12/02/2020, 15:38
—Ehhhh... Pequeño problema, ¿tú sabes dónde está la casa de Hinoka-san? Porque no estoy muy seguro de que lo indicara en el pergamino.
—Oh... —murmuró Hiroki, y luego rio—. Sería un inconveniente si no fuera porque es mi vecina —reveló, llevándose su dedo pulgar izquierdo hacia él, aunque estaba lleno de babas.
Así que Hiroki lideró el camino hasta una calle bastante amplia, con casas a ambos lados de dos pisos, algo más ostentosas de lo que solían ser los hogares normales de Uzushiogakure. Hiroki terminó por resignarse y se guardó las manos en los bolsillos, no muy feliz por no haber podido limpiarse todas las babas que Kiro le había dejado.
—Es aquí —informó, señalando la entrada de una casa donde solo podían ver el gran muro de piedra con pequeños grabados de la familia y una gran puerta de madera que los separaba de la entrada.
Hiroki llamó.
En unos instantes, una mujer menuda de cabellos dorados y ojos esmeralda apareció por la puerta, con una bata puesta y un moño revuelto. No parecía estar esperando visita.
—¿Sí? ¿Qué quieren? —preguntó, hasta que sus ojos se posaron en el animal que dormitaba en los brazos de Takumi—. ¡Oh, Kiro! —exclamó, emocionada, mientras se acercaba a él—. ¿Dónde estaba? ¿Os ha dado muchos problemas? —preguntó, quitándoselo suavemente de entre los brazos al kazejin, abrazando ligeramente al animal cuando ya lo tuvo entre los suyos.
—Oh... —murmuró Hiroki, y luego rio—. Sería un inconveniente si no fuera porque es mi vecina —reveló, llevándose su dedo pulgar izquierdo hacia él, aunque estaba lleno de babas.
Así que Hiroki lideró el camino hasta una calle bastante amplia, con casas a ambos lados de dos pisos, algo más ostentosas de lo que solían ser los hogares normales de Uzushiogakure. Hiroki terminó por resignarse y se guardó las manos en los bolsillos, no muy feliz por no haber podido limpiarse todas las babas que Kiro le había dejado.
—Es aquí —informó, señalando la entrada de una casa donde solo podían ver el gran muro de piedra con pequeños grabados de la familia y una gran puerta de madera que los separaba de la entrada.
Hiroki llamó.
En unos instantes, una mujer menuda de cabellos dorados y ojos esmeralda apareció por la puerta, con una bata puesta y un moño revuelto. No parecía estar esperando visita.
—¿Sí? ¿Qué quieren? —preguntó, hasta que sus ojos se posaron en el animal que dormitaba en los brazos de Takumi—. ¡Oh, Kiro! —exclamó, emocionada, mientras se acercaba a él—. ¿Dónde estaba? ¿Os ha dado muchos problemas? —preguntó, quitándoselo suavemente de entre los brazos al kazejin, abrazando ligeramente al animal cuando ya lo tuvo entre los suyos.