17/08/2020, 19:57
Los ojos vidriosos de Shanise se clavaron en los de Ayame durante un largo tiempo.
—No lo sé. No tengo ni idea. Tendremos que esperar a Kaido y a Daruu para que nos cuenten más.
«Es verdad, Kaido...» Pensó Ayame, agachando ligeramente la cabeza. En un gesto instintivo, se llevó la mano al vientre cuando un dolor reflejo sacudió sus entrañas.
—Se lo dije a Yui —añadió Yui, bajando la cabeza—. Fue un error mandarle a él solo. Claro que, tampoco teníamos forma de saber que ese sello iba a lavarle el cerebro.
Ayame apretó los labios, pero no dijo nada al respecto. En su pecho, como serpientes enzarzadas, se anudaban sentimientos completamente opuestos con respecto a su viejo amigo, unos sentimientos que intentaba por todos los medios negar pero que estaban allí: Alegría, miedo, esperanza, inseguridad...
—Ayame, volviendo al tema de antes —la llamó Shanise, y Ayame volvió a alzar la mirada. Algo en su fuero interno agradeció el cambio de conversación—. Necesito que te cuides bien las espaldas, ¿vale? —le susurró—. Estoy segura de que lo has oído. Mucha gente no está de acuerdo con que colaboremos con los bijū. Hay shinobi que perdieron familia y amigos en el ataque del... en el ataque de Kokuō. Yo... también perdí a alguien —confesó, apartando la mirada y Ayame se sintió palidecer. ¿Shanise también había perdido a alguien en el ataque de Kokuō? ¿A quién podía estar refiriéndose? ¿Algún familiar quizás? Kokuō no lo sabría, eso estaba claro, y preguntarle directamente sería hurgar aún más en la llaga. De repente, Ayame se sintió entre la espada y la pared, y una gota de sudor frío recorrió su sien. Por extraño que pudiera sonar, se sentía culpable. Pese a que ella no había hecho absolutamente nada—. Pero también he tenido que perdonar a... humanos. Qué raro decirlo así. He tenido que perdonar a algunas personas. Shinobi de otras aldeas. Es difícil. A algunas, no les perdoné. Lo que quiero decir es que yo entiendo la situación y quiero colaborar —añadió, para alivio de la jinchūriki—. Pero hay otros que no, y que incluso pensaban ya que Yui estaba perdiendo el juicio. Ha habido ataques. Alguna protesta. Mitigadas enseguida, claro. Ahora que no estará Yui, y por mucho que me gustaría creer lo contrario, mucho me temo que algunos indecisos van a inclinarse por un camino peligroso. No tengo el carisma de Yui, Ayame. Habrá problemas, al menos hasta que asimilen el cambio. Debemos ser cautelosas.
Ayame quiso tragar saliva, pero se dio cuenta de que se le había quedado la garganta completamente seca. En su lugar, asintió con gesto sombrío y una sonrisa nerviosa aleteó en sus labios.
—Soy consciente de ello, y lo entiendo. No te preocupes, Shanise, soy propensa a meterme en líos pero sé cuidarme las espaldas. Además, nadie puede atrapar al Agua —se pavoneó, inflando el pecho con orgullo.
Pero la sonrisa desapareció de sus labios como la llama de una vela soplada, y Ayame volvió a agachar la mirada. No podía. No podía contenerse. Su curiosidad la empujaba a ello, pese a que sabía que aquello no estaba bien, pese a que sabía que aquello sólo sería abrir una herida ya cicatrizada.
—Sh... Shanise... P... ¿Puedo preguntar...? A... ¿A quién perdiste...?
—No lo sé. No tengo ni idea. Tendremos que esperar a Kaido y a Daruu para que nos cuenten más.
«Es verdad, Kaido...» Pensó Ayame, agachando ligeramente la cabeza. En un gesto instintivo, se llevó la mano al vientre cuando un dolor reflejo sacudió sus entrañas.
—Se lo dije a Yui —añadió Yui, bajando la cabeza—. Fue un error mandarle a él solo. Claro que, tampoco teníamos forma de saber que ese sello iba a lavarle el cerebro.
Ayame apretó los labios, pero no dijo nada al respecto. En su pecho, como serpientes enzarzadas, se anudaban sentimientos completamente opuestos con respecto a su viejo amigo, unos sentimientos que intentaba por todos los medios negar pero que estaban allí: Alegría, miedo, esperanza, inseguridad...
«No perdáis la fe en el alquequenje que se oculta tras la niebla. No perdáis la fe en el verdadero Umikiba Kaido.»
—Ayame, volviendo al tema de antes —la llamó Shanise, y Ayame volvió a alzar la mirada. Algo en su fuero interno agradeció el cambio de conversación—. Necesito que te cuides bien las espaldas, ¿vale? —le susurró—. Estoy segura de que lo has oído. Mucha gente no está de acuerdo con que colaboremos con los bijū. Hay shinobi que perdieron familia y amigos en el ataque del... en el ataque de Kokuō. Yo... también perdí a alguien —confesó, apartando la mirada y Ayame se sintió palidecer. ¿Shanise también había perdido a alguien en el ataque de Kokuō? ¿A quién podía estar refiriéndose? ¿Algún familiar quizás? Kokuō no lo sabría, eso estaba claro, y preguntarle directamente sería hurgar aún más en la llaga. De repente, Ayame se sintió entre la espada y la pared, y una gota de sudor frío recorrió su sien. Por extraño que pudiera sonar, se sentía culpable. Pese a que ella no había hecho absolutamente nada—. Pero también he tenido que perdonar a... humanos. Qué raro decirlo así. He tenido que perdonar a algunas personas. Shinobi de otras aldeas. Es difícil. A algunas, no les perdoné. Lo que quiero decir es que yo entiendo la situación y quiero colaborar —añadió, para alivio de la jinchūriki—. Pero hay otros que no, y que incluso pensaban ya que Yui estaba perdiendo el juicio. Ha habido ataques. Alguna protesta. Mitigadas enseguida, claro. Ahora que no estará Yui, y por mucho que me gustaría creer lo contrario, mucho me temo que algunos indecisos van a inclinarse por un camino peligroso. No tengo el carisma de Yui, Ayame. Habrá problemas, al menos hasta que asimilen el cambio. Debemos ser cautelosas.
Ayame quiso tragar saliva, pero se dio cuenta de que se le había quedado la garganta completamente seca. En su lugar, asintió con gesto sombrío y una sonrisa nerviosa aleteó en sus labios.
—Soy consciente de ello, y lo entiendo. No te preocupes, Shanise, soy propensa a meterme en líos pero sé cuidarme las espaldas. Además, nadie puede atrapar al Agua —se pavoneó, inflando el pecho con orgullo.
Pero la sonrisa desapareció de sus labios como la llama de una vela soplada, y Ayame volvió a agachar la mirada. No podía. No podía contenerse. Su curiosidad la empujaba a ello, pese a que sabía que aquello no estaba bien, pese a que sabía que aquello sólo sería abrir una herida ya cicatrizada.
—Sh... Shanise... P... ¿Puedo preguntar...? A... ¿A quién perdiste...?