31/01/2020, 19:57
Era una tarde soleada en el País de la Espiral, concretamente, en su capital, Yamiria, donde se encontraba el joven Daisuke dando un paseo por sus calles repletas de gente sin nada mejor que hacer que la de disfrutar del agradable silencio de la soledad. Un silencio que fue interrumpido cuando comenzó a escuchar el sonido de lo que parecía una guitarra eléctrica que provenía de un lugar cercano a su posición, por lo que, curioso, se acercó a contemplar quién estaba tocando aquel estruendoso sonido.
Cuál fue su sorpresa, cuando encontró ante él un joven con ropas extravagantes, cadenas y gafas negras de sol incluidas. Sin embargo, lo que más le llamaba la atención era su instrumento: era una guitarra eléctrica que simulaba la forma de hacha. Daisuke elevó su ceja derecha y metió ambas manos en sus bolsillos, observando la escena y a una serie de personas que se acercaban al lugar y formaban un semicírculo alrededor del guitarrista y cantante.
Cuando éste terminó de cantar, en seguida, hubo un completo silencio que el Nara agradeció gratamente, lo que sacó una sonrisa de sus labios. Sin embargo, se dio cuenta de que nadie había empezado a aplaudir, por lo que sacó ambas manos de sus bolsillos y dio un par de palmadas, cuya respuesta fueron los vítores y aplausos de los espectadores que se encontraban allí observando. A Daisuke no le había gustado ni la canción ni el sonido de la guitarra eléctrica con forma de hacha. No por nada, sino porque era más de música clásica sin voz, sólo melodía. Aun así, sabía dos cosas:
La primera: sabía agradecer el esfuerzo que suponía el simple hecho de saber tocar con tanta soltura un instrumento tan complicado como la guitarra eléctrica, por muy ruidosa y estruendosa que fuese dicho instrumento. Había que tener cierto talento nato, y ese muchacho sin duda lo tenía. De ahí su primer aplauso.
La segunda: admiraba la valentía de aquel chico a atreverse a cantar en público delante de tanta gente, lo hiciera bien o mal, afinase o desafinase más o menos. Era algo que Daisuke no podría ser capaz de hacer en miles de vidas, porque era demasiado tímido, vergonzoso y cobarde como para hablar (y mucho menos cantar) delante de decenas de personas y captar su atención, al igual que tampoco era capaz de hablar con normalidad con una mujer sin que se sonrojase o hiciera alguna estupidez como quedarse paralizado. En cualquier caso, dicha valentía y atrevimiento merecían al menos un par de aplausos.
La tercera y última: conocía muy bien el comportamiento y la mentalidad de los humanos normales y corrientes. Desconocía las intenciones de aquel muchacho. No sabía si había tocado la canción para pedir una limosna, o porque le gustaba cantar en público, o porque buscaba encontrar la admiración de otros, o simplemente porque estaba loco. Sin embargo, Daisuke sabía que a veces la gente no se atrevía a aplaudir en momentos determinados, y también sabía que en todos los casos, un primer aplauso provocaba un efecto mariposa entre la multitud, quitando todas las vergüenzas y dudas y animando a los demás a hacerlo, aunque a veces simplemente fuera por puro compromiso social.
En cualquier caso, parecía que la canción había obtenido sus fans, entre los que sin duda no se encontraba el Nara, pero su pequeño trabajo ya estaba hecho. Y allí se quedó, en completo silencio, volviendo a meter ambas manos en los bolsillos de su pantalón y mirando con una leve sonrisa al público, para luego dirigir su mirada a aquel muchacho desconocido, curioso e impaciente a la espera de ver cuál sería su próxima reacción.
Cuál fue su sorpresa, cuando encontró ante él un joven con ropas extravagantes, cadenas y gafas negras de sol incluidas. Sin embargo, lo que más le llamaba la atención era su instrumento: era una guitarra eléctrica que simulaba la forma de hacha. Daisuke elevó su ceja derecha y metió ambas manos en sus bolsillos, observando la escena y a una serie de personas que se acercaban al lugar y formaban un semicírculo alrededor del guitarrista y cantante.
Cuando éste terminó de cantar, en seguida, hubo un completo silencio que el Nara agradeció gratamente, lo que sacó una sonrisa de sus labios. Sin embargo, se dio cuenta de que nadie había empezado a aplaudir, por lo que sacó ambas manos de sus bolsillos y dio un par de palmadas, cuya respuesta fueron los vítores y aplausos de los espectadores que se encontraban allí observando. A Daisuke no le había gustado ni la canción ni el sonido de la guitarra eléctrica con forma de hacha. No por nada, sino porque era más de música clásica sin voz, sólo melodía. Aun así, sabía dos cosas:
La primera: sabía agradecer el esfuerzo que suponía el simple hecho de saber tocar con tanta soltura un instrumento tan complicado como la guitarra eléctrica, por muy ruidosa y estruendosa que fuese dicho instrumento. Había que tener cierto talento nato, y ese muchacho sin duda lo tenía. De ahí su primer aplauso.
La segunda: admiraba la valentía de aquel chico a atreverse a cantar en público delante de tanta gente, lo hiciera bien o mal, afinase o desafinase más o menos. Era algo que Daisuke no podría ser capaz de hacer en miles de vidas, porque era demasiado tímido, vergonzoso y cobarde como para hablar (y mucho menos cantar) delante de decenas de personas y captar su atención, al igual que tampoco era capaz de hablar con normalidad con una mujer sin que se sonrojase o hiciera alguna estupidez como quedarse paralizado. En cualquier caso, dicha valentía y atrevimiento merecían al menos un par de aplausos.
La tercera y última: conocía muy bien el comportamiento y la mentalidad de los humanos normales y corrientes. Desconocía las intenciones de aquel muchacho. No sabía si había tocado la canción para pedir una limosna, o porque le gustaba cantar en público, o porque buscaba encontrar la admiración de otros, o simplemente porque estaba loco. Sin embargo, Daisuke sabía que a veces la gente no se atrevía a aplaudir en momentos determinados, y también sabía que en todos los casos, un primer aplauso provocaba un efecto mariposa entre la multitud, quitando todas las vergüenzas y dudas y animando a los demás a hacerlo, aunque a veces simplemente fuera por puro compromiso social.
En cualquier caso, parecía que la canción había obtenido sus fans, entre los que sin duda no se encontraba el Nara, pero su pequeño trabajo ya estaba hecho. Y allí se quedó, en completo silencio, volviendo a meter ambas manos en los bolsillos de su pantalón y mirando con una leve sonrisa al público, para luego dirigir su mirada a aquel muchacho desconocido, curioso e impaciente a la espera de ver cuál sería su próxima reacción.