13/01/2022, 17:42
Un súbito tirón en el estómago la empujó hacia atrás, física y psicológicamente. Sin ningún tipo de control sobre su cuerpo, sus manos se entrelazaron en el sello de la replicación, y una nube de humo estalló frente a sus ojos, justo antes de que algo blanco la embistiera a la altura del pecho y la arrojara al suelo de espaldas con un gemido de dolor.
—¿Qué cree que está haciendo, Señorita? —dijo Kokuō, con voz ronca y terriblemente peligrosa. Ayame se encogió frente a la extraña criatura que se alzaba frente a ella. Su forma combinaba de forma extraña el cuerpo de un caballo con la cabeza de un cetáceo, con cinco colas que ondeaban al final de su espalda. Y sus ojos aguamarina bordeados de carmesí... hacía mucho tiempo que no los veía tan enfurecidos como estaban en aquellos momentos. Kokuō apoyó uno de sus cascos delanteros en su torso, clavándola al suelo para impedir que se moviera—. ¡¿Qué cree que está haciendo?!
Ayame se mordió el labio inferior y apartó la mirada, con los ojos anegados de lágrimas. Había caído tan profundo en su particular pozo de desesperación que lo había olvidado. Había olvidado que...
—Ah, se había olvidado de que yo estaba con usted, ¿verdad? —replicó Kokuō, como si le estuviese leyendo la mente—. ¡Se había olvidado de que nunca está sola!
El cuerpo de Ayame tembló. No por miedo, hacía mucho tiempo que había dejado de temer al Cinco Colas, sino en un vano intento por reprimir las lágrimas. Kokuō entrecerró los ojos y acercó su enorme cabeza al rostro de ella.
—¿Por qué...? ¿Por qué se le ha pasado por la cabeza hacer algo así siquiera? Es... ¡Es una egoísta, Señorita! —rugió, mostrándole aquellos dientes, afilados como cuchillas—. ¿De verdad cree que esa es la manera de afrontar sus problemas? ¿Huyendo de ellos? ¿Cargándole el peso al resto? Kurama no se va a detener porque usted pierda hoy la vida. Kurama vendrá a Amegakure. Kurama arrasará con todo lo que pueda a su paso. Kurama se llevará por delante a todos los humanos que osen enfrentarle. ¡Y eso incluye a su familia, a Daruu, a Shanise y a todos los humanos que conoce! ¡¿Cree que Amekoro Yui se quedó a luchar contra Kuroyuki para que usted hoy decida tirarlo todo por la borda?!
Ayame cerró los ojos, incapaz de controlar los temblores. Apretaba los puños con todas sus fuerzas, pero sólo consiguió clavarse las uñas en las palmas de las manos. ¡Dolía! ¡Dolía como si la estuviesen desgarrando desde el interior! Tan sólo quería dejar de sufrir. Quería dejar de sentir nada por un instante. Quería dejar de tener aquellas terribles pesadillas... Tan sólo quería...
—No ha pensado en nadie más, ¿verdad? Igual que se había olvidado de mí, se ha olvidado del resto... —La voz de Kokuō sonó rota por la tristeza.
Ayame dejó de sentir el peso del casco sobre su pecho. La había liberado de la presión, pero no se atrevió a moverse. Simplemente, se llevó las manos al rostro. Pero algo una fuerza superior a la suya las apartó, la obligó a incorporarse y entonces un par de brazos la envolvió y la estrechó con fuerza. Kokuō, esta vez en forma humana, también lloraba.
—Hicimos un trato, Señorita... Hicimos un trato. Compartimos cuerpo, y yo misma me he estado encargando todo este tiempo de cuidar de él mientras usted no era capaz. Y no me importa. No me importa tener que alimentarla, o asearla, o obligarla a pasear sólo para que no se marchite en esa cama. Hemos pasado demasiado tiempo juntas. Sé que muchos de estos años yo misma le he hecho la vida imposible. Pero... Pero no ahora... Ahora no quiero separarme de usted. No de esta manera. Aunque eso signifique perder la verdadera libertad.
No pudo contenerse por más tiempo. Ayame se agarró a las ropas de Kokuō y rompió a llorar de forma amarga, pero liberadora. Se dejó llevar por su calidez, por sus brazos envolviéndola de forma protectora. Simplemente, se dejó cuidar.
—No es su culpa. No fue su culpa. No importa el tiempo que le lleve aceptarlo, no importa el tiempo que siga muda, yo estaré ahí para recordárselo siempre.
El cielo comenzó a clarear en el horizonte. Era difícil saberlo cuando estabas en una aldea siempre cubierta por nubarrones tormentosos, pero el amanecer se acercaba.
—¿Qué cree que está haciendo, Señorita? —dijo Kokuō, con voz ronca y terriblemente peligrosa. Ayame se encogió frente a la extraña criatura que se alzaba frente a ella. Su forma combinaba de forma extraña el cuerpo de un caballo con la cabeza de un cetáceo, con cinco colas que ondeaban al final de su espalda. Y sus ojos aguamarina bordeados de carmesí... hacía mucho tiempo que no los veía tan enfurecidos como estaban en aquellos momentos. Kokuō apoyó uno de sus cascos delanteros en su torso, clavándola al suelo para impedir que se moviera—. ¡¿Qué cree que está haciendo?!
Ayame se mordió el labio inferior y apartó la mirada, con los ojos anegados de lágrimas. Había caído tan profundo en su particular pozo de desesperación que lo había olvidado. Había olvidado que...
—Ah, se había olvidado de que yo estaba con usted, ¿verdad? —replicó Kokuō, como si le estuviese leyendo la mente—. ¡Se había olvidado de que nunca está sola!
El cuerpo de Ayame tembló. No por miedo, hacía mucho tiempo que había dejado de temer al Cinco Colas, sino en un vano intento por reprimir las lágrimas. Kokuō entrecerró los ojos y acercó su enorme cabeza al rostro de ella.
—¿Por qué...? ¿Por qué se le ha pasado por la cabeza hacer algo así siquiera? Es... ¡Es una egoísta, Señorita! —rugió, mostrándole aquellos dientes, afilados como cuchillas—. ¿De verdad cree que esa es la manera de afrontar sus problemas? ¿Huyendo de ellos? ¿Cargándole el peso al resto? Kurama no se va a detener porque usted pierda hoy la vida. Kurama vendrá a Amegakure. Kurama arrasará con todo lo que pueda a su paso. Kurama se llevará por delante a todos los humanos que osen enfrentarle. ¡Y eso incluye a su familia, a Daruu, a Shanise y a todos los humanos que conoce! ¡¿Cree que Amekoro Yui se quedó a luchar contra Kuroyuki para que usted hoy decida tirarlo todo por la borda?!
Ayame cerró los ojos, incapaz de controlar los temblores. Apretaba los puños con todas sus fuerzas, pero sólo consiguió clavarse las uñas en las palmas de las manos. ¡Dolía! ¡Dolía como si la estuviesen desgarrando desde el interior! Tan sólo quería dejar de sufrir. Quería dejar de sentir nada por un instante. Quería dejar de tener aquellas terribles pesadillas... Tan sólo quería...
—No ha pensado en nadie más, ¿verdad? Igual que se había olvidado de mí, se ha olvidado del resto... —La voz de Kokuō sonó rota por la tristeza.
Ayame dejó de sentir el peso del casco sobre su pecho. La había liberado de la presión, pero no se atrevió a moverse. Simplemente, se llevó las manos al rostro. Pero algo una fuerza superior a la suya las apartó, la obligó a incorporarse y entonces un par de brazos la envolvió y la estrechó con fuerza. Kokuō, esta vez en forma humana, también lloraba.
—Hicimos un trato, Señorita... Hicimos un trato. Compartimos cuerpo, y yo misma me he estado encargando todo este tiempo de cuidar de él mientras usted no era capaz. Y no me importa. No me importa tener que alimentarla, o asearla, o obligarla a pasear sólo para que no se marchite en esa cama. Hemos pasado demasiado tiempo juntas. Sé que muchos de estos años yo misma le he hecho la vida imposible. Pero... Pero no ahora... Ahora no quiero separarme de usted. No de esta manera. Aunque eso signifique perder la verdadera libertad.
No pudo contenerse por más tiempo. Ayame se agarró a las ropas de Kokuō y rompió a llorar de forma amarga, pero liberadora. Se dejó llevar por su calidez, por sus brazos envolviéndola de forma protectora. Simplemente, se dejó cuidar.
—No es su culpa. No fue su culpa. No importa el tiempo que le lleve aceptarlo, no importa el tiempo que siga muda, yo estaré ahí para recordárselo siempre.
El cielo comenzó a clarear en el horizonte. Era difícil saberlo cuando estabas en una aldea siempre cubierta por nubarrones tormentosos, pero el amanecer se acercaba.