7/06/2020, 20:32
PV –
"No caigas. No te atrevas a caer."
Ranko no pudo ver a la mujer pelirroja que se ponía de pie en las gradas, preocupada por su hija. No pudo ver ni a la chica que apretaba las manos a manera de oración al lado de dicha mujer. Tampoco a Aburame Kintsugi. Sólo vio el rostro sangrante del espadachín a unos metros de ella. Había acertado. Lo había hecho. Ahora solo quedaba hacerlo de nuevo. Las veces que hiciera falta.
"No caigas. Ranko, no cedas. No caigas."
No sabía si sentía un infierno en el vientre, o si el dolor en sí le había entumecido los nervios. Sus temblorosos brazos se alzaron en guardia a la altura de su barbilla, listos para repeler cualquier ataque. Intentó saltar con su Hitoshin y darle una fuerte patada en el estómago.
"No, vamos, niña. No caigas. NO. CAIGAS."
Pero su cuerpo no se movió. Sus piernas estaban firmemente plantadas en la arena de combate, pero no respondían. Sus brazos estaban alzados para defenderse, pero tampoco hicieron nada. No sentía la sangre fluir por su vientre y piernas, pero sí sentía la energía abandonándola.
"No puedes caer. TE LO PROHIBO. No caigas."
Reiji seguía dispuesto a continuar, aunque se notaba malherido del rostro. Sólo necesitaba golpearle más. Sólo una, dos o tres patadas más y ganaría. Ya había perdido mucho. Contra Kuumi, contra Rōga, contra Etsu, contra Yota, contra Mei. Tenía que ganar. Por su familia, por su Aldea, por Yondaime Morikage. Por ella misma, por Hakuto. Tenía que darlo todo.
"No caigas. Por favor. Te lo suplico, Ranko, no caigas."
Le dolía tanto que ni siquiera podía llorar. Sintió que había pasado una eternidad allí, enfocando su borrosa visión en aquel espadachín. Si tan sólo fuese más fuerte. Si tan sólo fuese más rápida. Si tan sólo pudiese abrir las Ocho Puertas. Si tan sólo no fuese un fracaso de guerrera. Un fracaso de ninja. Un fracaso de heroína. Por un momento, su mirada fue a su brazo derecho, ahora protegido por su placa de Kusagakure. Una placa dañada y raspada. Y recordó su brazo roto, hacía ya varios años.
La voz de su madre reverberó en su cabeza.
"No caigas."
No había nada enfrente de Ranko, sólo el rostro ensangrentado de Reiji. La audiencia había desaparecido. Sus brazos se habían relajado, y ahora descansaban abajo, colgando de sus hombros.
"No caigas."
Todo se tornó negro. Ya no pudo ver ni a su contrincante, ni pudo escuchar el clamor de los Uzujin al ver vencedor a su campeón, ni la lástima de los Kusajin al ver a su finalista perder. No escucharía los gritos preocupados de su madre, ni podría ver la reacción de su Morikage. Oscuridad absoluta.
"No caigas."
Las piernas y la espalda de Ranko seguirían tensas, manteniendo su postura semierecta. Aunque sus ojos se apagarían y sus brazos no reaccionarían. Su vientre seguía sangrando, y no tardaría en hacer un charco carmesí a sus pies. Su espíritu de pelea le mantendría sin caer, pero su cuerpo ya no respondería. Su voluntad le hacía querer seguir, pero su cuerpo no daría más, petrificado por el daño que había sufrido. Era como si, inconscientemente, su cuerpo gastase lo poco de vida que le quedaba para mantenerla firme, de pie cual estatua.
"No..."
Y así, Kusagakure no Hakuto perdería.
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–"No caigas. No te atrevas a caer."
Ranko no pudo ver a la mujer pelirroja que se ponía de pie en las gradas, preocupada por su hija. No pudo ver ni a la chica que apretaba las manos a manera de oración al lado de dicha mujer. Tampoco a Aburame Kintsugi. Sólo vio el rostro sangrante del espadachín a unos metros de ella. Había acertado. Lo había hecho. Ahora solo quedaba hacerlo de nuevo. Las veces que hiciera falta.
"No caigas. Ranko, no cedas. No caigas."
No sabía si sentía un infierno en el vientre, o si el dolor en sí le había entumecido los nervios. Sus temblorosos brazos se alzaron en guardia a la altura de su barbilla, listos para repeler cualquier ataque. Intentó saltar con su Hitoshin y darle una fuerte patada en el estómago.
"No, vamos, niña. No caigas. NO. CAIGAS."
Pero su cuerpo no se movió. Sus piernas estaban firmemente plantadas en la arena de combate, pero no respondían. Sus brazos estaban alzados para defenderse, pero tampoco hicieron nada. No sentía la sangre fluir por su vientre y piernas, pero sí sentía la energía abandonándola.
"No puedes caer. TE LO PROHIBO. No caigas."
Reiji seguía dispuesto a continuar, aunque se notaba malherido del rostro. Sólo necesitaba golpearle más. Sólo una, dos o tres patadas más y ganaría. Ya había perdido mucho. Contra Kuumi, contra Rōga, contra Etsu, contra Yota, contra Mei. Tenía que ganar. Por su familia, por su Aldea, por Yondaime Morikage. Por ella misma, por Hakuto. Tenía que darlo todo.
"No caigas. Por favor. Te lo suplico, Ranko, no caigas."
Le dolía tanto que ni siquiera podía llorar. Sintió que había pasado una eternidad allí, enfocando su borrosa visión en aquel espadachín. Si tan sólo fuese más fuerte. Si tan sólo fuese más rápida. Si tan sólo pudiese abrir las Ocho Puertas. Si tan sólo no fuese un fracaso de guerrera. Un fracaso de ninja. Un fracaso de heroína. Por un momento, su mirada fue a su brazo derecho, ahora protegido por su placa de Kusagakure. Una placa dañada y raspada. Y recordó su brazo roto, hacía ya varios años.
La voz de su madre reverberó en su cabeza.
”Eres fuerte, cariño, pero te falta mucho.
”Lo siento.”
”No lo sientas. Yo lo veo más como… una oportunidad de mejorar…”
”Lo siento.”
”No lo sientas. Yo lo veo más como… una oportunidad de mejorar…”
"No caigas."
No había nada enfrente de Ranko, sólo el rostro ensangrentado de Reiji. La audiencia había desaparecido. Sus brazos se habían relajado, y ahora descansaban abajo, colgando de sus hombros.
"No caigas."
Todo se tornó negro. Ya no pudo ver ni a su contrincante, ni pudo escuchar el clamor de los Uzujin al ver vencedor a su campeón, ni la lástima de los Kusajin al ver a su finalista perder. No escucharía los gritos preocupados de su madre, ni podría ver la reacción de su Morikage. Oscuridad absoluta.
"No caigas."
Las piernas y la espalda de Ranko seguirían tensas, manteniendo su postura semierecta. Aunque sus ojos se apagarían y sus brazos no reaccionarían. Su vientre seguía sangrando, y no tardaría en hacer un charco carmesí a sus pies. Su espíritu de pelea le mantendría sin caer, pero su cuerpo ya no respondería. Su voluntad le hacía querer seguir, pero su cuerpo no daría más, petrificado por el daño que había sufrido. Era como si, inconscientemente, su cuerpo gastase lo poco de vida que le quedaba para mantenerla firme, de pie cual estatua.
"No..."
Y así, Kusagakure no Hakuto perdería.
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