15/07/2021, 18:32
(Última modificación: 17/07/2021, 23:24 por Aotsuki Ayame. Editado 4 veces en total.)
El clan Uchiha. Uno de los clanes nobles de la antigua Konohagakure. Pero lo cierto era que Suzaku se sentía de todo menos noble.
Aunque sí se podía decir que su nacimiento había sido obra de un auténtico milagro, digno de los dioses. Porque Uchiha Suzaku nació con el corazón parado.
Sus padres, horrorizados, no podían hacer otra cosa que rezar a todos los dioses habidos y por haber mientras los médicos se ponían manos a la obra para tratar de restaurar la vida de la pequeña. Pero pasaban los minutos, y el bebé no parecía responder a ningún estímulo. La madre sollozaba, con las manos entrelazadas en el pecho; el llanto del padre era silencioso, pero las lágrimas corrían abundantes por sus mejillas.
«Por favor, Suzaku-kami... Permítela vivir...»
Aquella era la plegaria que se repetía una y otra vez en la cabeza de la mujer. Y, como renacida de sus cenizas, la niña rompió a llorar de repente. Suzaku fue su nombre, en honor a aquel dios fénix del sur, que les había devuelto a su pequeña.
Los años pasaron, y Suzaku creció sana y feliz, junto a su hermana mayor Umi y sus padres. Uchiha Ryūken, su padre, era miembro del clan Uchiha y Uzumaki Akiko, su madre, del clan Uzumaki. Ambos se dedicaban a la dura vida de los ninjas y se ganaban el sustento realizando diferentes misiones para la aldea de Uzushiogakure. Suzaku les admiraba de pequeña, y una de sus aficiones favoritas era sentarse en el jardín para verlos entrenar entre ellos. Sin embargo, para su enorme frustración, Suzaku no parecía dar muestras de despertar el característico dōjutsu de su familia. Akiko la consolaba, acariciando sus cabellos, diciéndole que quizás ella no había heredado los genes de los Uchiha, sino los de los Uzumaki. Pero nada servía para aliviar su pena. Y, quizás en un intento de sobreponerse a esa frustración, Suzaku les rogó una y otra vez a sus padres que la apuntaran a la Academia Ninja. Pero ellos se negaban en redondo, alegando que era demasiado pequeña aún para emprender ese camino.
«Si tan sólo tuviera ese dichoso Sharingan...» Se repetía, una y otra vez cada vez que le negaban su capricho, entre lágrimas. Pero las lágrimas no bastaban para despertar el color de la sangre en sus iris.
Un auténtico terremoto sacudió Uzushiogakure en el 217, con la muerte de Uzumaki Shiona, la tercera Uzukage. Y los cimientos de orden, paz y estabilidad que había ido construyendo durante sus largos 150 años de mandato, se tambalearon peligrosamente. Suzaku, con apenas diez años de edad, no entendía qué estaba pasando, pero a sus infantiles ojos no le escapaba que sus padres estaban alterados, y que discutían entre sí.
Entonces, una noche de madrugada, se vio bruscamente despertada por su padre, que la zarandeaba. La chiquilla murmuró alguna que otra pregunta, pero Ryūken la instó a vestirse rápidamente y a coger todo lo necesario. Umi y Akiko ya esperaban preparadas. "Nos vamos de misión", fue toda la explicación que recibió. Y fue toda la explicación que necesitó. Si se iban de misión con ellas, ¡eso significaba que tenía una oportunidad para demostrarles que ella también podía ser una kunoichi! Por eso, dicho y hecho, la chiquilla comenzó a vestirse rápidamente y a preparar lo que necesitaría en un viaje que no sabría cuánto habría de durar. La familia salió de la aldea de madrugada, y comenzaron un largo peregrinaje hacia el norte. Suzaku no hizo ninguna pregunta durante el trayecto, se limitaba a seguir a su familia con extremo cuidado, simulando los movimientos que ella creía que debía hacer una buena kunoichi.
Dos días después llegaron a los Herreros, donde se permitieron el lujo de reposar por una vez en una posada. Sin embargo, fue allí, en mitad de la noche, donde un fatal terremoto sacudió a la familia. Suzaku no recuerda lo que pasó. Sólo sabe que un ruido muy fuerte la despertó mientras estaba durmiendo, y entonces varios monstruos con forma humana y rostros ocultos tras máscaras aterradoras irrumpieron en la habitación. Hubo gritos y más golpes. Pero entonces su visión se tiñó de rojo y tras un punzante dolor en la cabeza, Uchiha Suzaku se desmayó.
Cuando volvió a despertar, todo había cambiado a su alrededor. Ya no estaba en la cochambrosa habitación de una posada, todo era blanco e impoluto. Un hospital. Y Umi estaba con ella, con los ojos apagados y cara de no haber dormido en una semana. Pero no estaban sus padres. Llena de angustia, Suzaku llenó de preguntas a su hermana.
—Unas personas nos atacaron en mitad de la noche. Ellos... ellos... han muerto.
Las palabras cayeron sobre ella como un jarro de agua fría. Y mientras el significado de aquello percolaba en su infantil mente, Suzaku gimoteó, lloró, y gritó como nunca antes lo había hecho. Tuvo que taparse los ojos con ambas manos cuando sintió un punzante dolor atravesándolos y, cuando volvió a abrirlos y se miró en el espejo más cercano que encontró, vio que sus iris se habían inundado de sangre y un aspa negra orbitaba en torno a su pupila.
Tenía el Sharingan, pero no tenía a sus padres.
«Si tan sólo pudiera dar la vuelta al tiempo...» Se repetía, una y otra vez, con los ojos llenos de lágrimas.
Pero era inútil. Ya era tarde. Nada ni nadie podría traer de vuelta a sus padres. No volvería a sentir la mano de su madre acariciando sus cabellos. NI su padre cumpliría la promesa que le hizo de enseñarle la técnica insignia del clan Uchiha si llegaba a despertar el Sharingan. Umi y ella acababan de quedarse huérfanas.
Umi y Suzaku volvieron a sus vidas, pero jamás podrían decir que habían regresado a la normalidad. No sin sus padres con ellas. Aquel trágico evento las había cambiado, Umi desarrolló un inusual sentido protector sobre su hermana pequeña, y Suzaku comenzó a rebelarse contra ella. Durante las peores noches, Suzaku se escapaba de casa y acudía a los jardines de cerezos, donde perdía su mirada entre las estrellas. Sólo allí conseguía alcanzar algo parecido a la calma.
En algún momento, Suzaku decidió inscribirse en la Academia Shinobi de Uzushiogakure. Y pronto descubrió que, aunque no era la mejor de la clase, tampoco se le daba del todo mal. Terminó por graduarse a la edad de 13 años, y ahora luce orgullosa la bandana que la identificaba como kunoichi sobre su abdomen.
Aunque sí se podía decir que su nacimiento había sido obra de un auténtico milagro, digno de los dioses. Porque Uchiha Suzaku nació con el corazón parado.
Sus padres, horrorizados, no podían hacer otra cosa que rezar a todos los dioses habidos y por haber mientras los médicos se ponían manos a la obra para tratar de restaurar la vida de la pequeña. Pero pasaban los minutos, y el bebé no parecía responder a ningún estímulo. La madre sollozaba, con las manos entrelazadas en el pecho; el llanto del padre era silencioso, pero las lágrimas corrían abundantes por sus mejillas.
«Por favor, Suzaku-kami... Permítela vivir...»
Aquella era la plegaria que se repetía una y otra vez en la cabeza de la mujer. Y, como renacida de sus cenizas, la niña rompió a llorar de repente. Suzaku fue su nombre, en honor a aquel dios fénix del sur, que les había devuelto a su pequeña.
Los años pasaron, y Suzaku creció sana y feliz, junto a su hermana mayor Umi y sus padres. Uchiha Ryūken, su padre, era miembro del clan Uchiha y Uzumaki Akiko, su madre, del clan Uzumaki. Ambos se dedicaban a la dura vida de los ninjas y se ganaban el sustento realizando diferentes misiones para la aldea de Uzushiogakure. Suzaku les admiraba de pequeña, y una de sus aficiones favoritas era sentarse en el jardín para verlos entrenar entre ellos. Sin embargo, para su enorme frustración, Suzaku no parecía dar muestras de despertar el característico dōjutsu de su familia. Akiko la consolaba, acariciando sus cabellos, diciéndole que quizás ella no había heredado los genes de los Uchiha, sino los de los Uzumaki. Pero nada servía para aliviar su pena. Y, quizás en un intento de sobreponerse a esa frustración, Suzaku les rogó una y otra vez a sus padres que la apuntaran a la Academia Ninja. Pero ellos se negaban en redondo, alegando que era demasiado pequeña aún para emprender ese camino.
«Si tan sólo tuviera ese dichoso Sharingan...» Se repetía, una y otra vez cada vez que le negaban su capricho, entre lágrimas. Pero las lágrimas no bastaban para despertar el color de la sangre en sus iris.
Un auténtico terremoto sacudió Uzushiogakure en el 217, con la muerte de Uzumaki Shiona, la tercera Uzukage. Y los cimientos de orden, paz y estabilidad que había ido construyendo durante sus largos 150 años de mandato, se tambalearon peligrosamente. Suzaku, con apenas diez años de edad, no entendía qué estaba pasando, pero a sus infantiles ojos no le escapaba que sus padres estaban alterados, y que discutían entre sí.
Entonces, una noche de madrugada, se vio bruscamente despertada por su padre, que la zarandeaba. La chiquilla murmuró alguna que otra pregunta, pero Ryūken la instó a vestirse rápidamente y a coger todo lo necesario. Umi y Akiko ya esperaban preparadas. "Nos vamos de misión", fue toda la explicación que recibió. Y fue toda la explicación que necesitó. Si se iban de misión con ellas, ¡eso significaba que tenía una oportunidad para demostrarles que ella también podía ser una kunoichi! Por eso, dicho y hecho, la chiquilla comenzó a vestirse rápidamente y a preparar lo que necesitaría en un viaje que no sabría cuánto habría de durar. La familia salió de la aldea de madrugada, y comenzaron un largo peregrinaje hacia el norte. Suzaku no hizo ninguna pregunta durante el trayecto, se limitaba a seguir a su familia con extremo cuidado, simulando los movimientos que ella creía que debía hacer una buena kunoichi.
Dos días después llegaron a los Herreros, donde se permitieron el lujo de reposar por una vez en una posada. Sin embargo, fue allí, en mitad de la noche, donde un fatal terremoto sacudió a la familia. Suzaku no recuerda lo que pasó. Sólo sabe que un ruido muy fuerte la despertó mientras estaba durmiendo, y entonces varios monstruos con forma humana y rostros ocultos tras máscaras aterradoras irrumpieron en la habitación. Hubo gritos y más golpes. Pero entonces su visión se tiñó de rojo y tras un punzante dolor en la cabeza, Uchiha Suzaku se desmayó.
Cuando volvió a despertar, todo había cambiado a su alrededor. Ya no estaba en la cochambrosa habitación de una posada, todo era blanco e impoluto. Un hospital. Y Umi estaba con ella, con los ojos apagados y cara de no haber dormido en una semana. Pero no estaban sus padres. Llena de angustia, Suzaku llenó de preguntas a su hermana.
—Unas personas nos atacaron en mitad de la noche. Ellos... ellos... han muerto.
Las palabras cayeron sobre ella como un jarro de agua fría. Y mientras el significado de aquello percolaba en su infantil mente, Suzaku gimoteó, lloró, y gritó como nunca antes lo había hecho. Tuvo que taparse los ojos con ambas manos cuando sintió un punzante dolor atravesándolos y, cuando volvió a abrirlos y se miró en el espejo más cercano que encontró, vio que sus iris se habían inundado de sangre y un aspa negra orbitaba en torno a su pupila.
Tenía el Sharingan, pero no tenía a sus padres.
«Si tan sólo pudiera dar la vuelta al tiempo...» Se repetía, una y otra vez, con los ojos llenos de lágrimas.
Pero era inútil. Ya era tarde. Nada ni nadie podría traer de vuelta a sus padres. No volvería a sentir la mano de su madre acariciando sus cabellos. NI su padre cumpliría la promesa que le hizo de enseñarle la técnica insignia del clan Uchiha si llegaba a despertar el Sharingan. Umi y ella acababan de quedarse huérfanas.
Umi y Suzaku volvieron a sus vidas, pero jamás podrían decir que habían regresado a la normalidad. No sin sus padres con ellas. Aquel trágico evento las había cambiado, Umi desarrolló un inusual sentido protector sobre su hermana pequeña, y Suzaku comenzó a rebelarse contra ella. Durante las peores noches, Suzaku se escapaba de casa y acudía a los jardines de cerezos, donde perdía su mirada entre las estrellas. Sólo allí conseguía alcanzar algo parecido a la calma.
En algún momento, Suzaku decidió inscribirse en la Academia Shinobi de Uzushiogakure. Y pronto descubrió que, aunque no era la mejor de la clase, tampoco se le daba del todo mal. Terminó por graduarse a la edad de 13 años, y ahora luce orgullosa la bandana que la identificaba como kunoichi sobre su abdomen.
![[Imagen: kQqd7V9.png]](https://i.imgur.com/kQqd7V9.png)