3/01/2022, 04:48
No había mucho que decir. Yui había muerto. Toda Amegakure lloraba aquel día en las orillas del lago. Chika no tenía nada que decir, ni ahora ni antes ni después. Desde que Kimi le había traído las noticias, apenas habían intercambiado dos palabras. La muerte de Yui siempre había tenido una circunstancia predilecta. En el campo de batalla, el como y cuando era irrelevante. Si Amekoro Yui tenía que morir sería combatiendo.
Y había sido así. Protegiendo Yukio.
¿Y ahora qué? Ahora estaban ahí, llorando bajo la tormenta a la Tormenta. La parte buena es que las lágrimas se diluían rápido con la magnitud de la Lluvia. Esta vez no había paraguas, chubasquero ni sombrilla que impidiese al agua caer sobre ella. No lo necesitaba, no había lluvia suficiente en el mundo para apagar el ardor que sentía. En sus ojos, en su estomago, en su garganta, en sus puños.
Tenía los dientes apretados, los tuvo durante todo el discurso de Shanise y los mantenió. Si soltaba, si lo dejaba ir, gritaría tan fuerte que destronaría a la Tormenta. Lo odiaba, odiaba todo eso, odiaba a Kurama, odiaba a Dragon Rojo y odiaba cada uno de los involucrados en todo eso. Quería matarlos a todos, quería pegarle a una pared metalica hasta que le sangrasen los puños y después empezar con las patadas. Esa furia, esa ira... Apenas podía contenerla.
Por suerte, su hermana era una chica de pocas palabras y sabía que no iba a forzarla a hablar. Y menos mal, sentía su bondad disiparse en una enorme olla de pura irascibilidad descontrolada. Si nadie se acercaba, se quedaría ahí, estatica, intentando procesar todas sus emociones.
Y había sido así. Protegiendo Yukio.
¿Y ahora qué? Ahora estaban ahí, llorando bajo la tormenta a la Tormenta. La parte buena es que las lágrimas se diluían rápido con la magnitud de la Lluvia. Esta vez no había paraguas, chubasquero ni sombrilla que impidiese al agua caer sobre ella. No lo necesitaba, no había lluvia suficiente en el mundo para apagar el ardor que sentía. En sus ojos, en su estomago, en su garganta, en sus puños.
Tenía los dientes apretados, los tuvo durante todo el discurso de Shanise y los mantenió. Si soltaba, si lo dejaba ir, gritaría tan fuerte que destronaría a la Tormenta. Lo odiaba, odiaba todo eso, odiaba a Kurama, odiaba a Dragon Rojo y odiaba cada uno de los involucrados en todo eso. Quería matarlos a todos, quería pegarle a una pared metalica hasta que le sangrasen los puños y después empezar con las patadas. Esa furia, esa ira... Apenas podía contenerla.
Por suerte, su hermana era una chica de pocas palabras y sabía que no iba a forzarla a hablar. Y menos mal, sentía su bondad disiparse en una enorme olla de pura irascibilidad descontrolada. Si nadie se acercaba, se quedaría ahí, estatica, intentando procesar todas sus emociones.