De agallas y telarañas va la cosa

[Uchiha Akame]

Akame negó con la cabeza mientras le daba la última calada al cigarrillo. Sin consideración ninguna se lo apagó en el sofá al tipo y luego arrojó la colilla al suelo. Miró a Kaido —ya de pie— y a Yota —que tampoco parecía dispuesto a ayudar al muchacho—, y se preguntó si iba a ser él el samurái de brillante armadura que rescatase a esa princesa en apuros. Luego alzó la vista por encima de la quejumbrosa figura hecha un ovillo que era aquel muchacho, y el brillo de un espejo en el otro lado de la habitación le devolvió su propio reflejo.

El reflejo de un tipo de rostro desfigurado por una gran quemadura, barba incipiente y pelo revoltoso. De unos ojos negros y profundos. Una cara de pocos amigos. Y se dijo que no, que aquel tío no se parecía a ningún samurái andante que él hubiera conocido como para ir por ahí desfaciendo entuertos.

—Nunca dije tal cosa —se limitó a replicar—. Vámonos, Kaido.

Se levantó —si el chico todavía seguía pretendiendo retenerle, le sacudiría una patada en todo el hocico sin reparo alguno—, alisándose el uwagi remangado que vestía. Luego se ajustó el kasa de paja sobre la cabeza, y miró al kusajin.

—Un gusto verte, Yota-kun —le dedicó una sonrisa zorruna—. Pero tenemos cierto asunto entre manos. Espero que nos volvamos a ver pronto, y en mejores condiciones.