5/02/2020, 22:37
Se había pasado un buen tiempo sin hacer misiones y la primera que hizo, bueno, salió como salió. No le quedó más remedio que especializarse en un tipo de misión D tan recurrente como necesaria para mantener la paz internacional. Pasear perros.
Esa sí era una cuestión de vida o muerte. Y además se le daba sorprendentemente bien. Los perros eran monos y apechuchables, a diferencia de la gente.
Y la oportunidad de oro le cayó cuando un día apareció una misión salvaje que se trataba de cuidar a un can llamado Datsuse durante toda una semana. Traía unas comandas tan exigentes y era tan urgente que el demandante de la misión había pagado individualmente cada día de la semana como una misión independiente. O eso le habían demandado desde el Edificio del Uzukage. La cuestión era que le iban a pagar por cada día.
Con eso, Hana empezó el primer día con ilusión. El animal en cuestión era un Shiba Inu de un año y poco, vamos, que era poco más que un cachorro. La rubia tuvo que aguantarse las ganas de abrazarlo y no soltarlo durante todo el día para dejarle pasear por la playa. Tenía una lista, tremendamente especifica sobre todas las tareas que hacer a lo largo del día. La rubia las iba haciendo, normalmente con varios minutos de antelación.
Lo llevaba al Parque Rojo y le dejaba corretear por ahí, ella de mientras aprovechaba para repasar las complicadas lecciones de Fuinjutsu de la academia sentada en un banco. El bueno de Datsuse se iba apareciendo cada cierto tiempo para traerle algo, un palo, una piedra, una vez le trajo una cartera y tuvo que buscar a su dueño, el cual aseguró que no se le había caído en ningún momento. Vaya tontería, Datsuse no sería capaz de algo así.
Eso era al mediodia, justo antes de darle de comer, pero es que por la mañana a primera hora tenía que llevarlo a la playa a correr, que no a pasear, a correr. Hana no era ninguna niña mimada que no había corrido en su vida, pero hacerlo, a primera hora, en la playa, siguiéndole el ritmo a un perro adolescente con más energía que ella pelos, pues era durillo.
Pero ya llevaban unos días con la rutina y cada vez Datsuse se portaba mejor. Al principio había estado receloso de ella, casi podía verle sospechar que en algún momento iba a llegar tarde o se iba a olvidar de él en algún parque. Eso se le pasó rápidamente cuando al final del primer día le dio dos chuches en vez de una, como ponía en las instrucciones.
La cuestión es que ese día no estaba siendo un buen día para el pobre Datsuse. La perra con la que se reunía cada noche no había aparecido, la hija de la dueña se había acercado para anunciarme que la pobre perrita se había herido una pata y estaba pasando la noche en el veterinario. Tras darle las gracias procedió a decírselo a Datsuse que no se lo tomó bien, se pasó una hora persiguiendo a otras perras sin éxito.
Después, despechado porque su perra no había aparecido, se decidió a volver a casa. Andaba con la cabeza alta aprisa sin esperarla.
— Ya te he dicho que está malita, no podía venir. — la única respuesta que obtuvo del can fue un soplido exagerado por la nariz. — Mañana vamos a verla después de correr por la playa, ¿vale?
El Shiba Inu se detuvo para examinarla un segundo, y tras un análisis de unos segundos, volvió a andar, esta vez más relajado y contento. Hana suspiró, o ese perro era demasiado listo o ella estaba empezando a perder la cabeza.
Se acercaron al portal de casa de Datsuse y se dispuso a abrir la primera verja para después subir las escaleras que llevaban al piso en cuestión.
Esa sí era una cuestión de vida o muerte. Y además se le daba sorprendentemente bien. Los perros eran monos y apechuchables, a diferencia de la gente.
Y la oportunidad de oro le cayó cuando un día apareció una misión salvaje que se trataba de cuidar a un can llamado Datsuse durante toda una semana. Traía unas comandas tan exigentes y era tan urgente que el demandante de la misión había pagado individualmente cada día de la semana como una misión independiente. O eso le habían demandado desde el Edificio del Uzukage. La cuestión era que le iban a pagar por cada día.
Con eso, Hana empezó el primer día con ilusión. El animal en cuestión era un Shiba Inu de un año y poco, vamos, que era poco más que un cachorro. La rubia tuvo que aguantarse las ganas de abrazarlo y no soltarlo durante todo el día para dejarle pasear por la playa. Tenía una lista, tremendamente especifica sobre todas las tareas que hacer a lo largo del día. La rubia las iba haciendo, normalmente con varios minutos de antelación.
Lo llevaba al Parque Rojo y le dejaba corretear por ahí, ella de mientras aprovechaba para repasar las complicadas lecciones de Fuinjutsu de la academia sentada en un banco. El bueno de Datsuse se iba apareciendo cada cierto tiempo para traerle algo, un palo, una piedra, una vez le trajo una cartera y tuvo que buscar a su dueño, el cual aseguró que no se le había caído en ningún momento. Vaya tontería, Datsuse no sería capaz de algo así.
Eso era al mediodia, justo antes de darle de comer, pero es que por la mañana a primera hora tenía que llevarlo a la playa a correr, que no a pasear, a correr. Hana no era ninguna niña mimada que no había corrido en su vida, pero hacerlo, a primera hora, en la playa, siguiéndole el ritmo a un perro adolescente con más energía que ella pelos, pues era durillo.
Pero ya llevaban unos días con la rutina y cada vez Datsuse se portaba mejor. Al principio había estado receloso de ella, casi podía verle sospechar que en algún momento iba a llegar tarde o se iba a olvidar de él en algún parque. Eso se le pasó rápidamente cuando al final del primer día le dio dos chuches en vez de una, como ponía en las instrucciones.
La cuestión es que ese día no estaba siendo un buen día para el pobre Datsuse. La perra con la que se reunía cada noche no había aparecido, la hija de la dueña se había acercado para anunciarme que la pobre perrita se había herido una pata y estaba pasando la noche en el veterinario. Tras darle las gracias procedió a decírselo a Datsuse que no se lo tomó bien, se pasó una hora persiguiendo a otras perras sin éxito.
Después, despechado porque su perra no había aparecido, se decidió a volver a casa. Andaba con la cabeza alta aprisa sin esperarla.
— Ya te he dicho que está malita, no podía venir. — la única respuesta que obtuvo del can fue un soplido exagerado por la nariz. — Mañana vamos a verla después de correr por la playa, ¿vale?
El Shiba Inu se detuvo para examinarla un segundo, y tras un análisis de unos segundos, volvió a andar, esta vez más relajado y contento. Hana suspiró, o ese perro era demasiado listo o ella estaba empezando a perder la cabeza.
Se acercaron al portal de casa de Datsuse y se dispuso a abrir la primera verja para después subir las escaleras que llevaban al piso en cuestión.