8/06/2020, 19:12
(Última modificación: 8/06/2020, 19:14 por Aotsuki Ayame. Editado 2 veces en total.)
Las esposas supresoras de chakra chocaron contra Daigo. Sin embargo, en lugar de devolverlo al suelo como pretendía Ayame, el peliverde desapareció en una voluta de humo.
«¡Tsk! ¡Tendría que haberlo previsto!» Maldijo para sus adentros, chasqueando la lengua. Se había acostumbrado tanto a los clones verdosos del chico, que ni se le había pasado por la cabeza que aquel pudiera ser una réplica normal y corriente.
Ni siquiera tuvo tiempo de culminar su plan. Como un cohete, el verdadero Daigo pegó entonces un tremendo salto, situándose incluso por encima de Ayame y uno de aquellos condenados clones espectrales apareció junto a él.
—¿Pero qué está...? —Ayame abrió los ojos como platos, al ver cómo su oponente tomaba a su réplica de la cabeza.
—¡TSUKIYAMA: RYŪSEI-GUN!
Y lo lanzó contra ella con todas sus fuerzas. Pero no era el único. A aquel clon le siguieron decenas y decenas de réplicas más, que el Daigo original lanzaba contra ella como si fueran simples shuriken. No. No sólo contra ella. También a sus alrededores. Escapar a tiempo era imposible, el reemplazo era absolutamente inviable. Por lo que sólo le quedaba una opción: Ayame cruzó los brazos frente a su cuerpo y cerró los ojos.
El primer clon la atravesó como si Ayame no hubiese sido más que el reflejo de la luna en un lago, haciéndola estallar violentamente en agua, y sus alas estallaron con ella. Pero no fue el único, a aquel clon le sucedieron todos los demás.
La masa de agua en la que se había convertido Ayame cayó prácticamente al mismo tiempo que Daigo, aunque fue ella la primera que llegó a tierra por la diferencia de altura entre ambos. Ahora estaban a unos tres metros el uno del otro, y la kunoichi volvió a tomar su forma corpórea entre ligeros resuellos mientras daba algunos pasos hacia atrás para tomar distancia. Comenzaba a fatigarla la falta de energía, pero no estaba dispuesta a rendirse. No frente a un rival tan formidable como Daigo.
—¡Muy buena esa técnica! —le concedió, echando sendos brazos hacia atrás, tras su espalda—. ¡Pero esto no ha terminado, Daigo!
Dicho y hecho, la kunoichi arrojó sendos brazos hacia delante y arrojó dos kunais hacia el del Kusagakure: uno hacia su pierna izquierda y otro hacia su brazo derecho.
«¡Tsk! ¡Tendría que haberlo previsto!» Maldijo para sus adentros, chasqueando la lengua. Se había acostumbrado tanto a los clones verdosos del chico, que ni se le había pasado por la cabeza que aquel pudiera ser una réplica normal y corriente.
Ni siquiera tuvo tiempo de culminar su plan. Como un cohete, el verdadero Daigo pegó entonces un tremendo salto, situándose incluso por encima de Ayame y uno de aquellos condenados clones espectrales apareció junto a él.
—¿Pero qué está...? —Ayame abrió los ojos como platos, al ver cómo su oponente tomaba a su réplica de la cabeza.
—¡TSUKIYAMA: RYŪSEI-GUN!
Y lo lanzó contra ella con todas sus fuerzas. Pero no era el único. A aquel clon le siguieron decenas y decenas de réplicas más, que el Daigo original lanzaba contra ella como si fueran simples shuriken. No. No sólo contra ella. También a sus alrededores. Escapar a tiempo era imposible, el reemplazo era absolutamente inviable. Por lo que sólo le quedaba una opción: Ayame cruzó los brazos frente a su cuerpo y cerró los ojos.
¡CHOF!
El primer clon la atravesó como si Ayame no hubiese sido más que el reflejo de la luna en un lago, haciéndola estallar violentamente en agua, y sus alas estallaron con ella. Pero no fue el único, a aquel clon le sucedieron todos los demás.
¡CHOF! ¡CHOF! ¡CHOF! ¡CHOF! ¡CHOF!
La masa de agua en la que se había convertido Ayame cayó prácticamente al mismo tiempo que Daigo, aunque fue ella la primera que llegó a tierra por la diferencia de altura entre ambos. Ahora estaban a unos tres metros el uno del otro, y la kunoichi volvió a tomar su forma corpórea entre ligeros resuellos mientras daba algunos pasos hacia atrás para tomar distancia. Comenzaba a fatigarla la falta de energía, pero no estaba dispuesta a rendirse. No frente a un rival tan formidable como Daigo.
—¡Muy buena esa técnica! —le concedió, echando sendos brazos hacia atrás, tras su espalda—. ¡Pero esto no ha terminado, Daigo!
Dicho y hecho, la kunoichi arrojó sendos brazos hacia delante y arrojó dos kunais hacia el del Kusagakure: uno hacia su pierna izquierda y otro hacia su brazo derecho.