Al lado de la Costa del Remolino

[Uzumaki Eri]

—Joder, Nabi. ¡Me cago en todo! Pero, ¿a dónde te fuiste? Que me estoy enterando aquí que no estás en la villa, ¡que no tienes ni bandana! ¿Qué coño, tío? ¿Qué coño?

Datsue había caído, en vez de mantener una fachada impenetrable donde solo se preguntarían qué tal estaban, el cabrón no había tardado en sacarle el tema. Eri sintió un nudo en la garganta al escuchar como él y Nabi volvían a hablar y se sintió terriblemente culpable. Ella podría haber hecho más, por Nabi, por Los Intrépidos, y, sin embargo; allí estaba, parada y sin saber qué decir, amenazada por sus ojos que querían ponerse a llorar.

Echaba tanto de menos al Inuzuka.

—Tío, sabes que ser shinobi no era lo mío, soy un espíritu libre, y ahora estoy en el País del Rayo con unos cinco perros más. Son como Stuffy, pero más feos, así que estoy como en casa —contestó Nabi con su humor de siempre—. Hay un perro que se parece a ti, le he puesto Datsue en tu honor.

Hubo un parón, pero luego, la voz de Nabi volvió a salir del sello.

—Bueno, ¿y tú qué? ¿Qué tal con tu moza? ¿Ya eres Uzukage oficialmente? —preguntó.