25/08/2020, 04:59
La infiltración y el último contacto con Amegakure
Cómo ya sabéis, el Cabeza de Dragón que me llevó hasta la sede de la organización fue Hōzuki Shaneji. Era el objetivo más accesible, según lo que conversamos Hageshi y yo. Y efectivamente, resultó ser la mejor baza para completar la infiltración. Bastó con endulzarle el oído y hacerle creer que compartía la misma visión supremacista del clan para que me tomara cierta estima, o al menos la suficiente como para que estuviese dispuesto a llevarme hasta la base de operaciones, de la cuál, para aquél entonces, no teníamos conocimiento de su ubicación. Para llegar hasta ella, hay que embarcarse en un viaje por altamar. Nosotros partimos de un puerto en el País del Rayo, aunque con las coordenadas correctas, se podría acceder desde cualquier otro punto de ōnindo. Lo cierto es que Hibakari está a una semana en barco desde Kaminari. Durante este tiempo, me fue imposible encontrar un lugar apropiado para usar el Gentōshin. El espacio en el barco era muy reducido, sobre todo por el numeroso de esbirros que trabajaban para el Dragón. Corría el riesgo de que me vieran.
Una vez en Hibakari, nos recibió una segunda comitiva. Otra de las ocho Cabezas. Muñeca. O como realmente se llamaba, Masumi.
Recorrimos parte de la isla y atravesamos varios acantilados y nos sumergimos en una especie de arrecife que daba acceso a las cavernas que servían de refugio. Ryūgū-jō, le llaman. Los aposentos del Dragón. Un conjunto de cuevas iluminadas por estalagmitas y estalactitas brillantes, una fortaleza creada por la naturaleza tan bien oculta así como infranqueable. Ligeramente inadecuada para vivir una vida placentera, hay que decirlo, pero cumplía con las necesidades básicas del grupo. Además, según las misiones de cada miembro, era poco el tiempo que pasaban allí, salvo la Anciana, un miembro tan antiguo como inamovible. Ella siempre estaba allí presente, en cuerpo y alma.
A mi llegada, me recibieron el resto de Dragones. Unos presentes, otros no. Entiendo que Shaneji les comunicó acerca de mi intención de reclamar el lugar que había heredado tras la muerte de Katame, así que no parecieron tener mucho reparo durante el primer encuentro. Ahora entiendo que, para saber si mentía o no acerca de mi supuesto exilio, tenía que pasar primero la mayor prueba de todas. El filtro más poderoso que tenían ellos como grupo, y que, sabría año después, se trataba de una poderosa cláusula anti-traición: el Bautizo del Dragón.
Cómo ya sabéis, el Cabeza de Dragón que me llevó hasta la sede de la organización fue Hōzuki Shaneji. Era el objetivo más accesible, según lo que conversamos Hageshi y yo. Y efectivamente, resultó ser la mejor baza para completar la infiltración. Bastó con endulzarle el oído y hacerle creer que compartía la misma visión supremacista del clan para que me tomara cierta estima, o al menos la suficiente como para que estuviese dispuesto a llevarme hasta la base de operaciones, de la cuál, para aquél entonces, no teníamos conocimiento de su ubicación. Para llegar hasta ella, hay que embarcarse en un viaje por altamar. Nosotros partimos de un puerto en el País del Rayo, aunque con las coordenadas correctas, se podría acceder desde cualquier otro punto de ōnindo. Lo cierto es que Hibakari está a una semana en barco desde Kaminari. Durante este tiempo, me fue imposible encontrar un lugar apropiado para usar el Gentōshin. El espacio en el barco era muy reducido, sobre todo por el numeroso de esbirros que trabajaban para el Dragón. Corría el riesgo de que me vieran.
Una vez en Hibakari, nos recibió una segunda comitiva. Otra de las ocho Cabezas. Muñeca. O como realmente se llamaba, Masumi.
Recorrimos parte de la isla y atravesamos varios acantilados y nos sumergimos en una especie de arrecife que daba acceso a las cavernas que servían de refugio. Ryūgū-jō, le llaman. Los aposentos del Dragón. Un conjunto de cuevas iluminadas por estalagmitas y estalactitas brillantes, una fortaleza creada por la naturaleza tan bien oculta así como infranqueable. Ligeramente inadecuada para vivir una vida placentera, hay que decirlo, pero cumplía con las necesidades básicas del grupo. Además, según las misiones de cada miembro, era poco el tiempo que pasaban allí, salvo la Anciana, un miembro tan antiguo como inamovible. Ella siempre estaba allí presente, en cuerpo y alma.
A mi llegada, me recibieron el resto de Dragones. Unos presentes, otros no. Entiendo que Shaneji les comunicó acerca de mi intención de reclamar el lugar que había heredado tras la muerte de Katame, así que no parecieron tener mucho reparo durante el primer encuentro. Ahora entiendo que, para saber si mentía o no acerca de mi supuesto exilio, tenía que pasar primero la mayor prueba de todas. El filtro más poderoso que tenían ellos como grupo, y que, sabría año después, se trataba de una poderosa cláusula anti-traición: el Bautizo del Dragón.