19/11/2021, 23:52
Viento Blanco se desternilló con la pregunta de Yota a Zaide. El Uchiha, demasiado preocupado por lo que acababa de ver a través de su clon, ni siquiera lo escuchó. El águila respondió por él.
—¡Uuiii! ¿Por qué iba a recibir mi nombre de un humano? —Aunque Yota no se había equivocado del todo. Desde luego, imponente, lo era. Sus garras podían despedazar como katanas, y sus alas, fuertes y robustas, podían provocar vientos huracanados que empujasen a aquellos dos humanos al precipicio del que les acababa de salvar—. No, fue mi madre, Lluvia Negra, quien me lo puso a mí y a mi hermana Tormenta Pálida. Vosotros los humanos ponéis los nombres al nacer, ¿no? ¡He oído historias de madres que lo deciden antes incluso de parir! Habladurías, imagino —dijo, como si fuese algo inconcebible—. ¿Cómo ibais a nombrar a alguien sin conocerlo? Nosotros, verás, esperamos al primer vuelo de nuestros aguiluchos para bautizarlos. Porque hasta entonces no sabemos de qué pluma están hechos. No realmente.
Zaide se rascó el cráneo, agitado. Abajo les esperaba la muerte. Al frente, un puente seguramente custodiado por shinobis de Amegakure. A la espalda…
—Es demasiado peligroso volver. Si me han reconocido, o han atado cabos al escuchar tu nombre… —negó con la cabeza—. Estarán demasiado alerta. No, tenemos que adentrarnos en el bosque y salir por el otro lado.
Pero esta vez caminando, a paso lento y con calma. No quería acabar como los pobres desgraciados de abajo.
—¡Uuiii! ¿Por qué iba a recibir mi nombre de un humano? —Aunque Yota no se había equivocado del todo. Desde luego, imponente, lo era. Sus garras podían despedazar como katanas, y sus alas, fuertes y robustas, podían provocar vientos huracanados que empujasen a aquellos dos humanos al precipicio del que les acababa de salvar—. No, fue mi madre, Lluvia Negra, quien me lo puso a mí y a mi hermana Tormenta Pálida. Vosotros los humanos ponéis los nombres al nacer, ¿no? ¡He oído historias de madres que lo deciden antes incluso de parir! Habladurías, imagino —dijo, como si fuese algo inconcebible—. ¿Cómo ibais a nombrar a alguien sin conocerlo? Nosotros, verás, esperamos al primer vuelo de nuestros aguiluchos para bautizarlos. Porque hasta entonces no sabemos de qué pluma están hechos. No realmente.
Zaide se rascó el cráneo, agitado. Abajo les esperaba la muerte. Al frente, un puente seguramente custodiado por shinobis de Amegakure. A la espalda…
—Es demasiado peligroso volver. Si me han reconocido, o han atado cabos al escuchar tu nombre… —negó con la cabeza—. Estarán demasiado alerta. No, tenemos que adentrarnos en el bosque y salir por el otro lado.
Pero esta vez caminando, a paso lento y con calma. No quería acabar como los pobres desgraciados de abajo.