26/04/2020, 20:21
Se quedó mirando sin decir nada. Ahora necesitaba saber quién era la tal kunoichi y entonces le llevaría al médico. Sabía que una rotura de tobillo no le mataría, solo le iba a doler un buen rato y en cuanto los ninja médicos hiciesen su trabajo, aquella desgarradora sensación desaparecería en un instante. Su filosofía era clara. Solo aquellos que habían conocido el dolor, la frustración y la tristeza eran dignos. Lástima ser un mindundi y no poder imponerla con mano de hierro en todo el mundo ninja. Le miró y esbozó una sonrisa que, en su ojeroso rostro se traducía en algo macabro.
-Muy bien... Ahora dime como se llamaba esa kunoichi. Entonces, te llevaré al médico y declararás ante las autoridades pertinentes. Tu testimonio servirá como confesión de una serie de crímenes y tanto tú como tu cómplice recibiréis el castigo que las autoridades shinobi crean conveniente para vuestro caso. -Recitó, como si de un procedimiento establecido se tratase, aunque lo cierto es que no distaba demasiado del modus operandi oficial de la aldea.
Se acercó a él y le agarró de la ropa, con motivo de ayudarle a caminar. Si, le iba a ayudar a caminar, pero no iba a dejarle llegar al hospital sin una confesión. Muy posiblemente el estruendo de su técnica habría alertado a algún transeunte o ciudadano. Sabía perfectamente que no podría cargarle hasta el hospital pues su potencia física era tan limitada, que a veces pensaba que no existía. Una vez le hiciera la confesión, y solo si la hacía, trataría de interceptar a un transeúnte de la calle para pedirle, a este si, con suma educación que le hiciese el favor de ayudarle a llevar a aquel chico al hospital.
-Muy bien... Ahora dime como se llamaba esa kunoichi. Entonces, te llevaré al médico y declararás ante las autoridades pertinentes. Tu testimonio servirá como confesión de una serie de crímenes y tanto tú como tu cómplice recibiréis el castigo que las autoridades shinobi crean conveniente para vuestro caso. -Recitó, como si de un procedimiento establecido se tratase, aunque lo cierto es que no distaba demasiado del modus operandi oficial de la aldea.
Se acercó a él y le agarró de la ropa, con motivo de ayudarle a caminar. Si, le iba a ayudar a caminar, pero no iba a dejarle llegar al hospital sin una confesión. Muy posiblemente el estruendo de su técnica habría alertado a algún transeunte o ciudadano. Sabía perfectamente que no podría cargarle hasta el hospital pues su potencia física era tan limitada, que a veces pensaba que no existía. Una vez le hiciera la confesión, y solo si la hacía, trataría de interceptar a un transeúnte de la calle para pedirle, a este si, con suma educación que le hiciese el favor de ayudarle a llevar a aquel chico al hospital.