30/12/2015, 22:18
Tal y como sospechaba, la verdad había sido cubierta sobre un campo de rosas. Los cientos y cientos de cadáveres que residían en esa tierra muerta llamada anteriormente Kusagakure distaban de haber llamado la atención. Había sido todo un trágico accidente, un fatídico desliz de la malvada naturaleza. Pero... ¿Por qué había de ser una bestia demoníaca con colas la que atacase la aldea shinobi? ¿Y por qué de entre ellas la más poderosa de todas? Realmente tenía un único sentido, dejar claro que no habían tenido oportunidad alguna de defenderse, dejar zanjadas las dudas de ese exterminio. Ni un solo superviviente, y un atacante que no podía brindar por aclarar su inocencia. Había sido un ataque y encubrimiento de lo mas elaborado, sin duda no era algo que se hubiese planeado en una sola noche.
Tras dejar caer un suspiro, una carcajada risueña acompaño al anterior gesto. Sin aún haberse girado, el chico se llevó las manos hacia detrás, dejando caer su cuerpo de manera desconsiderada. La acción tuvo su repercusión, el albino cayó deliberadamente, aunque de manera controlada. Su cuerpo se balanceó hasta media altura, y asegurado con las manos en el poyete donde se encontraba sentado, miró al de Amegakure desde el sentido inverso.
—Así que eso es lo que le dicen a los genins a día de hoy... ¿Pues sabes qué? Es imposible que el Kyuubi atacase Kusagakure, porque llevo varios meses por esta zona. Esa aldea no me suponía un problema...— Argumentó.
Evidentemente había dejado caer un farol de dimensiones dantescas, pero era algo que su antagonista podía o no podía saber. ¿Se iba a arriesgar a enojar a un supuesto Jinchuriki? Era un asunto arriesgado... podía estar hablando con un tipo peligroso, que tenía unas pintas raras, un brazo de un material extraño, tétrico, que afirmaba que esa ciudad era suya... Era un farol difícil de destapar. Por otro lado, bien cierto era que una vez se fuese ese chico, tendría que buscar otra "casa", pues se iría de la lengua evidentemente. Seguro que venían a buscarlo, no era algo de extrañar.
A largo lapso temporal podía generarle aún mas problemas, pero podía negarlo todo de igual modo si en algún momento lo pillasen. Él no asumía demasiado riesgo.
Sin mas, hizo una cabriola y se volvió a la par que se sentaba. Sus ojos de colores dispares de nuevo se hincaban en los de su antagonista, y su rostro mostraba la mas clara tranquilidad. Obviamente, de ser tan poderoso como para dominar al 9 colas, no debía mostrar arrepentimiento alguno. Las palabras no se las iba a llevar el viento, esas palabras pesaban demasiado.
Tras dejar caer un suspiro, una carcajada risueña acompaño al anterior gesto. Sin aún haberse girado, el chico se llevó las manos hacia detrás, dejando caer su cuerpo de manera desconsiderada. La acción tuvo su repercusión, el albino cayó deliberadamente, aunque de manera controlada. Su cuerpo se balanceó hasta media altura, y asegurado con las manos en el poyete donde se encontraba sentado, miró al de Amegakure desde el sentido inverso.
—Así que eso es lo que le dicen a los genins a día de hoy... ¿Pues sabes qué? Es imposible que el Kyuubi atacase Kusagakure, porque llevo varios meses por esta zona. Esa aldea no me suponía un problema...— Argumentó.
Evidentemente había dejado caer un farol de dimensiones dantescas, pero era algo que su antagonista podía o no podía saber. ¿Se iba a arriesgar a enojar a un supuesto Jinchuriki? Era un asunto arriesgado... podía estar hablando con un tipo peligroso, que tenía unas pintas raras, un brazo de un material extraño, tétrico, que afirmaba que esa ciudad era suya... Era un farol difícil de destapar. Por otro lado, bien cierto era que una vez se fuese ese chico, tendría que buscar otra "casa", pues se iría de la lengua evidentemente. Seguro que venían a buscarlo, no era algo de extrañar.
A largo lapso temporal podía generarle aún mas problemas, pero podía negarlo todo de igual modo si en algún momento lo pillasen. Él no asumía demasiado riesgo.
Sin mas, hizo una cabriola y se volvió a la par que se sentaba. Sus ojos de colores dispares de nuevo se hincaban en los de su antagonista, y su rostro mostraba la mas clara tranquilidad. Obviamente, de ser tan poderoso como para dominar al 9 colas, no debía mostrar arrepentimiento alguno. Las palabras no se las iba a llevar el viento, esas palabras pesaban demasiado.