6/05/2020, 16:35
Ayame alargó el brazo y cogió otra percha. De él pendía un vestido largo, blanco como la nieve, y la kunoichi lo miró con el ceño fruncido.
«¿Este?»
«Sí.»
«Pero, Kokuō, ¿cómo me voy a mover con esto en un combate? ¿Te has vuelto loca?»
«Es bonito.»
«Demasiado blanco, voy a parecer un fantasma con esto.» Suspiró con pesar, antes de volver a dejarlo donde estaba.
Era el día siguiente a los combates de la primera ronda, y Ayame decidió darse una vuelta por Sendōshi. Su primera parada fue una tienda de ropa. Después de su combate contra Daruu, su indumentaria shinobi había quedado completamente inutilizable, por lo que debía buscarse un nuevo atuendo de acuerdo a sus necesidades. Benri-ya era una tienda más bien modesta, pero muy acogedora, de la que se encargaban dos hermanas. Al parecer vendían ropa confeccionada por ellas mismas, por lo que las prendas iban cambiando diariamente y no había dos iguales. Ayame debía admitir que tenían un catálogo bonito y asequible de precio. El problema era, precisamente, la opinión de Kokuō: Ayame y ella parecían bastante opuestas en cuanto a gustos de ropa. La kunoichi buscaba algo parecido al uniforme que estaba acostumbrada a utilizar, pero el bijū parecía empeñada en odiar el color: todo lo que sugería que se probara era absolutamente blanco. Y lo último que quería Ayame era comenzar a vestir con su hermano.
«¿Este?»
«Sí.»
«Pero, Kokuō, ¿cómo me voy a mover con esto en un combate? ¿Te has vuelto loca?»
«Es bonito.»
«Demasiado blanco, voy a parecer un fantasma con esto.» Suspiró con pesar, antes de volver a dejarlo donde estaba.
Era el día siguiente a los combates de la primera ronda, y Ayame decidió darse una vuelta por Sendōshi. Su primera parada fue una tienda de ropa. Después de su combate contra Daruu, su indumentaria shinobi había quedado completamente inutilizable, por lo que debía buscarse un nuevo atuendo de acuerdo a sus necesidades. Benri-ya era una tienda más bien modesta, pero muy acogedora, de la que se encargaban dos hermanas. Al parecer vendían ropa confeccionada por ellas mismas, por lo que las prendas iban cambiando diariamente y no había dos iguales. Ayame debía admitir que tenían un catálogo bonito y asequible de precio. El problema era, precisamente, la opinión de Kokuō: Ayame y ella parecían bastante opuestas en cuanto a gustos de ropa. La kunoichi buscaba algo parecido al uniforme que estaba acostumbrada a utilizar, pero el bijū parecía empeñada en odiar el color: todo lo que sugería que se probara era absolutamente blanco. Y lo último que quería Ayame era comenzar a vestir con su hermano.