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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#4
Un tiempo después...



Hay algo que sólo tú puedes hacer, Ayame.

Ayame evitó mirar a su hermano directamente a los ojos. Sentada en la silla de su dormitorio se mantenía con la cabeza gacha y los latidos de su corazón bombeándole en los oídos a toda velocidad. Él deslizó con suavidad un cuaderno por la superficie del escritorio hacia ella, y la muchacha, ahora pálida como la cera, contuvo la respiración cuando lo reconoció reconocerlo.

Sé que es difícil —agregó Kōri, consciente de la reacción de Ayame—. Y no tienes por qué hacerlo ya mismo. Pero lo necesitamos, y tú eres la única que... le ha visto en persona.

«Y ha regresado para contarlo...» Completó su mente, pero no lo dijo en voz alta.

Y es que aquel cuaderno era su cuaderno de dibujo. Aquel en el que, además de bocetos y obras para sí misma, Ayame había utilizado en más de una ocasión para ilustrar el rostro de shinobi exiliados para después completar sus reportes. Ella no lo había admitido nunca, pero era algo que se le daba bien y que ayudaba en el trabajo de la aldea. Y ahora que había escapado milagrosamente de las garras de Kurama, sólo ella podía ilustrar su rostro y mostrarlo al resto del mundo. Una orden de búsqueda y captura... o una advertencia para huir cuanto antes si alguien llegaba a verle.

Ayame abrió y cerro el puño derecho varias veces. Sus ojos, nerviosos y aterrados, se habían detenido en un lápiz y lo miraban como si se tratara del kunai más afilado del mundo. Tenía miedo, mucho miedo. Porque dibujar el rostro de Kurama implicaba primero visualizarlo en su mente. Y eso sólo atraería de nuevo las visiones de aquella escena. Se echó a temblar, sin poder evitarlo.

No es necesario que lo hagas ahora —repitió su hermano, acuclillándose para que sus ojos quedasen a la misma altura—. Pero deberías considerarlo. Y... yo puedo estar aquí, contigo, cuando tengas que enfrentarte a ese momento.

Ayame le cogió de la mano de repente, instándole a quedarse. En aquel instante, ni siquiera le importó el frío que siempre despedía su piel y del que tantas veces se había quejado en el pasado. Simplemente, necesitaba su presencia junto a ella. Tragó saliva, reuniendo el escaso valor que sentía. Kokuō, en su interior, no dijo nada, pero de alguna forma sintió su apoyo también reconfortándola. Pero no era suficiente. Tomó con mano temblorosa el lápiz y abrió el cuaderno. Pasando las páginas aparecieron frente a sus ojos caras familiares: Uchiha Akame, cuando lo vio tan desmejorado en aquellas sucias calles de Tanzaku Gai; Umikiba Kaido, cuando el sello de Dragón Rojo les hizo traicionarlos; Kuroyuki... Se detuvo momentáneamente en aquella página, pero enseguida pasó a una en blanco y posó la mina del lápiz sobre el folio. Inspiró y espiró varias veces, pero los latidos de su corazón no se calmaban. Invocó con temor a sus recuerdos, y estos regresaron como una avalancha de imágenes que había enterrado de mala manera en su memoria.



...Una sonrisa afilada como un kunai...


...Ojos del color de la sangre...


«...PORQUE ASÍ PUEDO HACERTE SUFRIR.»



El lápiz rebotó contra el papel cuando Ayame lo soltó de golpe con un chillido de terror. La mina dibujó una salpicadura de negro en el blanco antes de que el lápiz cayera y quedara allí abandonado. Ayame se había retirado del escritorio, encogida sobre sí misma en la silla, se había tapado la cara con las manos y gimoteaba de forma lastimera. Kōri se quedó mirándola durante unos instantes. Su gesto se mantenía tan impasible como siempre, pero el brillo de sus ojos helados era diferente. Muy diferente. Le pasó el brazo por detrás de los hombros, pero su hermana se sobresaltó ante el contacto como si el mismo Kurama fuera el que la hubiese tocado. Él apretó los labios.

No tiene por qué ser ahora —le repitió, y la calma de su voz se abrió paso a través de la desesperación—. Tómate tu tiempo. Él no está aquí para hacerte más daño.

A Ayame le costó varios largos minutos tranquilizarse. Y le costaría varios largos días más el simple hecho de sentarse frente al papel y tomar el lápiz. Fueron muchos los intentos, y en todos y cada uno de ellos llamó a su hermano para que la acompañara en el proceso. Cada vez que intentaba concentrarse para rescatar el recuerdo del rostro de Kurama era como abrir de nuevo una herida mal cicatrizada con el filo de un kunai. Dolía. Le aterraba. Invocaba nuevas pesadillas para esa noche. Pero fue haciéndolo. Un día dibujó los ojos, crueles y de pupila rasgada; aunque Ayame pronto descubrió que aún no era capaz de quedarse mirándolos durante demasiados segundos. Otro día dibujó la nariz. La sonrisa, de suficiencia e igual de afilada que su mirada, tuvo que retocarla varias veces. Otro día lo dedicó al pelo, largo y llameante. Los últimos retoques vinieron acompañados con alguna que otra pincelada de color de los rasgos más importantes. Y cuando terminó y se vio enfrentada cara a cara con su propia obra, volvió a abrirse la herida. Las lágrimas volvieron a los ojos de Ayame y Kōri, siempre junto a ella, volvió a tomarla de los hombros y la estrechó contra él.

Bien hecho, Ayame. Bien hecho. Ahora descansa.

Kōri tomó el cuaderno de dibujo y se lo llevó de la habitación para que el retrato de Kurama no poblara también los sueños de su hermana pequeña. Aunque sabía que lo haría igualmente. Así había sido todas y cada unas de las noches desde que había vuelto de Yukio. Y aún tardaría más tiempo en recuperar una noche tranquila. Al menos le consolaba el hecho de que nunca la dejaba sola. Sabía que Kokuō siempre velaba por ella. Con un suspiro, cerró la puerta tras de sí y volvió a abrir el cuaderno. Debía grabar aquella imagen en lo más profundo de su retina. No debía olvidarlo jamás.




[Imagen: H1kNqzF.png]
[Imagen: kQqd7V9.png]
Sprite por Karvistico.


—Habitación de Ayame: Link

No respondo dudas por MP.
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RE: [Unific] Pesadillas antes del amanecer - por Aotsuki Ayame - 24/01/2022, 14:20


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