1/02/2021, 21:16
—Si, lo he hecho antes —admitió Hayato, con un pesado suspiro—. Tristemente, en esta época del año no crecen muchas plantas que podrían ayudar a estas personas y no se si haya un boticario cerca. Un poco de jengibre, regaliz o eucalipto habrían ayudado, pero esta agua caliente será suficiente.
—Sí, parece que la nieve lo ha sepultado todo —Ayame miró apenada a su alrededor. Todos y cada uno de los campos de Minori, habían sido tapados por un grueso manto de gélida muerte. Pocas plantas podrían sobrevivir a algo así, y no había manera de esperar a la siguiente Primavera.
Afortunadamente, no tardaron mucho más en llegar a la escuela. Dadas las circunstancias, era normal que no encontraran a nadie para recibirlos, pero aún así Ayame se sintió un poco cohibida al entrar en aquel enorme edificio de piedra. Suponía que Hayato conocería el camino, así que le siguió de cerca. Pronto, voces, toses y quejidos los rodearon.
—¡Ay! ¡Que alivio! —exclamó una mujer, sentada entre dos chiquillos enfermos. Parecía ser su madre.
—Buenos días a todos —habló Hayato—. Ella es Aotsuki Ayame, kunoichi de Amegakure, que muy amablemente ofreció su ayuda —Cuando la presentó, Ayame inclinó la cabeza a modo de respetuoso saludo—, y yo soy Yasuyori Hayato, ninja médico de Uzushiogakure. A todos los acompañantes les pido por favor que esperen al fondo del salón mientras Ayame y yo atendemos a sus familiares. No se preocupen, están en buenas manos.
Parecía que todo rastro de titubeo o timidez había abandonado la voz de Hayato, y la había sustituido con la firmeza profesional que Ayame ya había visto en su padre cada vez que ejercía como médico. No pudo evitar sonreír al notarlo.
—Toma Ayame —añadió, tendiéndole una mascarilla de médico—. Si esta neumonía es contagiosa, no quiero que te toque a ti.
—Ah, es cierto, gracias —respondió, colocándosela sobre la nariz y la boca. No pudo evitar arrugar el gesto al notar la opresión sobre su rostro.
Mientras tanto, Hayato se había inclinado sobre un hombre anciano dormido que tosía de forma angustiosa. Le acercó la cazuela y le puso la mano sobre la frente. Después posó el oído sobre su pecho y escuchó durante varios largos segundos en silencio que Ayame no se atrevió a romper.
—Ayame, por favor sumerge dos trapos en el agua caliente y pásame uno. Que no goteen mucho. El otro ponlo por favor sobre los pies, lentamente, y cúbrelos bien.
—¡Enseguida! —exclamó. Y corrió a sumergir dos de los paños que llevaba, cuidándose de no quemarse con el agua.
—Y... ¿en que estas especializada como shinobi?
Ayame ladeó la cabeza a un lado y a otro, con una media sonrisa. Como kunoichi, recelaba de hablar sobre sus propias habilidades. «El halcón virtuoso esconde sus garras», era uno de sus lemas, pero Hayato estaba confiando en ella para aquella tarea y, además, le había revelado que era médico.
—Me especializo... en el agua —Sonrió, misteriosa. Y lo dejó estar—. Por eso te dije que calentar cosas no era lo mío.
»¿Está muy grave? ¿Se pondrá bien? —preguntó, refiriéndose al hombre.
—Sí, parece que la nieve lo ha sepultado todo —Ayame miró apenada a su alrededor. Todos y cada uno de los campos de Minori, habían sido tapados por un grueso manto de gélida muerte. Pocas plantas podrían sobrevivir a algo así, y no había manera de esperar a la siguiente Primavera.
Afortunadamente, no tardaron mucho más en llegar a la escuela. Dadas las circunstancias, era normal que no encontraran a nadie para recibirlos, pero aún así Ayame se sintió un poco cohibida al entrar en aquel enorme edificio de piedra. Suponía que Hayato conocería el camino, así que le siguió de cerca. Pronto, voces, toses y quejidos los rodearon.
—¡Ay! ¡Que alivio! —exclamó una mujer, sentada entre dos chiquillos enfermos. Parecía ser su madre.
—Buenos días a todos —habló Hayato—. Ella es Aotsuki Ayame, kunoichi de Amegakure, que muy amablemente ofreció su ayuda —Cuando la presentó, Ayame inclinó la cabeza a modo de respetuoso saludo—, y yo soy Yasuyori Hayato, ninja médico de Uzushiogakure. A todos los acompañantes les pido por favor que esperen al fondo del salón mientras Ayame y yo atendemos a sus familiares. No se preocupen, están en buenas manos.
Parecía que todo rastro de titubeo o timidez había abandonado la voz de Hayato, y la había sustituido con la firmeza profesional que Ayame ya había visto en su padre cada vez que ejercía como médico. No pudo evitar sonreír al notarlo.
—Toma Ayame —añadió, tendiéndole una mascarilla de médico—. Si esta neumonía es contagiosa, no quiero que te toque a ti.
—Ah, es cierto, gracias —respondió, colocándosela sobre la nariz y la boca. No pudo evitar arrugar el gesto al notar la opresión sobre su rostro.
Mientras tanto, Hayato se había inclinado sobre un hombre anciano dormido que tosía de forma angustiosa. Le acercó la cazuela y le puso la mano sobre la frente. Después posó el oído sobre su pecho y escuchó durante varios largos segundos en silencio que Ayame no se atrevió a romper.
—Ayame, por favor sumerge dos trapos en el agua caliente y pásame uno. Que no goteen mucho. El otro ponlo por favor sobre los pies, lentamente, y cúbrelos bien.
—¡Enseguida! —exclamó. Y corrió a sumergir dos de los paños que llevaba, cuidándose de no quemarse con el agua.
—Y... ¿en que estas especializada como shinobi?
Ayame ladeó la cabeza a un lado y a otro, con una media sonrisa. Como kunoichi, recelaba de hablar sobre sus propias habilidades. «El halcón virtuoso esconde sus garras», era uno de sus lemas, pero Hayato estaba confiando en ella para aquella tarea y, además, le había revelado que era médico.
—Me especializo... en el agua —Sonrió, misteriosa. Y lo dejó estar—. Por eso te dije que calentar cosas no era lo mío.
»¿Está muy grave? ¿Se pondrá bien? —preguntó, refiriéndose al hombre.