15/02/2022, 19:23
Katsudon no se podía creer lo que estaba cargando sobre los hombros. Dos espadas gigantes, dos cuchillos enormes que se suponía que debía cargar Gyūki en batalla. Y una armadura de samurái, como las antiguas reliquias que habían visto en las ruinas el día que conocieron a Yuuna, pero muchísimo más grande. «No sé si estás mal de la cabeza o eres un genio, Sasaki-kun... tal vez ambas cosas sean ciertas», pensó, mientras descargaba el equipamiento en el suelo.
Le habían pedido a una conocida de Katsudon, una Uzumaki ya muy vieja, que aplicase un tratamiento especial a las armas para poder transportarlas a puerto. Ellatampoco les había tomado en serio, hasta que apareció tras la esquina utilizando el Baika no Jutsu para traer uno de los filos.
Era difícil leer a través de aquella expresión siempre imperturbable del Ocho Colas, pero a juzgar por su reacción cuando tomó una de las armas con la mano y esta incrementó de tamaño con el estallido de una nube de humo, también estaba complacido.
—Un regalo digno de la tarea que tenemos por delante, Reiji-kun. —Se dio la vuelta hacia Katsudon, quien dio un respingo de inmediato—. Katsudon, ¿verdad? ¿Todavía me temes? No lo hagas. No tienes por qué hacerlo. Compartimos un viaje. Y ahora compartiremos otro. —Katsudon tragó saliva. No parecía muy convencido—. Además, Reiji-kun me ha contado de lo que eres capaz. Quizás tú también puedas empuñar una de estas armas en combate. Pero sobretodo...
»¿...sobretodo, podrías echarme una ayudita para abrocharme la armadura por la espalda?
Katsudon se puso muy blanco. Miró a Reiji, como pidiéndole ayuda. Pero finalmente volvió a mirar a Gyūki, y asintió.
Mientras Katsudon, con la ayuda del Baika no Jutsu, le ponía la armadura a Gyūki —Hanabi hubiera necesitado varios botes de pastillas para creer lo que vería si decidía pasearse por el puerto—, el bijū conversaba con Reiji sobre lo que había ocurrido con Yuuna.
—De modo que eso es lo que pasó aquí —dijo—. Entonces partiremos de inmediato. Exploro de vez en cuando los océanos, y mi hermano está comenzando a moverse. He visto barcos con sus subordinados partir hacia el País del Rayo y hacia el País del Agua. Alrededor de las costas del País del Hierro hay tantas patrullas que no me atrevo ni a acercarme. —Gyūki pareció pensárselo unos instantes—. Reiji-kun. ¿Cuánto te queda del chakra que te presté?
Le habían pedido a una conocida de Katsudon, una Uzumaki ya muy vieja, que aplicase un tratamiento especial a las armas para poder transportarlas a puerto. Ellatampoco les había tomado en serio, hasta que apareció tras la esquina utilizando el Baika no Jutsu para traer uno de los filos.
Era difícil leer a través de aquella expresión siempre imperturbable del Ocho Colas, pero a juzgar por su reacción cuando tomó una de las armas con la mano y esta incrementó de tamaño con el estallido de una nube de humo, también estaba complacido.
—Un regalo digno de la tarea que tenemos por delante, Reiji-kun. —Se dio la vuelta hacia Katsudon, quien dio un respingo de inmediato—. Katsudon, ¿verdad? ¿Todavía me temes? No lo hagas. No tienes por qué hacerlo. Compartimos un viaje. Y ahora compartiremos otro. —Katsudon tragó saliva. No parecía muy convencido—. Además, Reiji-kun me ha contado de lo que eres capaz. Quizás tú también puedas empuñar una de estas armas en combate. Pero sobretodo...
»¿...sobretodo, podrías echarme una ayudita para abrocharme la armadura por la espalda?
Katsudon se puso muy blanco. Miró a Reiji, como pidiéndole ayuda. Pero finalmente volvió a mirar a Gyūki, y asintió.
Mientras Katsudon, con la ayuda del Baika no Jutsu, le ponía la armadura a Gyūki —Hanabi hubiera necesitado varios botes de pastillas para creer lo que vería si decidía pasearse por el puerto—, el bijū conversaba con Reiji sobre lo que había ocurrido con Yuuna.
—De modo que eso es lo que pasó aquí —dijo—. Entonces partiremos de inmediato. Exploro de vez en cuando los océanos, y mi hermano está comenzando a moverse. He visto barcos con sus subordinados partir hacia el País del Rayo y hacia el País del Agua. Alrededor de las costas del País del Hierro hay tantas patrullas que no me atrevo ni a acercarme. —Gyūki pareció pensárselo unos instantes—. Reiji-kun. ¿Cuánto te queda del chakra que te presté?
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