24/12/2015, 17:59
(Última modificación: 24/12/2015, 18:02 por Uchiha Datsue.)
Datsue suspiró de alivio cuando la tensión acumulada en el ambiente se relajó con la llegada de los guardias, que lejos de matarlos a preguntas dedujeron con rapidez quienes eran los buenos y quienes los malos.
Aunque, después de lo que acababa de oír de la boca del albino, empezaba a dudar que realmente ellos fueran los buenos. Quizá, simplemente eran los menos malos.
Respiró hondo y dejó escapar un largo suspiro, relajando los músculos. Estaba hecho polvo, como si hubiese terminado de correr en un maratón. Quizá no estaba hecho de la pasta necesaria para ser un shinobi. Siempre había disfrutado soñando con grandiosas aventuras, peligrosas y emocionantes a partes iguales. Pero ahora que veía a la muerte de cerca ya no le parecían tan grandiosas, ni tampoco emocionantes, tan solo peligrosas.
Tras el alivio, llegó la decepción, con una punzada de dolor en el orgullo. Eran los típicos sentimientos que uno se podía permitir cuando ya se encontraba a salvo. Analizando su reacción, había actuado más como un cobarde que como el chico valiente y decidido por el que se tenía.
Soy un fraude.
Dio un puñetazo en la mesa de pura frustración, enojado consigo mismo, y tiró la libreta en el interior de la mochila, cerrando la cremallera con brusquedad. Fue entonces cuando se percató de que el shinobi que le había ayudado se marchaba sin despedirse.
—Oye, espera —dijo, apurando el paso para ponerse a su lado, con la intención de seguir caminando junto a él. No le apetecía nada permanecer allí, junto a los cadáveres que parecían mirarle como echándole la culpa de lo que había pasado—. Blame, ¿verdad? Mi nombre es Datsue. Quería decirte que estoy en deuda contigo. Ya sabes, por la ayuda de antes. Así que… si necesitas cualquier cosa, puedes contar conmigo. A no ser que me salvaras para poder matarme tú mismo —bromeó, sonriendo—. En ese caso… Bueno, supongo que te dejaría cortarme el cuello como a los otros. Sería lo justo, ¿no? — pero entonces la risa que florecía en su estómago se le atragantó en la garganta, borrándole la sonrisa, y lo que pretendía ser una simple broma, una manera estúpida de quitarle hierro a lo que había sucedido, acabó por convertirse en una frase contundente y seria.
Nada más lejos de lo que había pretendido. La causa de su turbación no había sido otra que las palabras pronunciadas por aquel shinobi momentos antes, que resonaban ahora en su cabeza con más fuerza que nunca:
Sus familiares se reunirán con ellos en cuanto me sea posible.
Palabras duras. Palabras a tener en cuenta. Palabras que él, por un instante, había obviado.
Aunque, después de lo que acababa de oír de la boca del albino, empezaba a dudar que realmente ellos fueran los buenos. Quizá, simplemente eran los menos malos.
Respiró hondo y dejó escapar un largo suspiro, relajando los músculos. Estaba hecho polvo, como si hubiese terminado de correr en un maratón. Quizá no estaba hecho de la pasta necesaria para ser un shinobi. Siempre había disfrutado soñando con grandiosas aventuras, peligrosas y emocionantes a partes iguales. Pero ahora que veía a la muerte de cerca ya no le parecían tan grandiosas, ni tampoco emocionantes, tan solo peligrosas.
Tras el alivio, llegó la decepción, con una punzada de dolor en el orgullo. Eran los típicos sentimientos que uno se podía permitir cuando ya se encontraba a salvo. Analizando su reacción, había actuado más como un cobarde que como el chico valiente y decidido por el que se tenía.
Soy un fraude.
Dio un puñetazo en la mesa de pura frustración, enojado consigo mismo, y tiró la libreta en el interior de la mochila, cerrando la cremallera con brusquedad. Fue entonces cuando se percató de que el shinobi que le había ayudado se marchaba sin despedirse.
—Oye, espera —dijo, apurando el paso para ponerse a su lado, con la intención de seguir caminando junto a él. No le apetecía nada permanecer allí, junto a los cadáveres que parecían mirarle como echándole la culpa de lo que había pasado—. Blame, ¿verdad? Mi nombre es Datsue. Quería decirte que estoy en deuda contigo. Ya sabes, por la ayuda de antes. Así que… si necesitas cualquier cosa, puedes contar conmigo. A no ser que me salvaras para poder matarme tú mismo —bromeó, sonriendo—. En ese caso… Bueno, supongo que te dejaría cortarme el cuello como a los otros. Sería lo justo, ¿no? — pero entonces la risa que florecía en su estómago se le atragantó en la garganta, borrándole la sonrisa, y lo que pretendía ser una simple broma, una manera estúpida de quitarle hierro a lo que había sucedido, acabó por convertirse en una frase contundente y seria.
Nada más lejos de lo que había pretendido. La causa de su turbación no había sido otra que las palabras pronunciadas por aquel shinobi momentos antes, que resonaban ahora en su cabeza con más fuerza que nunca:
Sus familiares se reunirán con ellos en cuanto me sea posible.
Palabras duras. Palabras a tener en cuenta. Palabras que él, por un instante, había obviado.