22/11/2021, 13:16
Yota arrancó una carcajada aguda y chirriante a Viento Blanco. Seguramente en aquella opinión coincidían bastante. Zaide se despidió de él —su amigo volador poca ayuda podía proporcionarles en las profundidades del bosque—, y pronto ambos shinobis se sumergieron entre la maleza y la hierba de tinta azulado.
No pasó mucho tiempo, apenas unos minutos, cuando se toparon con una gran roca con un símbolo dibujado. Zaide frunció el ceño, con el Sharingan todavía brillando en uno de sus ojos. Algo no encajaba. Se quedó mirando la especie de ojo con una espiral en su interior. Extraño y curioso, sí, pero algo en el interior de su cráneo le decía que la pieza que faltaba se encontraba en otro lado. Su ojo sanó descendió. Jirones de niebla le bañaban los pies como la ola de una playa muriendo ante él. Exótico, sin duda. Pero no, aquello tampoco era.
Yota saltó a la roca y le chilló. Estaba asustado. Hacía bien en estarlo.
—¡YOTA! ¡INSENSATO! —rugió, también asustado. ¿¡Cuánto tiempo había pasado!?—. ¡El sello! ¡¡EL PUTO SELLO!!
Saltó tras él. Claro que saltó. Con el corazón en un puño y las manos tan cautelosas de acercársele a la nuca como lo estarían de tocar lava volcánica. La diestra formó el sello del carnero, la izquierda se posó en el sello explosivo de Yota. Puestos a perder una mano, mejor la mano mala.
No pasó mucho tiempo, apenas unos minutos, cuando se toparon con una gran roca con un símbolo dibujado. Zaide frunció el ceño, con el Sharingan todavía brillando en uno de sus ojos. Algo no encajaba. Se quedó mirando la especie de ojo con una espiral en su interior. Extraño y curioso, sí, pero algo en el interior de su cráneo le decía que la pieza que faltaba se encontraba en otro lado. Su ojo sanó descendió. Jirones de niebla le bañaban los pies como la ola de una playa muriendo ante él. Exótico, sin duda. Pero no, aquello tampoco era.
Yota saltó a la roca y le chilló. Estaba asustado. Hacía bien en estarlo.
—¡YOTA! ¡INSENSATO! —rugió, también asustado. ¿¡Cuánto tiempo había pasado!?—. ¡El sello! ¡¡EL PUTO SELLO!!
Saltó tras él. Claro que saltó. Con el corazón en un puño y las manos tan cautelosas de acercársele a la nuca como lo estarían de tocar lava volcánica. La diestra formó el sello del carnero, la izquierda se posó en el sello explosivo de Yota. Puestos a perder una mano, mejor la mano mala.