24/01/2022, 13:04
A pesar de las réplicas de Natsu, Eri no se detuvo y ambos tomaron camino para ir hacia su próximo destino. En lo poco que tardaron en llegar al lugar parecía que su pupilo había cambiado de opinión y se había mentalizado con lo que le tocaba, así que ambos optaron por entrar al lugar cuyo nombre era La Hoja Afilada.
Pasaron por la puerta abierta encontrándose una estancia que hacía juego con la parte de fuera de la herrería: vitrinas apoyadas sobre lo que parecía ser oro, mostrando tras el cristal un puñado de armas brillantes y con una hoja capaz de cortar tu propia mirada. Todas podían dejarte ciego si te pasabas demasiado mirándolas, por lo que Eri optó por mirar hacia el frente, donde una pareja reía al compás del señor rubio y de ojos claros como el agua que se sentaba sobre el mostrador con las piernas cruzadas, delgado. Sus manos se frotaban entre ellas a medida que seguía hablando con sus, al parecer, clientes satisfechos.
Eri esperó su turno pacientemente. A veces llamando la atención a Natsu para comentar las espadas que allí yacían, sobre todo para seguir jugando a aquel juego que se traían entre manos para que nadie sospechase. El hombre rubio no tardó en despachar a los clientes y, pronto, les llamó con la mano para que se acercaran.
—¡Bienvenidos! ¡Bienvenidos! ¿Qué les trae por aquí? ¿Armas? ¿Algún trabajo fallido que necesita reparación? Somos todo oídos.
Pasaron por la puerta abierta encontrándose una estancia que hacía juego con la parte de fuera de la herrería: vitrinas apoyadas sobre lo que parecía ser oro, mostrando tras el cristal un puñado de armas brillantes y con una hoja capaz de cortar tu propia mirada. Todas podían dejarte ciego si te pasabas demasiado mirándolas, por lo que Eri optó por mirar hacia el frente, donde una pareja reía al compás del señor rubio y de ojos claros como el agua que se sentaba sobre el mostrador con las piernas cruzadas, delgado. Sus manos se frotaban entre ellas a medida que seguía hablando con sus, al parecer, clientes satisfechos.
Eri esperó su turno pacientemente. A veces llamando la atención a Natsu para comentar las espadas que allí yacían, sobre todo para seguir jugando a aquel juego que se traían entre manos para que nadie sospechase. El hombre rubio no tardó en despachar a los clientes y, pronto, les llamó con la mano para que se acercaran.
—¡Bienvenidos! ¡Bienvenidos! ¿Qué les trae por aquí? ¿Armas? ¿Algún trabajo fallido que necesita reparación? Somos todo oídos.