17/02/2021, 20:24
—Estás en lo correcto... tampoco tengo dinero... —confesó Hayato.
Y Ayame torció el gesto visiblemente. Si entre los dos apenas tenían para gastarse en ellos mismos, podían irse olvidando de alimentar a toda aquella gente. Por muy malas que fueran las circunstancias, dudaba que ningún mercader fuera a ofrecer su mercancía gratis al primero que pasara por allí y le suplicara ayuda. En ese momento, un hombre entrado en edad, y que había estado acompañando a la misma mujer que les había pedido ayuda, se adelantó.
—Este invierno ha sido más duro de lo normal... —dijo—. Mi hija, ha cuidado bien de la granja de la familia y se estuvo quedando hasta tarde en medio de las nevadas, tratando de quitar la nieve de los cultivos y... por eso enfermó... —suspiró, con pesar—. Aún nos queda algo de la anterior cosecha pero el racionamiento ha llegado a un octavo de porción por persona... así que el jefe de la aldea hizo un acuerdo arriesgado... prometió nuestra próxima cosecha a algunos comerciantes de Tanzaku en cambio de carne... algo que resista el invierno... pero unos bandidos se enteraron e impusieron un peaje en el camino... tenemos miedo de que denunciar esto ante las autoridades, que pudiera causar un ataque por parte de los bandidos...
Ayame frunció el ceño, sombría, al escuchar las palabras del hombre. La rabia hervía en sus entrañas, como una olla a presión. ¿Cómo podía existir gente tan desgraciada? Aprovecharse de esa manera de la tragedia de un pueblo que estaba luchando por sobrevivir al crudo invierno...
«De la peor calaña de humanos...» Susurró la voz de Kokuō en su mente, compartiendo los mismos sentimientos que la kunoichi.
—Ayame... bueno, ya sabes... lo siento... los trapos, el agua... —le recordó Hayato, sacándola de sus pensamientos, recordándole su deber.
—S... ¡Sí! Enseguida, perdón —Ayame regresó junto a la olla con agua y procedió de forma casi mecánica, siguiendo los mismos pasos que en las ocasiones anteriores. Pero su cabeza estaba en otra parte—. Oye, Hayato —se dirigió a él al cabo de varios segundos, con el gesto muy serio—. Tenemos que hacer algo. No podemos abandonarles de esta manera. Hay que acabar con esos bandidos y poner fin a este... peaje. Pero esta gente necesita atención también... Quizás deberíamos separarnos.
Y Ayame torció el gesto visiblemente. Si entre los dos apenas tenían para gastarse en ellos mismos, podían irse olvidando de alimentar a toda aquella gente. Por muy malas que fueran las circunstancias, dudaba que ningún mercader fuera a ofrecer su mercancía gratis al primero que pasara por allí y le suplicara ayuda. En ese momento, un hombre entrado en edad, y que había estado acompañando a la misma mujer que les había pedido ayuda, se adelantó.
—Este invierno ha sido más duro de lo normal... —dijo—. Mi hija, ha cuidado bien de la granja de la familia y se estuvo quedando hasta tarde en medio de las nevadas, tratando de quitar la nieve de los cultivos y... por eso enfermó... —suspiró, con pesar—. Aún nos queda algo de la anterior cosecha pero el racionamiento ha llegado a un octavo de porción por persona... así que el jefe de la aldea hizo un acuerdo arriesgado... prometió nuestra próxima cosecha a algunos comerciantes de Tanzaku en cambio de carne... algo que resista el invierno... pero unos bandidos se enteraron e impusieron un peaje en el camino... tenemos miedo de que denunciar esto ante las autoridades, que pudiera causar un ataque por parte de los bandidos...
Ayame frunció el ceño, sombría, al escuchar las palabras del hombre. La rabia hervía en sus entrañas, como una olla a presión. ¿Cómo podía existir gente tan desgraciada? Aprovecharse de esa manera de la tragedia de un pueblo que estaba luchando por sobrevivir al crudo invierno...
«De la peor calaña de humanos...» Susurró la voz de Kokuō en su mente, compartiendo los mismos sentimientos que la kunoichi.
—Ayame... bueno, ya sabes... lo siento... los trapos, el agua... —le recordó Hayato, sacándola de sus pensamientos, recordándole su deber.
—S... ¡Sí! Enseguida, perdón —Ayame regresó junto a la olla con agua y procedió de forma casi mecánica, siguiendo los mismos pasos que en las ocasiones anteriores. Pero su cabeza estaba en otra parte—. Oye, Hayato —se dirigió a él al cabo de varios segundos, con el gesto muy serio—. Tenemos que hacer algo. No podemos abandonarles de esta manera. Hay que acabar con esos bandidos y poner fin a este... peaje. Pero esta gente necesita atención también... Quizás deberíamos separarnos.