9/01/2021, 18:27
Kaido asistía estupefacto a las suposiciones de Yui y Ayame.
—Joder, es que hay que ver... ¡Tiburones, coño, tiburones! —Replicó, claramente ofendido—. ¡Puedo invocar a la jodida Reina del Océano y a sus Aletas! Siete tiburones que sirven como un séquito de guerreros del mar. Ayame, te molaría ver como es todo ahí abajo. En lo más profundo. Hasta libré una guerra contra un grupo de orcas mafiosas que querían tocarnos los cojones. Fue maravilloso.
Ayame, con la boca y los ojos abiertos como platos, trataba de imaginar aquel mundo submarino al que intentaba arrastrarla Kaido con su imaginación. Lo único que conocía de ese otro mundo era de las imágenes que había visto en los libros. Un mundo que tan pronto podía ser colorido y lleno de vida entre los arrecifes de coral como oscuro y muerto como las llanuras abisales. Pero el conflicto entre una sociedad de tiburones y otra de orcas la dejó aún más estupefacta.
«Parece que la guerra no es sólo cosa de humanos... ¿Es que el mundo no puede convivir en paz?» Meditó, angustiada.
Pero antes de que pudiera añadir nada al respecto, Yui soltó una violenta carcajada que debió escucharse por todos y cada uno de los vagones del ferrocarril.
—¡Pff! Muy impresionante, Kaido. Pero si invocas uno en tierra lo único que conseguirías es que se ahogase. Yo prefiero algo más versátil, y con muchos, muchos dientes afilados.
«Es verdad, ¿Yui tendrá algún pacto de invocación?» Ayame volvió la cabeza hacia ella, tratando de imaginar qué tipo de animal pegaría con su personalidad, pero el silbato del ferrocarril anunciando la llegada a Yukio impidió que pudiera preguntar nada al respecto.
—Bueno, hora de trabajar —musitó Yui.
Y mientras Kaido y Yui se preparaban para desembarcar, Ayame volvió a enfundarse en su propia túnica de viaje, se echó la capucha sobre la cabeza y se rodeó la mitad inferior del rostro con la bufanda, dejando sólo sus ojos al descubierto. Dado el frío que hacía en el exterior, suponía que no debía resultar nada extraño ver a algún viajero tan enfundado. El viento congelado quemó sus mejillas y atravesó las capas de ropa, haciéndola tiritar al instante. No recordaba el frío que hacía en aquel lugar.
—Me cago en la puta, al final voy a rallar la capa con ellos —bromeó Yui, haciendo una clara alusión al obsceno comentario que había lanzado anteriormente, pero cuando buscó la mirada de Ayame, esta la desvió a un lado, incómoda.
La Sombra se adelantó, y enseguida el frío se vio contrastado con una hogareña sensación de familiaridad. Ayame cayó entonces en la cuenta y sus ojos se perdieron entre la alegre multitud: estaban en las vísperas de fin de año. Para ella, aquella siempre había sido una fiesta muy familiar y personal. Todos los años había ido con su padre y su hermano, a veces incluso con la compañía de Kiroe y Daruu, a ver los fuegos artificiales de fin de año y a pedir sus deseos para el siguiente. Parecía que aquella vez no iba a poder ser y, aunque en su interior entendía la responsabilidad de su misión y no iba a formular ninguna queja al respecto, su corazón se hundió de pena al pensarlo.
«Quizás pueda mandarles un halcón al menos...»
—Oye... estoy pensando... —Intervino Yui, mientras seguían caminando—. ¿Y si nos relajamos un poco? Conozco un sitio de onsen buenísimo. Podemos descansar, que el tren me ha dejado el culo cuadrado —Yui se paró momentáneamente, como si se hubiese acordado de algo de repente—. Coño, si mañana es la noche de fin de año. ¿Harán fuegos artificiales aquí? ¿Os apetece subir a un lugar alto y verlo? ¿O quizás vendan castañas asadas? Podríamos verlos mientras disfrutamos de ellas.
—Pues a mí me no me resulta mala idea. ¿Tú qué dices? —Kaido le preguntó a Ayame directamente, que abrió los ojos, la única parte de su rostro visible, como platos.
—C... claro, me parece una idea genial —respondió, conmovida por el gesto de Yui—. Pero, ¿está bien? Quiero decir, ¿podemos permitirnos pasar el tiempo? —La misión era muy importante, demasiado importante como para imaginarse a sí misma relajándose en unos onsen. De hecho...—. ¿Hay onsen aquí? —Preguntó, perpleja.
—Joder, es que hay que ver... ¡Tiburones, coño, tiburones! —Replicó, claramente ofendido—. ¡Puedo invocar a la jodida Reina del Océano y a sus Aletas! Siete tiburones que sirven como un séquito de guerreros del mar. Ayame, te molaría ver como es todo ahí abajo. En lo más profundo. Hasta libré una guerra contra un grupo de orcas mafiosas que querían tocarnos los cojones. Fue maravilloso.
Ayame, con la boca y los ojos abiertos como platos, trataba de imaginar aquel mundo submarino al que intentaba arrastrarla Kaido con su imaginación. Lo único que conocía de ese otro mundo era de las imágenes que había visto en los libros. Un mundo que tan pronto podía ser colorido y lleno de vida entre los arrecifes de coral como oscuro y muerto como las llanuras abisales. Pero el conflicto entre una sociedad de tiburones y otra de orcas la dejó aún más estupefacta.
«Parece que la guerra no es sólo cosa de humanos... ¿Es que el mundo no puede convivir en paz?» Meditó, angustiada.
Pero antes de que pudiera añadir nada al respecto, Yui soltó una violenta carcajada que debió escucharse por todos y cada uno de los vagones del ferrocarril.
—¡Pff! Muy impresionante, Kaido. Pero si invocas uno en tierra lo único que conseguirías es que se ahogase. Yo prefiero algo más versátil, y con muchos, muchos dientes afilados.
«Es verdad, ¿Yui tendrá algún pacto de invocación?» Ayame volvió la cabeza hacia ella, tratando de imaginar qué tipo de animal pegaría con su personalidad, pero el silbato del ferrocarril anunciando la llegada a Yukio impidió que pudiera preguntar nada al respecto.
—Bueno, hora de trabajar —musitó Yui.
Y mientras Kaido y Yui se preparaban para desembarcar, Ayame volvió a enfundarse en su propia túnica de viaje, se echó la capucha sobre la cabeza y se rodeó la mitad inferior del rostro con la bufanda, dejando sólo sus ojos al descubierto. Dado el frío que hacía en el exterior, suponía que no debía resultar nada extraño ver a algún viajero tan enfundado. El viento congelado quemó sus mejillas y atravesó las capas de ropa, haciéndola tiritar al instante. No recordaba el frío que hacía en aquel lugar.
—Me cago en la puta, al final voy a rallar la capa con ellos —bromeó Yui, haciendo una clara alusión al obsceno comentario que había lanzado anteriormente, pero cuando buscó la mirada de Ayame, esta la desvió a un lado, incómoda.
La Sombra se adelantó, y enseguida el frío se vio contrastado con una hogareña sensación de familiaridad. Ayame cayó entonces en la cuenta y sus ojos se perdieron entre la alegre multitud: estaban en las vísperas de fin de año. Para ella, aquella siempre había sido una fiesta muy familiar y personal. Todos los años había ido con su padre y su hermano, a veces incluso con la compañía de Kiroe y Daruu, a ver los fuegos artificiales de fin de año y a pedir sus deseos para el siguiente. Parecía que aquella vez no iba a poder ser y, aunque en su interior entendía la responsabilidad de su misión y no iba a formular ninguna queja al respecto, su corazón se hundió de pena al pensarlo.
«Quizás pueda mandarles un halcón al menos...»
—Oye... estoy pensando... —Intervino Yui, mientras seguían caminando—. ¿Y si nos relajamos un poco? Conozco un sitio de onsen buenísimo. Podemos descansar, que el tren me ha dejado el culo cuadrado —Yui se paró momentáneamente, como si se hubiese acordado de algo de repente—. Coño, si mañana es la noche de fin de año. ¿Harán fuegos artificiales aquí? ¿Os apetece subir a un lugar alto y verlo? ¿O quizás vendan castañas asadas? Podríamos verlos mientras disfrutamos de ellas.
—Pues a mí me no me resulta mala idea. ¿Tú qué dices? —Kaido le preguntó a Ayame directamente, que abrió los ojos, la única parte de su rostro visible, como platos.
—C... claro, me parece una idea genial —respondió, conmovida por el gesto de Yui—. Pero, ¿está bien? Quiero decir, ¿podemos permitirnos pasar el tiempo? —La misión era muy importante, demasiado importante como para imaginarse a sí misma relajándose en unos onsen. De hecho...—. ¿Hay onsen aquí? —Preguntó, perpleja.