2/07/2020, 19:39
Yota y Kumopansa estaban limpiando tranquilamente, plaquita por plaquita, vagón por vagón. El que estaba más cerca de los utensilios no era el G-20, ¿quien lo hubiese dicho? Fueron al siguiente más cercano. Se les iluminaron los ojos al ver una G en la plaquita, pero era el 29. Vaya por dios. Así fueron limpiando cada vez más adentro, cada vez más alejados de las herramientas y el agua. Por suerte, el mismo dios que les estaba haciendo limpiar plaquitas había inventado los cubos y pudieron llevarse agua donde limpiar los estropajos.
Todo iba como la seda, llevaban una hora y ni siquiera habían encontrado el puto vagón. Como la seda. Llevaban unos minutos en silencio, fruto del cansancio y la exasperación, solo se oían los bufidos de Yota que era su forma de quejarse cuando estaba cansado de quejarse.
Y entonces, pasos. Normalmente hubiesen pasado desapercibidos, pero en el silencio del almacén resonaban como si fuesen cañonazos. Después la puerta abriéndose y los pasos entraron en la sala.
— ¡Eh, muchacho! Sal de ahí que... — pero jamás acabó su oración.
Se oyó un sonido característico. El sonido de carne siendo atravesada violentamente. Después sonidos metálicos, como si se estuviese golpeando una superficie de metal y de vuelta al silencio. Si Yota salía de su escondite, vería algo, como mínimo, perturbador.
Un muchacho, joven por su aspecto, embutido en una capa blanca rebuscado el cadáver del secretario que le había llevado hasta ahí. Espera, ¿cadáver? No, aún se movía, era sutil y débil, pero se movía. ¿Rebuscar? No, le estaba cortando un dedo con una daga blanquecina. Una daga que salía de la misma mano del asesino.
El secretario estaba recostado contra la puerta metálica en un charco de sangre y un segundo antes de dar su último suspiro, le dedicó una mirada suplicante a Yota. Al contrario del muchacho, que estaba totalmente concentrado en el dedo que estaba pelando, literalmente. Aparte de la capa y el pelo grisáceo, poco más se podía apreciar de él. Estaba acuclillado frente al, ahora ya, cadáver del hombre, como un animal que acaba de cazar a su presa y se está alimentando.
Todo iba como la seda, llevaban una hora y ni siquiera habían encontrado el puto vagón. Como la seda. Llevaban unos minutos en silencio, fruto del cansancio y la exasperación, solo se oían los bufidos de Yota que era su forma de quejarse cuando estaba cansado de quejarse.
Y entonces, pasos. Normalmente hubiesen pasado desapercibidos, pero en el silencio del almacén resonaban como si fuesen cañonazos. Después la puerta abriéndose y los pasos entraron en la sala.
— ¡Eh, muchacho! Sal de ahí que... — pero jamás acabó su oración.
Se oyó un sonido característico. El sonido de carne siendo atravesada violentamente. Después sonidos metálicos, como si se estuviese golpeando una superficie de metal y de vuelta al silencio. Si Yota salía de su escondite, vería algo, como mínimo, perturbador.
Un muchacho, joven por su aspecto, embutido en una capa blanca rebuscado el cadáver del secretario que le había llevado hasta ahí. Espera, ¿cadáver? No, aún se movía, era sutil y débil, pero se movía. ¿Rebuscar? No, le estaba cortando un dedo con una daga blanquecina. Una daga que salía de la misma mano del asesino.
El secretario estaba recostado contra la puerta metálica en un charco de sangre y un segundo antes de dar su último suspiro, le dedicó una mirada suplicante a Yota. Al contrario del muchacho, que estaba totalmente concentrado en el dedo que estaba pelando, literalmente. Aparte de la capa y el pelo grisáceo, poco más se podía apreciar de él. Estaba acuclillado frente al, ahora ya, cadáver del hombre, como un animal que acaba de cazar a su presa y se está alimentando.