de jugarse la vida contra una persona aleatoria que le había atacado por estar acompañado por un delincuente, así que huiría si o si. Lo último que quería era asesinar a un hombre porque sí y cometer un crimen. Era algo totalmente innecesario.
Cuando la bomba de humo se disipó, pudo verse al genin con los pies clavados en aquellas brillantes púas áureas pero entonces... ¡puf! el genin se deshizo en una pequeña nube de humo y apareció una silla en su lugar. El propio Kisame, quien se encontraba ya tras el umbral de la puerta de la taberna, correría a toda la velocidad que sus piernas le permitieran fuera del pueblo, intentando aguantar el cansancio producido por el kawarimi. Ya tendría tiempo para descansar más tarde. No se detendría, incluso si alguien le atacaba, si no conseguía darle, no pararía.
Su plan había salido a la perfección. Cuando tiró la kemuridama, a la vez que esperaba a que su humo se expandiera, comenzó a preparar los sellos del kawarimi bajo las mangas. Era más que evidente que si salía corriendo como un inconsciente hacia la puerta, aunque hubiera tirado una bomba de humo, el tipo intentaría atacarle. La bomba de humo era más una distracción que el método de huida.
Esperaba haber despistado a aquel hombre. Lo último que quería era un enfrentamiento contra un completo desconocido con el único objetivo de sobrevivir, ya que no había recompensa en derrotarlo más que una palmadita en la espalda que se daría a sí mismo. Si le pasaba algo... Seguramente tuviera un problema con su padre por haberse metido donde no le llamaban. Si no le hubiera importado seguir destruyéndole la taberna a aquel pobre hombre, hubiera cerrado la puerta con un muro de rocas para facilitarse la huida pero... Ya le había hecho suficiente destrozo por una buena temporada y seguramente, para aquel pobre cantinero, quitar aquella enorme pared de rocas de su establecimiento le fuese a costar una fortuna.
Si su rival se empeñase en perseguirle, al menos, intentaría alejarse lo máximo posible de cualquier casa o zona donde sus técnicas pudieran causar daño a los habitantes de aquella zona. Como no iban a tener mala fama los shinobis fuera de su aldea si cada vez que peleaban destruían medio pueblo? Ahora empezaba a entender a toda aquella gente que le miraba con odio allá donde fuese.
Cuando la bomba de humo se disipó, pudo verse al genin con los pies clavados en aquellas brillantes púas áureas pero entonces... ¡puf! el genin se deshizo en una pequeña nube de humo y apareció una silla en su lugar. El propio Kisame, quien se encontraba ya tras el umbral de la puerta de la taberna, correría a toda la velocidad que sus piernas le permitieran fuera del pueblo, intentando aguantar el cansancio producido por el kawarimi. Ya tendría tiempo para descansar más tarde. No se detendría, incluso si alguien le atacaba, si no conseguía darle, no pararía.
Su plan había salido a la perfección. Cuando tiró la kemuridama, a la vez que esperaba a que su humo se expandiera, comenzó a preparar los sellos del kawarimi bajo las mangas. Era más que evidente que si salía corriendo como un inconsciente hacia la puerta, aunque hubiera tirado una bomba de humo, el tipo intentaría atacarle. La bomba de humo era más una distracción que el método de huida.
Esperaba haber despistado a aquel hombre. Lo último que quería era un enfrentamiento contra un completo desconocido con el único objetivo de sobrevivir, ya que no había recompensa en derrotarlo más que una palmadita en la espalda que se daría a sí mismo. Si le pasaba algo... Seguramente tuviera un problema con su padre por haberse metido donde no le llamaban. Si no le hubiera importado seguir destruyéndole la taberna a aquel pobre hombre, hubiera cerrado la puerta con un muro de rocas para facilitarse la huida pero... Ya le había hecho suficiente destrozo por una buena temporada y seguramente, para aquel pobre cantinero, quitar aquella enorme pared de rocas de su establecimiento le fuese a costar una fortuna.
Si su rival se empeñase en perseguirle, al menos, intentaría alejarse lo máximo posible de cualquier casa o zona donde sus técnicas pudieran causar daño a los habitantes de aquella zona. Como no iban a tener mala fama los shinobis fuera de su aldea si cada vez que peleaban destruían medio pueblo? Ahora empezaba a entender a toda aquella gente que le miraba con odio allá donde fuese.