9/01/2016, 18:19
—En cierto modo si que es mas sencillo, es mantenerte alejado o salvaguardado de gente que quizás tiene pensamientos y maneras de actuar parecidas a las mías. ¿No? Antes de que acepte el encargo, te informo de mis 3 reglas. Primero, necesito un nombre. Me da igual que te lo inventes, no vamos a intimar, pero es necesario para dirigirme a ti. Segundo, no eres mi jefe. Actuaré según vea necesario, y de la manera que vea mas efectiva para cumplir el objetivo. Tercero, el dinero siempre visible. Antes de liarme en un viaje y una situación que puede ponerse difícil, me gusta comprobar que quien requiere de mis servicios tiene el pago. Así de simple.
Datsue escuchó sus tres reglas. Ante la primera, alzó una ceja. Juraría que ya le había dado su nombre. Es más, apostaría un riñón a que hasta ya lo había empleado en una ocasión. Un tío olvidadizo, quizá… En la segunda arrugó el ceño. A Datsue le gustaba tener el control de la situación, y eso podría ser un problema. Pero un sediento en el desierto… En fin, tendrá que valerme. Con la tercera regla, esbozó un gesto de dolor. El dinero. Siempre el puto dinero.
Estaba claro que el albino no actuaría por obra de caridad, pero el motivo de su viaje a Shinogi-to era precisamente conseguir dinero. Tenía que pagar la deuda que habían contraído sus padres, tenía que hacerlo para recuperar a su yegua y por el bienestar de ellos. Cada moneda, cada ryo malgastado, era una punzada de dolor en sus entrañas.
Pero para hacer dinero se necesita gastar dinero, por muy paradójico que suene.
—Está bien —concedió finalmente, llevándose la mano al bolsillo interior de su yukata y extrayendo un pequeño monedero—. No es mucho, pero, como ves, no está vacío —señaló, abriendo el monedero para que pudiese ver el interior, donde había alguna moneda suelta y un pequeño fajo de billetes—. Respecto a mi nombre, ya te lo di en su momento —le recordó, cerrando el monedero e introduciéndolo de vuelta en su lugar de origen—. Pero te daré un apodo más fácil de recordar, para que no te vuelvas a olvidar. Llámame…
Datsue hizo una pausa. Quizá Blame pensase que era para darle mayor dramatismo, pero nada más lejos de la realidad. Simplemente, no sabía qué apodo ponerse. Tenía demasiado donde elegir: Datsue el Matakages; Datsue el Rojo; Datsue el Sanguinario; Datsue el Cruel; Datsue Manosrápidas. Apodos con carisma, apodos con garra. Pero dudaba mucho que la gente le llamase Matakages sin haber matado ni a una mosca. Quizá le pegaban más apodos de otro estilo. Datsue el Vago. Datsue el Soñador. Datsue Piel de Acero. Datsue la Roca. Aquellos últimos estaban bien, pero revelar a posibles enemigos uno de sus mayores puntos fuertes, que era su piel impenetrable, no era la mejor de las ideas. Datsue Sin Sangre, porque no sangraba. Aunque igual piensan que es porque tengo horchata en las venas, y eso ya no mola tanto.
Cuando se dio cuenta, Blame ya estaba preguntando al tendero por el precio de la capa, pasando olímpicamente de él. No le culpaba.
—Son 300 ryos, señor, una auténtica ganga! No encontrarás mejores capas de viaje en ningún lugar!— Contestó eufórico el tendero.
—Entiendo...—
Metió la mano de madera en el bolsillo, y de éste sacó su cartera.
Datsue lo miró horrorizado.
—¡Un momento! —exclamó, levantando la mano a Blame para que se detuviese—. ¿¡300 ryos!? —exclamó de manera histriónica—. ¿Lo dice en serio? ¿¡Pero qué estafa es esta!? —protestó al tendero, extendiendo el brazo derecho y remangándoselo con la izquierda, dejando ver un mecanismo que sostenía un kunai—. ¿Ve este kunai? Fue forjado en los Herreros, en el País de la Espiral. Elaborado por los mejores metalúrgicos y con una aleación de acero que convierte el filo y dureza del kunai en algo casi eterno —soltó de carrerilla—. ¿Y sabe cuánto me costó? 250 ryos. ¡250 ryos! —estalló, indignado—. ¿Y me va a decir usted que esa capa mal remachada vale más?
Dígase una cosa de Datsue Sin Apodo, le encanta regatear.
Datsue escuchó sus tres reglas. Ante la primera, alzó una ceja. Juraría que ya le había dado su nombre. Es más, apostaría un riñón a que hasta ya lo había empleado en una ocasión. Un tío olvidadizo, quizá… En la segunda arrugó el ceño. A Datsue le gustaba tener el control de la situación, y eso podría ser un problema. Pero un sediento en el desierto… En fin, tendrá que valerme. Con la tercera regla, esbozó un gesto de dolor. El dinero. Siempre el puto dinero.
Estaba claro que el albino no actuaría por obra de caridad, pero el motivo de su viaje a Shinogi-to era precisamente conseguir dinero. Tenía que pagar la deuda que habían contraído sus padres, tenía que hacerlo para recuperar a su yegua y por el bienestar de ellos. Cada moneda, cada ryo malgastado, era una punzada de dolor en sus entrañas.
Pero para hacer dinero se necesita gastar dinero, por muy paradójico que suene.
—Está bien —concedió finalmente, llevándose la mano al bolsillo interior de su yukata y extrayendo un pequeño monedero—. No es mucho, pero, como ves, no está vacío —señaló, abriendo el monedero para que pudiese ver el interior, donde había alguna moneda suelta y un pequeño fajo de billetes—. Respecto a mi nombre, ya te lo di en su momento —le recordó, cerrando el monedero e introduciéndolo de vuelta en su lugar de origen—. Pero te daré un apodo más fácil de recordar, para que no te vuelvas a olvidar. Llámame…
Datsue hizo una pausa. Quizá Blame pensase que era para darle mayor dramatismo, pero nada más lejos de la realidad. Simplemente, no sabía qué apodo ponerse. Tenía demasiado donde elegir: Datsue el Matakages; Datsue el Rojo; Datsue el Sanguinario; Datsue el Cruel; Datsue Manosrápidas. Apodos con carisma, apodos con garra. Pero dudaba mucho que la gente le llamase Matakages sin haber matado ni a una mosca. Quizá le pegaban más apodos de otro estilo. Datsue el Vago. Datsue el Soñador. Datsue Piel de Acero. Datsue la Roca. Aquellos últimos estaban bien, pero revelar a posibles enemigos uno de sus mayores puntos fuertes, que era su piel impenetrable, no era la mejor de las ideas. Datsue Sin Sangre, porque no sangraba. Aunque igual piensan que es porque tengo horchata en las venas, y eso ya no mola tanto.
Cuando se dio cuenta, Blame ya estaba preguntando al tendero por el precio de la capa, pasando olímpicamente de él. No le culpaba.
—Son 300 ryos, señor, una auténtica ganga! No encontrarás mejores capas de viaje en ningún lugar!— Contestó eufórico el tendero.
—Entiendo...—
Metió la mano de madera en el bolsillo, y de éste sacó su cartera.
Datsue lo miró horrorizado.
—¡Un momento! —exclamó, levantando la mano a Blame para que se detuviese—. ¿¡300 ryos!? —exclamó de manera histriónica—. ¿Lo dice en serio? ¿¡Pero qué estafa es esta!? —protestó al tendero, extendiendo el brazo derecho y remangándoselo con la izquierda, dejando ver un mecanismo que sostenía un kunai—. ¿Ve este kunai? Fue forjado en los Herreros, en el País de la Espiral. Elaborado por los mejores metalúrgicos y con una aleación de acero que convierte el filo y dureza del kunai en algo casi eterno —soltó de carrerilla—. ¿Y sabe cuánto me costó? 250 ryos. ¡250 ryos! —estalló, indignado—. ¿Y me va a decir usted que esa capa mal remachada vale más?
Dígase una cosa de Datsue Sin Apodo, le encanta regatear.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado