10/11/2021, 11:14
Eri miró hacia donde Natsu señalaba. Sin duda deberían estar ya cerca de Los Herreros e incluso de la aldea vecina, Yokkai. Tenían una misión y estaba a punto de comenzar.
Ambos recorrieron la distancia que les separaba del lugar en un tiempo récord, encontrándose con el bullicio de una ciudad de metal, con idas y venidas de gente con materiales pesados, armas de todo tipo y compradores dispuestos a dejarse una fortuna en el mejor acero de todos. ¿Forjas? El nombre que pudieras pensar se encontraba entre esas calles, pero ellos buscaban una en particular: La Forja de Acero.
—También tendremos que buscar algún hostal... —Mencionó la kunoichi—. Pero vamos a buscar la Forja de Enzo primero.
No tardaron en divisarla: el humo que salía de las chimeneas les parecía estar llamando, junto al letrero, de acero sobre madera; que se colocaba justo encima de la puerta maciza entreabierta. Eri señaló el lugar y pronto ambos se podrían adentrar.
Se escuchaban los golpes contra el metal, limpios y certeros. No parecía haber nadie más allí que el herrero: un hombre fornido, calvo, y con una cicatriz en la nariz que se ocultaba bajo su barba de unos cuantos días. No levantó la vista pues permanecía concentrado en su tarea junto al yunque, detrás, muy detrás del mostrador. La forja contaba también con diversos expositores de numerosas armas, principalmente de filo.
Aunque la tienda parecía algo vieja.
Ambos recorrieron la distancia que les separaba del lugar en un tiempo récord, encontrándose con el bullicio de una ciudad de metal, con idas y venidas de gente con materiales pesados, armas de todo tipo y compradores dispuestos a dejarse una fortuna en el mejor acero de todos. ¿Forjas? El nombre que pudieras pensar se encontraba entre esas calles, pero ellos buscaban una en particular: La Forja de Acero.
—También tendremos que buscar algún hostal... —Mencionó la kunoichi—. Pero vamos a buscar la Forja de Enzo primero.
No tardaron en divisarla: el humo que salía de las chimeneas les parecía estar llamando, junto al letrero, de acero sobre madera; que se colocaba justo encima de la puerta maciza entreabierta. Eri señaló el lugar y pronto ambos se podrían adentrar.
Se escuchaban los golpes contra el metal, limpios y certeros. No parecía haber nadie más allí que el herrero: un hombre fornido, calvo, y con una cicatriz en la nariz que se ocultaba bajo su barba de unos cuantos días. No levantó la vista pues permanecía concentrado en su tarea junto al yunque, detrás, muy detrás del mostrador. La forja contaba también con diversos expositores de numerosas armas, principalmente de filo.
Aunque la tienda parecía algo vieja.