23/12/2015, 21:47
(Última modificación: 23/12/2015, 21:47 por Aotsuki Ayame.)
Pero cuando Mitsuki apenas había comenzado a responder la pregunta devuelta, un súbito revuelo a sus espaldas la sobresaltó. Con un pequeño chillido de terror, Ayame cruzó ambos brazos por delante del cuerpo en un ademán defensivo; todos sus músculos en tensión.
Sin embargo, aquella súbita aparición no resultó ser más que un muchacho tirado de bruces en el suelo que no dejaba de blasfemar contra su suerte. A juzgar por los arañazos que dibujaban su bronceada piel y las ramillas y hojas que llevaba enganchados al pelo rojo como la sangre, debía de haberse caído de un árbol cercano.
-¡Joder! ¡Mierda! -vociferaba.
«¿Quién es? ¿Nos estaba espiando?» Un escalofrío recorrió la espalda de Ayame.
Fue en ese momento cuando el chico alzó la mirada hacia ellas. Una mirada cargada del mismo color sanguíneo que sus cabellos.
-Esto.. Hola... —el chico en cuestión parecía tener más o menos su misma edad. Llevaba el pelo recogido en una coleta alta, pero ni siquiera los mechones que caían sobre su frente lograban tapar el símbolo que le identificaba como un shinobi de Uzushiogakure—. ¿Cómo va todo, Mitsuki-chan?
Ayame le dirigió una mirada de reojo a su compañera, con cierto gesto de recelo. No se le escapó el detalle de que el recién llegado se estaba lamiendo la sangre de sus dedos, y aquello sólo consiguió inquietarla más todavía.
—Esto sí... creo debo disculparme pero no conozco tu nombre— Aquello sí que era extraño. Aunque Ayame no era quien para hablar, parecía que Mitsuki no conocía a aquel shinobi. O al menos no recordaba su nombre—. —Me temo que no fuimos debidamente presentados. ¿Seguro que te encuentras bien?
Ayame terminó por cruzarse de brazos, en una posición algo más alejada. Por la tensión apreciable en cada uno de sus músculos y el gesto de confusión que esgrimía, era palpable que se estaba debatiendo si salir corriendo o quedarse a ver qué pasaba en aquel lugar.
—Esto... ¿quién eres y qué te ha pasado? —preguntó con cierta torpeza.
Sin embargo, aquella súbita aparición no resultó ser más que un muchacho tirado de bruces en el suelo que no dejaba de blasfemar contra su suerte. A juzgar por los arañazos que dibujaban su bronceada piel y las ramillas y hojas que llevaba enganchados al pelo rojo como la sangre, debía de haberse caído de un árbol cercano.
-¡Joder! ¡Mierda! -vociferaba.
«¿Quién es? ¿Nos estaba espiando?» Un escalofrío recorrió la espalda de Ayame.
Fue en ese momento cuando el chico alzó la mirada hacia ellas. Una mirada cargada del mismo color sanguíneo que sus cabellos.
-Esto.. Hola... —el chico en cuestión parecía tener más o menos su misma edad. Llevaba el pelo recogido en una coleta alta, pero ni siquiera los mechones que caían sobre su frente lograban tapar el símbolo que le identificaba como un shinobi de Uzushiogakure—. ¿Cómo va todo, Mitsuki-chan?
Ayame le dirigió una mirada de reojo a su compañera, con cierto gesto de recelo. No se le escapó el detalle de que el recién llegado se estaba lamiendo la sangre de sus dedos, y aquello sólo consiguió inquietarla más todavía.
—Esto sí... creo debo disculparme pero no conozco tu nombre— Aquello sí que era extraño. Aunque Ayame no era quien para hablar, parecía que Mitsuki no conocía a aquel shinobi. O al menos no recordaba su nombre—. —Me temo que no fuimos debidamente presentados. ¿Seguro que te encuentras bien?
Ayame terminó por cruzarse de brazos, en una posición algo más alejada. Por la tensión apreciable en cada uno de sus músculos y el gesto de confusión que esgrimía, era palpable que se estaba debatiendo si salir corriendo o quedarse a ver qué pasaba en aquel lugar.
—Esto... ¿quién eres y qué te ha pasado? —preguntó con cierta torpeza.