23/07/2020, 16:24
Yui paró. No por Ayame. No por el pobre ladronzuelo, que rechinaba los dientes en su esquina. Sino porque Hōzuki Kiiroka abrió la puerta del calabozo de un portazo. No estaba de buen humor. Nadie estaba de buen humor, ni siquiera sin conocer las noticias. La mujer, a pesar de vivir en una villa en la que casi siempre estaba lloviendo, vestía con la indumentaria típica de una chica joven en un día de playa en las costas uzureñas. Siempre había sido así. Pero para sorpresa de todos, no iba mojando el suelo a su paso. Siempre paseaba fuera del edificio para remojarse un poco la piel.
—Me cago en todo, ¿quién está armando jaleo en este día de mierda? —espetó, antes de darse cuenta de quén estaba armando jaleo. Se pegó a la celda contraria, más sorprendida que asustada—. ¿¡Arashikage-sama!?
—Antaño lo fui —cortó Yui—. ¿¡A qué cojones esperas!? Abre la puta puerta, que tengo que hablar con Shanise. ¿Está en el despacho?
—S-sí, Yui-sama. —Kiiroka se apresuró a acercarse y a abrir la cerradura, dejándolas pasar. Luego, cerró la puerta firmemente y se acercó a sus camaradas, que ya se dirigían hacia la recepción—. ¿Qué ha pasado? ¿Ha pasado algo?
—Ya hablaremos —cortó Yui—. Ahora mismo, déjame en paz.
En silencio, Kiiroka se refugió tras el mostrador. Yui avanzó hacia el ascensor, y se abrió paso al interior. Esperó a Ayame.
Entonces comprendió tanto el mal humor de Kiiroka como los acontecimientos de aquél fatídico día. A través de la puerta, le cegó una luz.
La luz del sol. Un sol cegador. El peor presagio.
—Me cago en todo, ¿quién está armando jaleo en este día de mierda? —espetó, antes de darse cuenta de quén estaba armando jaleo. Se pegó a la celda contraria, más sorprendida que asustada—. ¿¡Arashikage-sama!?
—Antaño lo fui —cortó Yui—. ¿¡A qué cojones esperas!? Abre la puta puerta, que tengo que hablar con Shanise. ¿Está en el despacho?
—S-sí, Yui-sama. —Kiiroka se apresuró a acercarse y a abrir la cerradura, dejándolas pasar. Luego, cerró la puerta firmemente y se acercó a sus camaradas, que ya se dirigían hacia la recepción—. ¿Qué ha pasado? ¿Ha pasado algo?
—Ya hablaremos —cortó Yui—. Ahora mismo, déjame en paz.
En silencio, Kiiroka se refugió tras el mostrador. Yui avanzó hacia el ascensor, y se abrió paso al interior. Esperó a Ayame.
Entonces comprendió tanto el mal humor de Kiiroka como los acontecimientos de aquél fatídico día. A través de la puerta, le cegó una luz.
La luz del sol. Un sol cegador. El peor presagio.